7 microrelatos tristes (Mark Debrest)


                 7 MICRORELATOS TRISTES (Mark Debrest)
1.-PECOSO
Cuando era pequeño, todos los sábados por la mañana, mi madre y yo íbamos a comprar el pan en una bonita y pequeña panadería muy cerca de casa. Para mí era un día muy feliz, ya que no había colegio y podía estar más tiempo con mi madre a quién adoraba. Y allí, en el mostrador de la panadería, siempre veía con optimismo y simpatía a la dueña, la Sra. Emilia, a la que mi madre y yo apodábamos la “quiénesquémás” pues siempre, y con rapidez, preguntaba a quién le tocaba y qué más quería comprar. Cuando llegaba el turno a mi madre, la guapa y recia Sra. Emilia me miraba también a mí, con sus grandes  y expresivos ojos azules, como los míos. Y me miraba con atención por varios motivos: porque yo siempre tenía una contagiosa sonrisa y brillo en los ojos, era pelirrojo y tenía muchísimas pecas en mi rostro, algo que yo detestaba. Después de comprar el pan, me daba casi siempre un cromo para mi colección, diciéndome: “Ten este cromo, Pecoso” y yo le respondía con un tímido “gracias”.
Después de muchísimos años, en 2004, se celebró una fiesta con motivo de su centenario, y mucha gente fue a verla para saludarla y hablar con ella. La Sra. Emilia, afortunadamente, se encontraba muy bien de salud, lúcida y con buena memoria. Cuando llegó mi turno en la aglomeración que había en la tienda, la miré con ternura y le dije flojito: “Sra. Emilia, ¿sabe quién soy? ,¿se acuerda usted de mí? Y ella, con aquellos ojos tan bellos de color azul, pero ya muy pequeños, se me quedó mirando extrañada, como ausente…pero de repente dijo con fuerza: “Pecoso”. Me reconoció y me dio un fuerte beso en la mejilla y yo a ella. Me emocioné. Lo que me sorprendió fue que me dijera, a continuación y con lentitud,  que cómo iba mi trabajo como científico.” ¿Y cómo sabe que lo soy?” Le dije muy asombrado. “Nunca te gustaron tus pecas, querías borrarlas de tu rostro y alguna vez me dijiste que lo conseguirías”. “Sí, y al final conseguí borrar muchas que me afeaban” . “Ya lo veo, ya… pero con la desaparición de las pecas también ha cambiado tu expresión y veo…que no eres feliz”. Al decir aquello se me humedecieron los ojos pues me dijo la verdad. A su edad, ¿cómo lo adivinó? “Ay, pecoso –dijo finalmente- con lo guapo que eras con tantas pecas y ahora con menos…eres otro”.

2.-EL ASCENSOR
El ascensor de nuestro bello, señorial y antiguo edificio ya no funciona; y no tiene arreglo posible.
El ascensor, que conoció a tantos y variados vecinos, tantísimos años, y que era el nexo de unión entre ellos, con sus charlas alegres, algunas tristes y otras monótonas, ya no estará con nosotros. Tenía noventa años, como yo, que nací en 1925.
El ascensor, de madera clara y acero brillante, bellamente decorado por fuera y por dentro, un poco oscuro en su interior y que bajaba y subía con lentitud, con majestuosidad, se ha ido para siempre y sin hacer ruido.
Para mí ha sido un disgusto enorme pues lo vi y utilicé toda mi vida: con mis padres, hermanos y abuelos y luego con mi mujer, mis hijos, nietos y biznietos. Hizo un gran servicio a la comunidad de tantísimos vecinos durante muchos años, no estropeándose casi nunca. Era casi como un milagro que durara tanto tiempo, aunque no era de extrañar pues era uno de los mejores  y de los más caros de la ciudad.
Pero todo tiene su final, todos lo tenemos; sin llegar nunca a acostumbrarnos a su ausencia.
El ascensor será reemplazado por otro. ¿Por otro? No quiero, no. Mi ascensor no puede reemplazarse. Debe quedarse ahí pues forma parte de la historia del edificio, de mi edificio. Y que no, que no lo toquen, por favor. ¡Qué no lo toquen!
El ascensor ha muerto.
Sí, ha muerto.
Y yo…
…un poco con él.




3.-EL LARGO VIAJE
-Pero Irene, ¿todavía estás aquí con zapatillas? Debes prepararte. Ya ves que han venido también Juana y Claudia.
