El perro de los "Bakerville" (Mark Debrest)

   San Martin Desvalles no es un pueblo muy grande. Está cerca de la costa de Cornualles y para mí es el pueblo costero más bonito que he visto nunca. No me gusta mucho viajar, pero sí he viajado un poco, por Europa. Francia ha sido el pais que más he visitado y me gusta especialmente la costa atlántica y Paris, por supuesto. Hace poco que visité el pueblo de Rochefort que me trae dulces recuerdos. También es un pueblo precioso y la primera vez que lo vi de pequeño, acababan de estrenar la famosa película "Las señoritas de Rochefort", película que me encantó en mi infancia y adolescencia por las canciones, baile, colorido, vestuario e interpretaciones. Las dos protagonistas principales estaban maravillosas en la película. Cuando alguna vez voy a Rochefort por asuntos de trabajo, siempre me acuerdo de la película y sobre todo de ellas.

    Pero volvamos otra vez a mi relato. Estamos en Inglaterra, cerca de la costa de Cornualles, en un pueblo costero que a mi padre le encanta llamado San Martin Desvalles, por eso vamos casi siempre unas tres semanas del mes de agosto. El pueblo es precioso, pero aburrido conforme te vas haciendo mayor. Aunque quede mal decirlo, cuando llegué a la adolescencia se me hizo insoportable estar casi un mes allí y cuando cumplí la mayoria de edad solo iba la semana que aparecía mi buen amigo Jonathan Cooper (ya lo conocéis) y una amiga suya llamada Joana. Los tres nos hicimos muy amigos. Afortunadamente a mis cincuenta y tantos años, continuamos siéndolo; nunca hemos perdido la amistad.

     Una tarde del mes de agosto, Joana vino a mi casa y me dijo que iba a visitar a un tio suyo, el Sr Baker, que vivía en el interior de un gran bosque cercano, encima de una colina. Era un camino muy simpático que ya conocíamos, ancho y siempre concurrido de gente que paseaba o iba en bicicleta. Contábamos doce años, los tres teníamos la misma edad. Joana informo a mis padres y a los padres de Jonathan en que consistiría la tarde y nuestros padres accedieron a la propuesta. Así que cogimos nuestras bicicletas... y en marcha.

    Llegamos a una bonita torre que tenía unas vistas preciosas. Fue allí donde visitamos los alrededores y cogimos setas (nunca cogí tantas setas comestibles en mi vida, en una hora y media, no me lo podía creer) y luego cenamos los tres, el Sr Baker y su esposa, en el bonito jardín. Y fue allí donde vi al perrito del Sr Baker.

     Era un pastor de caza ya viejo que parecía que quisiera jugar siempre con nosotros porque se movía y saltaba cuando nos veía.  Era pequeño y delgado, de color marrón claro con algunas manchas blancas y tenía una mirada simpática, moviendo la cola a la menor ocasión y sacando la lengua cuando jadeaba. Se encontraba en su caseta, atado porque anochecía y con un plato vacío a su lado. Y por unos momentos pensé: ¿habrá cenado? Así que pregunté al Sr Baker si podía darle los restos del pollo y costillas a la brasa que había comido. Mis amigos hicieron lo mismo pues pensaron que era una buena idea. Aquel perrito tan simpático cenaría estupendamente y yo me alegre muchísimo por él.

     Al tio de Joana le gustó aquel gesto que hice pues me sonrió y entonces nos dijo que nos daría una sorpresa y que miráramos al cielo. Primero nos sentamos en unas sillas plegables que estaban en el jardín en dirección oeste y vimos la puesta de sol al atardecer que fue preciosa, pues el cielo se iluminó con fuerza de todos los colores: rojo, naranja, amarillo, azul, violeta... Y a medida que el sol iba desapariciendo, iban apareciendo las estrellas, más y más estrellas. Nunca he visto tantas estrellas brillar con tanta fuerza en toda mi vida. Había millones. Todo era debido a la situación priviligiada de la torre, a que apenas habían luces alrededor y a que no había contaminación atmosférica. Y pudimos ver el maravilloso espectáculo que todavía guardo en mi memoria.

     Y cuando fueron las diez de la noche vino la segunda parte de la historia: fuimos a otra zona del jardín, donde el Sr Baker tenía instalado nada más y nada menos un pequeño pero potente telescopio. Con él pudimos ver el planeta Venus, la Estrella Polar y luego Sirio, la estrella más brillante de todas. Y lo que fue más interesante y emocionante; vimos seis o siete constelaciones, destacando la Osa Menor (en cuya cola hay la estrella polar, la que siempre señala al norte) la Osa Mayor, Leo y Orion. Debo decir que aprendí más aquella noche que en todo un trimestre en la escuela estudiando astronomía.

     Luego el Sr Baker nos acompañó a casa en su coche y llegamos al centro de San Martin en menos de diez minutos. Nos despedimos de él y le dimos las gracias por todo, prometiéndole que antes de finalizar el verano lo volveríamos a visitar. Cuando quedamos los tres, le comenté a Joana que su tio era muy simpático. Y para sorpresa mía me dijo que lo era a veces, pues era muy adusto casi siempre, pero que le gustó mucho el gesto que hice de darle la comida a su perrito Jowey, pues en realidad el perro estaba muy enfermo y le quedaban pocos meses de vida. Dado mi detalle, él quiso hacer otro.

     Aquella velada tan estupenda trajo buenas consecuencias: Jonathan estudió física y se especializó en astronomía, quién lo iba a decir. Todo se lo debe a Jowey, el perrito del Sr Baker, que siempre formaría parte de mis recuerdos de San Martin y que visité una vez más, a finales de mes; la última vez que lo vi.

     Pasados más de cuarenta años, recuerdo que a veces explicaba a mis sobrinos nietos, que su tío Thomas (yo), conoció al perro de los "Bakerville" en una tarde-noche de verano. Y ellos me decían, a veces dudosos, que el perro de los "Bakerville" era sólo una novela de miedo. Y yo les decía que no, que el perro de los "Bakerville" existió y que no era tan grande y malo cómo decían. Era una de mis bromas. Y ellos se lo creían aunque fuera sólo por unos momentos.

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