TRILOGIA DE LA SRA COOTE (Mark Debrest)

                                           LA ÚLTIMA CARTA ESPAÑOLA (I)

    Sentados en la amplia terraza de su domicilio y alrededor de una mesa redonda, blanca y espaciosa, la Sra Coote, dama otoñal de cabellos rojizos que vestía elegantemente, se fijaba en su nieta Lisa, bella joven de veinte años, rubia y delgada, que a veces sufría de súbitos ataques temperamentales. Luego sus ojos se fijaron en el prometido de su nieta. Se llamaba Jeff y era un joven apuesto de cabellos castaños y extraña mirada. Temblaba un poco. Seguramente los nervios. Era la primera vez que se lo presentaban.
-Creo que me he inventado un nuevo juego de cartas, Lisa -dijo contenta la Sra Coote que se encontraba entre los dos jóvenes. -¿Qué os parece si jugamos, ahora?
-¿Ahora? ¿A las cartas? -le contestó extrañada.
-¿Y por qué no? -respondió Jeff.
-¿Con lo inquieto que eres? Además, ¿no es cosa de viejos, eso? -comentó Lisa un poco nerviosa- Pero si sólo somos tres; sería muy aburrido. ¿ Y si avisaras a tía Magda, tía?
-Es muy vieja, ya. Dejémosla tranquila en el salón. Además, creo que duerme.
-Pues tres personas jugando es muy aburrido -reafirmó aún más nerviosa.
-No hay problema en cuánto a eso. Avisaremos a Askill, el mayordomo. A él le gusta jugar a las cartas tanto como a mí.
-Ya lo aviso yo -dijo Lisa aliviada.
     Al cabo de unos momentos se presentó. Era un hombre de mediana edad y pronunciada calvicie; aunque su cara, surcada de arrugas, le hacía aparentar más años de los que tenía.
-Askill, ¿le gustaría jugar a las cartas con nosotros?
-Señora..., No sé si debo...
-¡Oh, vamos Askill, déjese de tonterías!, ¡pero si sé que le encanta jugar!
-De acuerdo, Sra Coote, es usted muy amable.
-Así me gusta. Siéntase en frente mío, Askill.
-Sí, señora.

     Lisa, que se encontraba a la izquierda de su abuela, pudo ver el reloj de pared que se hallaba en el salón. Marcaba, en aquellos momentos, las cuatro de la tarde.
-Jugaremos con la baraja española. Repartiré cinco cartas para cada uno -dijo la Sra Coote
-¿Cinco? -se extrañó Lisa.
-Sí, Lisa, cinco. Aunque cada partida constará sólo de cuatro rondas. No me interrumpas ahora que puedo distraerme. Bien, consiste en lo siguiente: El primer jugador tirará la carta con numeración más baja; el segundo debe tirar otra con numeración más alta; el tercero más alta todavía y el cuarto la más alta posible. De esta forma ganará el último jugador. Se sumarán entonces los números de cada carta y el ganador tendrá tantos puntos. Si, por ejemplo, el segundo jugador tirara el mismo número que el primero y lo mostrase, a la hora de sumar los puntos, su número no contaría. Y eso es todo, ¿entendido?
-Creo que sí,abuela.
-¿Y tú, Jeff?
-Perfectamente, señora.
-¿Askill?
-Sí, señora.
-Pues empecemos- sentenció la Sra Coote afirmando con su ovalado y pintado rostro.

     La Sra Coote repartió las cinco cartas a cada uno. Su tía, la Sra Magda Peters, observó, desde su butaca, la reacción de cada uno de ellos. La de su sobrina, de disgusto; la de su bisnieta-sobrina, de satisfacción; Askill no demostró emoción alguna; la del joven Jeff, de sobresalto.

-En fin -suspiró la Sra Coote-, empieza la primera ronda. Miremos bien las cartas. Con atención, con mucha atención...Tiraré yo primero, ¿de acuerdo? Y después Lisa, usted Askill y Jeff. Por este orden. Aunque el que gane tirará primero. Recordad que las cartas deben mostrarse encima de la mesa, menos la última.