-Sí, ya lo veo- le contestó un poco impaciente aunque de buen humor- Hola, chicas. Sólo tardaré unos minutos.
-Es un lugar maravilloso y te están esperando con mucha alegría- dijo Claudia también muy contenta.
-Ya me lo imagino y espero pasar mucho tiempo. Pero sabéis que os digo, que ojalá sea para siempre.
-Yo creo que sería una gran idea. Creo que ya debes cambiar de lugar. Yo creo que es el momento, no debes esperar más–dijo entonces Juana con dulzura.
-Sí, creo que será lo mejor.
Entonces una guapa mujer de unos cuarenta años abrió la puerta de la habitación después de dar unos golpecitos en ella y le dijo con suavidad:
-Sra.  Irene. ¿Cómo se encuentra hoy? ¿Todo bien?
-Sí, gracias, estupendamente. Mis hermanas han venido a buscarme para realizar un largo viaje. Quizá me quede con ellas.
-Sí, señora… cuídese mucho-dijo con ternura al verla tan contenta.
Entonces la mujer cerró la puerta de aquella bonita habitación en la que solamente había una guapa mujer nonagenaria inválida, que había nacido con el siglo, postrada en la cama.
-Sí- dijo para sí la anciana con un brillo especial en los ojos -Debo prepararme con rapidez. Como ve, han venido mis hermanas para acompañarme. Estoy muy contenta y emocionada porque voy a realizar el largo viaje. Soy la última de la familia. El reencuentro con todos será muy emotivo .Ya tengo muchas ganas de verlos, abrazarlos y hablar con todos ellos. Sobre todo con los papás. ¡Después de tantísimos años!- dijo la anciana mujer muy emocionada y como si volviera a la niñez- Será un viaje maravilloso.
4.-LA ANCIANA DEL METRO
Ocurrió el año pasado, en 2017, y me acuerdo tan vivamente que, a veces, por las noches, lloro de la emoción al recodarlo. Son hechos que no se olvidan jamás.
Regresaba de una reunión de trabajo y cogí uno de los últimos metros de la ciudad, el de la una de la madrugada. Cuando iba a subir las escaleras que daban a la calle, vi a mi derecha, al pie de la escalera, a una anciana y pobre mujer sentada pidiendo limosna. Aquello me extrañó pues no había nadie, excepto ella y yo.
Pero lo que sorprendió muchísimo es que la mujer que había allí se parecía mucho a mi queridísima abuela fallecida hacía muchos años de quién no llegué a despedirme. Recuerdo que le sonreí y ella me hizo lo mismo. Le di una limosna y me respondió con un breve y dulce gracias como respuesta. Hasta la voz se parecía a la de mi abuela. Yo estaba en shock.
Quedé tan impresionado y trastornado (todo hay que decirlo) que durante los cuatro días siguientes hice lo mismo para asombro de mi mujer que no entendía nada de lo que me sucedía y que, afortunadamente, no me hizo muchas preguntas de lo que me pasaba.
El cuarto día consecutivo, la última vez que la vi, con lágrimas en los ojos, le dije a modo de última despedida.
-Adiós, abuela, adiós. Cuídese mucho, por favor.
-Muchas gracias por tus visitas. Eres muy bueno y considerado.
Y después sacó de su bolsillo una cajita. Y de la cajita, un pequeño prisma. Luego añadió:
-No estés triste. Cuando haga sol y una lágrima tuya se derrame aquí, verás mil colores que harán irradiar de felicidad tu espíritu.
¡Qué bonitas palabras! Yo estaba impresionadísimo. Solo pude decir inundado por la emoción:
-Gracias.
-Hasta siempre, querido –respondió con dulzura.
Y me fui.
A la noche siguiente también me dirigí a la boca del metro, pero ya no la encontré. Al que vi fue a un encargado que estaba sentado leyendo un periódico.
-Con este frío y una anciana aquí sentada pidiendo limosna tantos días. Pobrecita- le dije con tristeza.
-¿Una anciana?- se extrañó el delgado y bajito encargado- ¿Qué anciana?
-Una anciana que estaba ahí sentada. Durante cuatro días seguidos la he visto y he hablado con ella.
-Perdone joven pero ahí no había nadie. No ve el cartel que pone “Obras”.
-Es verdad –le contesté muy extrañado- Pues no entiendo nada… Yo vi a una anciana. Sí, sí, la vi... La vi – dije finalmente confuso aunque con decisión.
