Gracias Sra. Cooper (I) (Mark Debrest)

  Hace unos días, paseando con mi pareja, me dirigí a una librería del casco antiguo de la ciudad por dos motivos; el primero porque sabía que iban a derribarla para gran tristeza mía, y el segundo porque era una de las mejores de la ciudad, así me lo habían comentado. Al entrar en aquella recargada y bonita sala, de techos altos y madera antigua, me vino immediatamente a la memoria, como en un flash fotográfico, una antigua librería y papelería que se encontraba en el pueblo costero donde pasaba las vacaciones de verano (San Martin Desvalles), cuarenta años atrás. Sobre todo era aquel agradable olor a madera lo que me agradó e impresionó. Y en seguida me vino a la memoria la distinguida figura de la Sra Cooper, propietaria del establecimiento y antigua profesora de la escuela del pueblo, una mujer delgada y de mediana estatura, con voz y aires pausados y que vestía casi siempre de blanco, gris y azul. Contaba unos sesenta y tantos años.
     Cuando entraba con mis padres, no sé por que extraña costumbre, un poco antes de que cerraran, siempre me dirigía al espacio donde tenía puestos los libros de aventuras. A mis ocho años me gustaba leerlos, aunque no fuera un lector compulsivo, y en el fondo siempre añoraba alguna fotografía en ellos. Recuerdo que por aquellas fechas acababa de salir una gran colección de cuentos y novelas que tenían las dos cosas, por lo que iba directo como una flecha hacia allí y miraba los títulos con mucho interés. Al cabo de poco le decía a mi madre que libro de aventuras deseaba y cuando en algunas ocasiones estaba demasiado rato viendo, leyendo y releyendo los títulos, porque no me decidía cuál comprar, mis pacientes padres hablaban con el marido de la Sra Cooper, y ella se dirigía entonces hacia mí con una sonrisa picarona.
-¿Algún libro que te interese, Thomas?- me preguntaba casi siempre lo mismo y con las mismas palabras.
-Todavía no, Sra Cooper, aunque esta vez creo que el libro "El viaje al centro de la Tierra" será de mi agrado.
-No te imaginaba tan aventurero.
-No lo soy. Me gusta pasear para distraerme y observar, pero no la aventura. Quizá debe ser por ese motivo por el cual me decida por este libro -le contesté complacido.
-Seguramente- afirmó mientras iba hacia la parte derecha de la tienda- En esta parte tenemos otros libros de temática distinta, recuerda. Tenemos sobre todo biografías.
-Sí, ya he visto alguna. Me gustan las biografías de los grandes personajes, sobre todo de los grandes inventores y descubridores.
-Pues mira -dijo contenta- el último que ha llegado ha sido una biografía del inventor del pararayo, Benjamin Franklyn. Que curioso y que coincidencia, ahora que acaban de arreglar el pararayos de la iglesia.
-Sra Cooper -dijo mi madre- ha encontrado Thomas ya su libro- es que tenemos un poco de prisa.
-Creo que sí- le contestó al ver que yo señalaba con el dedo el libro de Julio Verne.
-¿Está su nieto Jonathan?-le pregunté yo entonces poco esperanzado con voz flojita.
-Vendrá la semana que viene. También ha preguntado por ti.
-Es mi mejor amigo del pueblo.
-El también te aprecia mucho. Y tenéis gustos parecidos.
-Sí- le contesté- con él no me aburro por las tardes.
-Pero están tus hermanos y tus primos -me dijo mientras sonreía de forma cariñosa.
-No es lo mismo. Son mayores que yo.
-También están tus vecinos, los hermanos Necker.
-Los hermanos Necker son antipáticos- le dije un poco serio- aunque su madre sea muy simpática.
-Es verdad- dijo mi madre que la conocía bastante bien.
-El otro día me dijeron que conocían un secreto morboso del pueblo.
-¿Morboso?- exclamaron mis padres.
-Sí, pero no quiero saberlo, aunque sé que tarde o temprano me lo dirán.
-¿Y que podría ser? -dijo el Sr Cooper.
-¿No te gustaría saberlo, Thomas? Ahora tienes un mes de vacaciones. Quizá sea importante- dijo la Sra Cooper.
-Quizá -me limité a responderle.
-En todos los pueblos hay secretos y misterios...- dijo el Sr Cooper.
-...que son más fáciles de encontrar pues hay menos gente que en las ciudades -añadió la Sra Cooper.
-Sería divertido encontrar el gran secreto- les dije a todos con cierto aire triumfal- pero no me veo de Sherlock Holmes- y luego añadí: ¿Quién sería mi fiel ayudante Watson?
     Todos sonrieron por eso. Yo también. Entonces mi mirada se dirigió hacia la inteligente, sensible y observadora Sra Cooper. Ella me comprendía bien. No era como los demás niños, me sentía diferente. Ella lo captó de inmediato y me ayudó en mis años de infancia y adolescencia en San Martin. Intentó que fuera más feliz en el pueblecito. Y lo consiguió.
     Gracias, Sra Cooper.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Recordando a las hermanas Dalton (Mark Debrest)

TRILOGIA DE LA SRA COOTE (Mark Debrest)

14 microrrelatos fantásticos (Mark Debrest)