     La primera ronda fue de la siguiente manera: La Sra Coote tiró el dos de bastos; Lisa, el cuatro de oros; Askill, el siete de copas y Jeff, el ocho de oros. Ganó Jeff con veintiún puntos.
     La segunda ronda fue así: Jeff tiró el seis de oros; la Sra Coote, el seis de bastos; Lisa, el ocho de copas y Askill, el nueve de oros. Ganó Askill con veintitrés puntos.
     La tercera ronda fue la más corta: Askill mostró el nueve de espadas; la Sra Coote, el tres de copas; Lisa, el rey de oros y Jeff, la sota de espadas. Ganó Lisa con treinta y cuatro puntos.
     La cuarta ronda fue la más emocionante:
-Ahora debería ganar yo, pues ya habéis ganado cada uno una partida -dijo bromeando la Sra Coote.
-Qué juego más peculiar -comentó Lisa- ¿Cuándo te lo inventaste?
     La Sra Coote la miró unos instantes y le respondió de una forma lenta y exageradamente teatral:
-Hace muy poco... En una de estas tardes primaverales en las que una se encuentra sola y no sabe qué hacer...
     La Sra Coote volvió a la normalidad:
-Qué, ¿continuamos?
-Sí, abuela. Esta vez empiezo yo.

     Lisa tiró el rey de espadas; la Sra Coote, el cuatro de espadas; Askill, la sota de copas y Jeff el caballo de bastos. Ganó otra vez Lisa con treinta y siete puntos. Fue ésta quién dijo sorprendida:
-He ganado dos partidas y no puedo creérmelo. Este juego no es tan sencillo como parece, abuela. Pero es muy corto. ¿No podemos jugar otra partida?
-No, Lisa. Mejor en otra ocasión. Todavía tenéis que contarme el viaje que hicisteis a París -dijo con un gesto preocupado mientras miraba sus cartas.
-Otro día tendrá más suerte, Sra Coote -dijo Jeff a modo de consolarla.
-Y pensar que es un juego fruto de mi intelecto. La próxima vez os ganaré a todos.

     Los tres sonrieron por lo que había dicho. No enseñaron la última carta, y entre risas y charla no preguntaron por qué no había una quinta ronda.
     Luego Askill se retiró. La Sra Coote habló animadamente con los dos jóvenes. Hacia las siete se despidieron.
     Cuando volvió a la terraza, se encontró con su tía, la Sra Peters, que observaba curiosamente tanto las cartas descubiertas como las que no. La octogenaria mujer era alta, guapa, de ojos azules, más bien gruesa, de cabellos blancos y vestía severamente de gris.