-No ve el suelo recién arreglado –dijo un poco de malhumor aquel hombre- ¿Cómo quiere que esté una persona aquí sentada? No tiene sentido.
-La vi y punto-dije también un poco molesto y ya muy nervioso- no son imaginaciones mías. Y ahora me voy, señor. Buenas noches.
-Lo que había ahí- dijo de pronto el hombre señalando la pared - era un dibujo de una anciana mujer, bella, delgada, de cabellos blancos y cutis muy fino.
-¡Es ella!-  dije muy sorprendido pero con angustia- Pero no puede ser. ¡No puede ser! ¡Yo vi a una mujer! Una anciana y pobre mujer que pedía limosna, que estaba sola y que aguantaba el frío como podía, con una manta y cartones. ¡Pobre mujer! Y sabe qué, ¿sabe lo me impresionó?  Pues que aquella mujer se parecía muchísimo a mi abuela a la que quise tanto.
-Perdone joven, tranquilícese usted y no se moleste por favor–dijo entonces el hombre más tranquilo ante mi desespero- Pero le reitero que aquí no había una mujer, sino un dibujo. Y lo sé perfectamente porque yo mismo lo dibujé. Pero desapareció hace cuatro días sin que nadie lo haya encontrado para gran disgusto mío.


5.-ADIÓS, SR. TEMPLETON
El Sr. Templeton, de 94 años, yacía moribundo en su cama de matrimonio, rodeado de su mujer e hijos. Sabía que su final estaba muy cerca, acaso sólo le quedaban unos pocos minutos de vida e hizo un balance de ésta. Fue una persona bastante feliz. Y daba gracias a Dios por ello, pues tuvo una buena infancia, juventud, madurez y una larga vejez. El corazón le falló el último año, debilitándolo mucho, hasta ya no salir de su cama.
Ya llegaba su final poco a poco, silenciosamente, lo notaba perfectamente. Y cuando finalmente expiró, su espíritu se liberó de su cansado y enfermo cuerpo. Y pudo verse en la cama como si estuviera dormido y todos en llanto.
Estuvo mirándolos unos momentos y así pudo despedirse de ellos. Pero luego su espíritu avanzó, y empezó a desplazarse por su querida casa. Y después, lentamente, salió de su domicilio hasta llegar a la ancha y alargada entrada principal del edificio, donde destacaba el mármol blanco del suelo y el oscuro de la pared.
Y de pronto, de forma sorprendente, fueron apareciendo espectros de antiguos vecinos que también habían fallecido. Algunos de ellos desde hacía muchísimos años que fueron los primeros en aparecer. Él se encontraba en el centro y los iba viendo a los dos lados de aquella entrada tan bonita y señorial. ¡Cuántos vecinos había y se estaban despidiendo de él! ¡Qué bonito! Aquello no era de extrañar ya que el Sr. Templeton vivió en aquella casa desde los cinco años y había conocido a muchos.
A medida que su espíritu se dirigía a la puerta principal, que daba a una ancha calle con mucha gente, vio que ya no era así, sino que al fondo solo había una luz blanca que de momento era muy débil.
Los últimos en aparecer fueron sus familiares que habían vivido con él: sus abuelos maternos, sus hermanos y sus padres; sobre todo mamá. Todos tenían una sonrisa en la boca, con una expresión de dulzura y lo seguían con la mirada hasta que desaparecían, como los otros. La última en desaparecer fue su madre a la que estaba muy unido. Una sonrisa en su bello rostro, un “te quiero” pronunciado muy flojito en sus labios y un beso cariñoso en su mejilla. Que cerca estaba mamá de él. Qué gran alegría. “¡Cuánto te quiero, mamá!, pensó”.
Ahora el Sr. Templeton estaba a punto de cruzar la gran puerta de la entrada principal y la luz blanca se hizo cada vez más intensa. Pensó que la puerta de su querido edificio se había convertido en la puerta para ir al Cielo. Y era cierto.
La Luz Divina lo envió al infinito… y por fin el Sr. Templeton entró en el Paraíso. Y allí volvieron a aparecer sus familiares y amigos. Qué emoción tan grande y cuánta felicidad. Gracias, Dios mío, por el reencuentro con los míos después de tantos años…

6.-LA SRTA. SHAW
¿Habéis visto la película “Mary Poppins”? Pues debo deciros que la Srta. Shaw, protagonista de esta pequeña historia, se parecía a ella, físicamente y bastante en carácter. Mas no en edad, ya que la mujer debería rondar los setenta años.