-Tía, luego me explicará este extraño juego que se ha inventado.
-No es extraño, Patricia. Es un juego muy práctico para determinadas observaciones. Las confirma.
-No la entiendo.
-Escucha y lo comprenderás. Desde el salón he visto como comíais y luego jugábais. Me gusta observar a la gente...desde niña. Y ahora giremos las cartas y te diré lo que "dicen".
-¿No creerá usted en esas cosas?, ¿verdad? -dijo asustada.
-No, no, querida. Las encuentro peligrosas y antinaturales. Yo me refiero a otras cosas mucho más sencillas. No hace falta ser un iluminado ni estudiar el significado en sí. Además, la baraja española es inofensiva. La que habéis usado me la regaló Michael, tu nieto, poco antes de que se divorciara el príncipe Andrés... Bien -continuó la Sra Peters que miraba a su sobrina un poco impaciente- ¿quieres que empiece por ti, querida?
-Como quiera, tía.
     Y dio la vuelta a la primera carta.
-El as de copas... -dijo, y seguidamente meditó- Ibas a por todas, ¿eh? Bueno...ejem... creo que hiciste trampa...; aunque lo comprendo. Todos tus números eran bajos.
-Acertó. Debí tirarla en la primera ronda, pero no lo hice.
-Lo que no entiendo es por qué tenías que ser la segunda en tirar. Hubiera sido más lógico que, después del ganador, tirara el jugador de su izquierda, ¿verdad? -la Sra Peters calló para continuar- No te ofendas, pero siempre has sido un poco egoísta, Patricia.
-Es cierto, tía, pero tiene que comprenderlo. Con los números que tenía, ¿qué quería?, ¿qué hiciera el ridículo?
-Pero si sólo es un juego. No deberías tomártelo así.
-Sí, ya lo sé, pero no puedo remediarlo.
-En fin, qué le vamos a hacer. La verdad es que tenías unos números malísimos. Miremos ahora la carta de Lisa porque estoy muy intrigada.
     Lo que vio no le gustó.
-Me lo temía; ha dejado el siete de espadas. Hubiera podido tirarla en la segunda ronda, ¿sabes? Pero yo sé porqué no la tiró.
-¿Por qué?
-Tiene una enfermiza fobia hacia los números impares. Cuando comíais los tres, ¿no te diste cuenta de lo nerviosa que se encontraba? Por poco no me levanto y me uno a vosotros.
-Tía, no me hará usted creer que sólo por eso...
-No sólo por eso; y por muchas cosas más, querida, por muchas cosas más. Vi su cara hoy y la de hace un mes en la comida que dio su tía Violeta; eramos ocho y estaba mucho más relajada. Cuando llegó el segundo plato y vi los muslos de pavo, me inquieté. Ya sabes que no le gustan demasiado; pues para que no se molestara Violeta, pidió dos muslos pequeños, y no uno, que hubiera sido lo más natural. Dos son las medallas que lleva en el cuello. No tiene reloj de pulsera. Siempre come en horas pares y hoy no ha sido la excepción.
-Es verdad, comimos a las dos.
-Por eso no he comido con vosotros, y lo siento. Demasiado tarde para mí.
-Pero tía, ¡entonces está enferma!
-Sí, muy enferma. Hablé con su madre hace una semana. Pronto empezará un tratamiento; aquí, en Londres.
-No puedo creerlo -dijo asombrada.
-Es duro; pero es joven. Yo creo... yo creo que se curará.

     La Sra Coote pensó durante unos instantes en su nieta. La verdad es que notaba algo raro en ella pero no sabía el qué. Ahora le venía a la memoria que una vez Lisa se quitó súbitamente uno de sus collares, el de perlas, y se dedicó a contarlas. Se puso hecha una furia cuando descubrió que habían treinta y nueve. El collar no se lo volvió a poner y compró otro en su lugar.
-Ahora le toca el turno a Askill, tía -dijo un poco triste.
-Sí -afirmó la Sra Peters que vió la carta y calló durante unos segundos- La sota de bastos..., la hubiera podido tirar también; en la última ronda, en lugar de la sota de copas. ¡Cómo ha sufrido, el pobre Askill! Me comentó que su infancia fue muy pobre, triste y desgraciada. Su madre, a la que adoraba, se suicidó. Ha tenido una vida muy dura. Pobre hombre.
     Se hizo un silencio angustioso. Aquel juego empezaba a convertirse en una pesadilla.
-No creo que en Jeff haya algo trágico -comentó intranquila la Sra Coote.
     La Sra Peters la miró tristemente. Luego descubrió la última carta.
-Debí imaginarlo. Copas. El cuatro de copas. Qué curioso.
-No entiendo nada.
-Quizá no te fijaste en su cara cuando serviste las bebidas a la hora del postre. Le serviste tres copas de coñac sin darte cuenta. El las aceptó. Luego, casi maquinalmente, el joven iba a servirse la cuarta. Creo que tiene problemas con la bebida, querida. Sus manos temblaban, sus ojos parecen enfermos, apenas comió.
     Hizo una pausa para añadir como si de una sentencia se tratase:
-La última carta es la que nos indica como somos o lo que sentimos.
-No creo en tal monstruosidad, tía -dijo molesta la Sra Coote.
-El tiempo me dará la razón.
-Qué juego tan extraño. ¿Seguro que se lo ha inventado usted?
-Sí...- dijo con una voz un poco misteriosa.
     La Sra Peters observó a su sobrina cuya mirada era desafiante. Fue ésta la que comentó:
-Me pregunto qué carta hubiera dejado usted. No es egoísta, ni tramposa; ni maniática; ni ha sufrido mucho en la vida; ni tiene problemas con la bebida. ¡Algun defecto debe tener!
-Claro, como todo el mundo.
     La Sra Coote preguntó despacio:
-¿Y qué carta sería, tía?
-Cuando hagamos otra partida, quizá lo sepas. Pero está clarísimo. Su deducción debe ser fácil para ti.
-"¿Fácil? -se dijo la Sra Coote- Tal vez el as de espadas, pues un primo de tía Magda murió de un sablazo en unos disturbios en la India, o quizá el dos de oros que podían recordarle aquellas dos monedas que tenía como pulsera y que las había perdido hacía mucho tiempo ocasionándole un gran disgusto". La verdad es que no lo sabía. Ni lo sabría, estaba convencida.
-¿Y qué significan por ejemplo...los oros, si es que significan algo? -preguntó intrigada la Sra Coote.
-Claro que significan algo -empezó a decir lentamente- Para ti, riqueza y poder; para Lisa sólo es un color; para Askill, en cambio, calor. ¿No viste la cara que puso al tirar el nueve de oros? Para él eran como nueve soles abradasores; en cuánto a Jeff, la aventura, la búsqueda de lo imposible. Su lucha.
     Un escalofrío de angustia se apoderó de la Sra Coote.
-No, no siga. Es muy duro lo que dice, tía.
     Y con seriedad y disgusto añadió:
-Preferiría no saber lo que significan para usted.