La Srta. Shaw era la perfecta dama de compañía y/o niñera, aunque últimamente se encontraba bastante cansada, signo inequívoco de la edad. Decían que era muy hábil en controlar y educar a los niños, aunque yo creo que nunca le gustaron. Le caracterizaba su gran dominio de sí misma, su perfecta presencia (pues era de una pulcritud extrema), su cultura y su férrea disciplina. Carecía de sentido del humor y tenía un rostro inexpresivo. Una mujer soltera, muy clasista a nivel social, con ciertos aires de superioridad y con aparentemente buena salud. No era ni guapa ni fea. Tenía pocas amistades y familia y sobre todo viajaba por toda Inglaterra para trabajar. Y de trabajo no le faltó nunca porque era una gran profesional, con mucho éxito. Las familias no se quejaban, sino todo lo contrario, quedaban encantadas con ella; aunque los niños, no tanto.
De los muchos trabajos que hizo destacaba el del Sr. Landon, rico empresario galés, cuyo único hijo fue educado por esta mujer bastantes años, ya que el niño llamado Raymond, por desgracia, tenía muy mala salud, y casi siempre se encontraba en cama. La Srta. Shaw era también maestra y el niño aprendió mucho con ella y sobre todo aprendió el ansia de saber de todo, de estudiar con esmero y de sobresalir de los demás. Y como el niño era muy inteligente, cuando mayor, estudió medicina e incluso entró en política, llegando a ser parlamentario y luego ministro, allá por los años treinta del siglo pasado. Todo un éxito. La Srta. Shaw estaba muy orgullosa de ello pues, en el fondo, detestaba a la gente mediocre, que no había alcanzado nada en la vida.
Por eso, cuando aceptó aquel brevísimo trabajo de parte del Sr. Raymond Landon, lo hizo encantada y de inmediato. Se trataba de cuidar a un sobrino de éste, llamado Héctor, un niño de ocho años, hijo de la hermana de su mujer y que vivía en una bella mansión victoriana muy cerca de Londres (a la Srta. Shaw siempre le gustaron las mansiones y el dinero). El motivo era muy sencillo. El hermano del niño había tenido un ataque de apendicitis y estaba ingresado en Londres y su madre estaba lógicamente con él. El padre del niño había fallecido el año anterior. Una tragedia familiar. Dadas las tristes circunstancias y lo inesperado del problema, lo mejor sería contratar a la eficiente Srta. Shaw que seguro que estaría disponible, se encargaría de todo y a la perfección. Así que en la bonita y antigua mansión del siglo XIX, solo se encontraban, en aquellos momentos, la servidumbre, ella y el niño.
Pero lo que no sabía la pobre mujer era que el niño era muy travieso, agotador, que no paraba de moverse y de hablar de forma compulsiva y que hacía perder la paciencia a todos los que le rodeaban. Los minutos, las horas y los días, muy lentamente, hicieron un efecto negativo en la mujer que empezó a cansarse más y sus nervios se vieron claramente alterados, diríamos que por primera vez. Sus métodos ya no eran tan efectivos, ni tan prácticos, quizá eran otros tiempos y la mujer quedase anticuada. Por eso, cuando llegó el último día, extenuada, sintió un alivio inmenso. Y se dio cuenta de la dura realidad: de que los años no perdonaban y que quizá ya era hora de retirarse, de jubilarse.
Serían las nueve de la noche, el último día, cuando acostó al pequeño que finalmente y felizmente quedó dormido en su cama, que empezó a llover de forma torrencial. La verdad es que se originó una gran tempestad, con rayos y truenos y un viento que iba en aumento. Y hacía mucho frío, un frío invernal.
Cuando abandonó la habitación y se dirigía a la gran y majestuosa escalera con forma de caracol, atravesando el ancho y bello pasillo con los cuadros de los antepasados de la familia a los dos lados y las hermosas lámparas tipo araña en el techo amarillo, la luz disminuyó notablemente debido a la tormenta. Pero de forma inesperada, vio a lo lejos… la figura de un niño.
Pero esta vez no pudo controlarse ya que se asustó muchísimo y se paró en seco. No podía ser… pero sí, sí, era Héctor, vestido de negro. Pero era imposible que lo fuera, ¿qué estaba sucediendo? Héctor se encontraba en la cama, dormido con su pijama blanco, en la habitación de detrás.