     A la mañana siguiente, la Sra Peters se dirigió a la terraza como casi todos los días y se encontró con su sobrina que estaba desayunando. El cielo estaba un poco nublado como el día anterior.
-Buenos días, Patricia.
-Buenos días, tía Magda. ¿Quiere tomar alguna cosa?
-No, gracias. He pasado mala noche.
     La Sra Coote se inquietó:
-¿Se encuentra bien, ahora?
-Mucho mejor, gracias. ¿Sabes?, estaba pensando en lo que me dijiste ayer. La carta que no habría enseñado. Creo que estás un poco molesta conmigo, Patricia.
-No, no es cierto.
-Sí, sí que lo estás. Hace mucho tiempo que te conozco y quizá sin darme cuenta hago mal a veces. La verdad es que no tenemos muchas cosas en común.
     Y expresamente añadió:
-Me da la sensación de qué me tienes un poco de envidia.
-¿Ahora resulta qué soy envidiosa?- le dijo muy ofendida- Y usted qué, ¿está libre de defectos?
-¿Ves? ¿Te has dado cuenta de lo que nos ha sucedido? Nos hemos vuelto a pelear otra vez. Hay cierta lucha entre nosotras. Ya sé qué, en ocasiones, me las doy de listilla y eso te irrita. Entonces tú me atacas y yo intento defenderme.
     La Sra Peters se fijó en los ojos de su sobrina.
-¿No adivinas de qué carta se trata?
-No, tía.
     Se hizo un silencio largo, tenso y misterioso.
-Se trata...del dos de espadas -dijo la Sra Peters.
     Y a continuación añadió:
-Odio las discusiones, Patricia; no las soporto. Soy vieja, pocos años me quedan ya. A veces mis aires de lista me han traído más de un disgusto sin quererlo. Además, he molestado a la persona que más quiero en este mundo sin darme cuenta; y esa persona eres tú, querida.
     La Sra Coote se fijó unos momentos en ella y le sonrió. Luego le dijo emocionada:
-Espero y deseo que esa carta no la guardemos ni usted ni yo, nunca, tía. A propósito -comentó de pronto- la próxima semana vienen mi sobrino Derek y su mujer. Podríamos volver a jugar, ¿no le parece? Estoy intrigadísima por saber qué carta no enseñarán.
-Bueno... verás...-titubeó la Sra Peters.
-¿Sucede algo?
-Sí. Precisamente esta noche se me ha ocurrido otro juego, aunque será con la baraja francesa.
-¿Y puedo saber el significado qué tiene? -dijo curiosa.
-No, querida- le contestó dulcemente- espera a qué vengan y cuando acabemos la partida y hayan marchado, lo sabrás.                         