El niño que la miraba no decía nada y también permanecía inmóvil, como paralizado, y su presencia ya daba un poco de miedo, pues aquella escena no era normal y resultaba extraña. Por unos momentos hasta parecía un fantasma. El rayo que apareció de repente lo iluminó con fuerza y claridad. Era Héctor, no había duda. Un escalofrío de angustia se apoderó de la mujer y los latidos de su corazón fueron en aumento.
Muy asustada por aquella presencia, solo pudo dar un fuerte grito. Y después del rayo pudo oírse un ruidoso trueno que hizo temblar los cristales de las ventanas. Y en aquel instante de tanta tensión acumulada, la Srta. Shaw se desplomó.
Al cabo de unos momentos apareció una bella mujer de rubios cabellos ondulados y elegantemente vestida. Todavía no se había quitado su abrigo negro y tampoco había visto a la mujer en el suelo al final del pasillo. El niño no decía nada.
-Oye, Víctor, no hagas esto otra vez. No subas solo, sin mí. Puedes dar un susto muy grande sin quererlo. Qué travieso eres. Pobre Srta. Shaw cuando te vea. Espero que no se impresione mucho. Y encima con este tiempo tan horroroso que hace. Fui una tonta al no decirle que Héctor tenía un hermanito gemelo e idéntico.
Y así murió la pobre Srta. Shaw.
De miedo.

 7.-EL  JARDÍN DE LOS BELLOS SUEÑOS
-Sucedió aquí, en este antiguo hotel a principios de los años ochenta del siglo pasado- dijo una bella mujer llamada Iris, de unos cincuenta años, rubia, más bien bajita y de cutis sonrosado, que regentaba aquel hotel con su marido y que se dirigía a un grupo de turistas norteamericanos, europeos y asiáticos.
-Dicen que aquello fue misterioso y sobre todo muy hermoso, ¿verdad? –dijo una feúcha pero simpática turista canadiense.
-En efecto- respondió Iris.
-También es muy hermoso vuestro pueblo- dijo entonces un hombre japonés- Y es una suerte que se encuentre tan próximo a Cork (Irlanda).
Iris no dijo nada pero asintió con la cabeza con una sonrisa en sus labios.
-¿No es, en este relato, donde aparecen las banshees, las hadas que predicen la muerte de un ser cercano?- preguntó entonces un turista norteamericano.
-Las banshees no aparecen directamente en esta historia. Tienen un papel menor pero muy significativo. Lo realmente importante es el jardín de este hotel donde se revivía el pasado. De una manera muy feliz.
-Oh- exclamaron sorprendidos los allí presentes.
-El jardín de los bellos sueños- dijo un turista alemán grandote- viendo el nombre del hotel.
-Sí-  afirmó Iris que empezaba a recordar- Decían que este hotel estaba encantado, pero para bien; no era un lugar tenebroso, ni mucho menos. Anteriormente fue una ermita y en tiempos paganos un lugar sagrado, un lugar de culto. Pronto empezó a decirse que algunos clientes que se hospedaban aquí, tenían unos bellos sueños que se prolongaban durante una semana seguida. Y que el escenario de ellos era siempre este jardín que se conserva igual desde hace muchísimos años.
Entonces Iris calló para continuar con cierta solemnidad:
-El hermoso jardín, objeto de vuestra visita, de gente de todas las partes del mundo… es éste.
Y entonces la mujer abrió la gran puerta de madera que tenía detrás. Todos finalmente lo pudieron ver, atónitos y fascinados.
No era muy grande aunque lo pareciera. Tenía forma cuadrada y era un poco inclinado. Destacaban árboles de gran altura: abetos, pinos, cedros y hayas. Un gran manto verde cubría el suelo adornado de pequeñas flores blancas, amarillas y rojas, principalmente. Sobre todo había margaritas y amapolas. Y en el medio, un pequeño estanque con nenúfares y pececillos de colores. Y graciosamente un gran columpio en una de las robustas ramas de una haya ya centenaria. También habían numerosos bancos para sentarse de color blanco y altas farolas negras que lo iluminaban por la noche. Y podían verse algunos pájaros, sobre todo gorriones, sobre la hierba y en las ramas de los árboles. Todo estaba muy bien cuidado y limpísimo. Incluso había unos pequeños caminos de piedra para verlo todo mucho mejor.
-El último afortunado en realidad fue su abuelo, el Sr. O’Brian, ¿verdad, cariño?- dijo el guapote propietario de cabellos rubios y ojos azules como el mar, llamado Richard O’Shea, que se unió a ellos.
-Sí- le respondió su mujer que miraba el jardín al igual que los turistas , sintiendo como el viento iba en aumento y las nubes de tormenta comenzaban a formarse ya que era otoño-Y debido a la impresión por todo lo que le pasó, quiso comprar este hotel cuando se puso a la venta curiosamente pocas semanas después.
Iris explicó lentamente lo que sucedió en aquel sueño:
-“La bella dama, como así llamaban a mi abuela en el pueblo ya que era muy hermosa, alta, esbelta, de cabellos castaños y ataviada a la moda, apareció de repente en el jardín que estaba repleto de gente, en una hermosa tarde de otoño. En su interior, sin saber por qué, pensaba constantemente en las banshees, sintiendo una extraña fascinación hacia ellas.
Después de pasear un rato por el jardín, viendo la belleza de éste, pudo ver a lo lejos a un joven muy atractivo que reconoció en seguida ya que se trataba de su marido. Los dos contaban unos treinta años y formaban una bonita y distinguida pareja. El joven era también alto, de cabellos rizados y barba y bigotes pelirrojos que le daban un aire señorial. Sus miradas se encontraron entre los allí presentes y fueron acercándose lentamente el uno hasta el otro hasta cogerse de las manos y finalmente besarse. Después pasearon juntos y hablaron con los allí reunidos. La gente vestía elegantemente mientras algunos merendaban, pero extrañamente no se oía casi nada.
Pero cuando anocheció, y de forma inesperada, la gente empezó a difuminarse y finalmente a desaparecer. Y cuando la bella dama vio aquello, esperó a que sucediera lo inevitable, aunque no quisiera, ya que fue ella la que desapareció finalmente ante la tristeza de su marido. Pero a la tarde siguiente volverían a encontrarse. Qué extraño era todo. En realidad, el apuesto joven que era mi abuelo, era el único ser vivo que había allí ya que los demás formaban parte de su sueño.
Y cuando despertó en la habitación de este hotel, vio que ya no era joven, sino un anciano viudo bastante enfermo al que le faltaban las fuerzas. El sueño hizo ver la que fuera en otro tiempo su esposa, siempre hermosa, dulce y joven, con otros familiares y amigos.
Lo único que lo atormentaba es haber visto y oído a una banshee el último día de sus sueños. Era una mujer anciana con el cabello muy largo que se peinaba y que emitía un sonido terrible que anunciaba una muerte pronta y de un ser muy próximo. Era lo único que desentonaba de aquel hermoso lugar. Y lo que era peor de todo: anunció, sin saberlo él, la muerte de su mujer”.
                                        

                                                  *     *     *


Cuando los turistas preguntaron, lógicamente, si aquel suceso se había vuelto a repetir y quiénes eran los afortunados para ver aquellos bellos sueños, el Sr. O’Shea dijo que el abuelo de Iris fue el último. Pero no dijo la verdad.
Por la noche, cuando el grupo de turistas ya se había ido, a las doce en punto para ser más exactos, cuando dio la última campanada el bonito y antiguo reloj de pared del comedor, y como si se tratara de una especie de ritual, el matrimonio O’Shea abrió un cajón de un armario situado en un pequeño despacho. Y de él sacaron un librito antiquísimo donde se leía con claridad, en una de las páginas principales, que el “sueño mágico” sólo podía ocurrir una vez pero durar una semana seguida, debido a la posición de la luna y de los planetas. También era significativo el fuerte viento del norte cuya presencia era fundamental y de la posición de algunas constelaciones. Extraños signos, dibujos y muchos números de muchas cifras, de difícil o imposible comprensión, aparecían en otras páginas y sólo el matrimonio O’Shea sabía su significado.
En cada hoja, como si fuera un registro, estaban escritos los nombres y apellidos de los afortunados… desde 1818, doscientos años atrás. Debían ser irlandeses, que destacaran por su bondad, que fueran ya mayores y estuvieran enfermos. Y que creyeran en aquella leyenda. El próximo inquilino estaba a punto de llegar, como cada tres años.
Pero sobre todo, y lo más importante y trágico a la vez, es que deberían ser hombres y mujeres que quedaran ciegos en su vejez.
Al tener aquellos bellos sueños volvían a ver y revivir tiempos pasados, con sus seres queridos que ya habían fallecido. Y la grandeza de aquella vivencia los acompañaría hasta el final de sus días que ya estaban cercanos.

                                                           FIN




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