                                                                      FIN  


                                      UN JUEGO CON LA BARAJA FRANCESA (II)


   ¿Os acordáis bien de la anterior narración que leísteis sobre mi abuela, la Sra Patricia Coote? Debo deciros que al final de la misma aparecía una enigmática afirmación de la tía de ésta, la Sra Magda Peters, pues decía que acababa de inventarse un juego con las cartas; con la baraja francesa.
     Mi abuela y su tía, la Sra Peters, vivían en el lujoso barrio de Mayfair, en Londres. La casa era propiedad de mi abuela, rica mujer septuagenaria, divertida, presumida, atractiva aunque no bella, emprendedora y decidida, un poco egocéntrica pero a la vez altruista, que se había quedado viuda muy joven con dos niños. Los niños son mi madre Clara y mi tío Clement. Para que os pongáis un poco en situación en referencia a mi familia debo deciros que algunos años después, mi madre se casó con el conde Charles Wigminton y tuvieron dos hijos: primero yo, Michael y luego Melissa, mi hermana. Hemos sido y somos una familia unida y tradicional.
     La que no lo era tanto era la familia de mi tío Clement. Mi pobre tío se casó pronto y mal, (es una pena decirlo pero es la verdad) con una muchacha de muy buena familia, pero con serios problemas mentales, un  tema tabú antes y ahora. Tuvieron una niña, Lisa, que ya la conocéis del primer relato. Poco después mis tíos se divorciaron. Dada la situación de mi tía, la niña se quedó con mi tío. Este se casó nuevamente con mi tía Delia y tuvieron tres hijos. El matrimonio afortunadamente funcionó y han sido felices. La única preocupación de todos ha sido mi prima Lisa que siempre fue una niña depresiva y que cuando se convirtió en una linda muchacha desarrolló un transtorno fóbico hacia los números impares (qué cosas tan raras pueden existir y existen). Ya está en tratamiento. Y hablando de números, su enfermedad fue detectada por tía Magda en aquel original juego que explicó. La abuela creía que el juego era de tía Magda, pero al negarlo ésta un tanto dudosamente, creyó que el juego era de una gitana que vivía en el barrio y que echaba las cartas en un lujoso apartamento cercano al suyo y de la que tía Magda hablaba a menudo. Yo, que no creo en estas cosas y me dan repelús cómo a tía Magda aunque a veces diera la sensación de lo contrario, debo admitir que una vez la visité y me gustó. Era de mediana edad, seria, guapa y educada, aunque muy distante. Y lo que predecía, sucedía casi siempre en un tiempo inferior a los seis meses. No sé cómo clasificarlo, era algo increíble a la vez que aterrador. Que yo sepa falló en muy pocas ocasiones. La gitana, de origen griego y llamada Athina, se hizo muy rica y tenía muchas visitas nacionales e internacionales (incluso políticos). Trataba todo por igual: amor, muerte, salud, trabajo y suerte. El interesado debía estar presente en la reunión y sólo le afectaba a él. Nada de magia negra y males ajenos. La gitana decía la verdad con sus cartas (unas que había hecho ella misma) y tenía mucho éxito.


     Hablemos ahora un poco de tía Magda. Era muy distinta a mi abuela: alta, gruesa, seria y parca en palabras. Sin embargo se complementaron y siempre congeniaron. Había vivido con su marido muchos años en el Canadá y cuando cumplieron los setenta regresaron a Londres. No tuvieron hijos. Y al quedarse viuda, mi abuela le dijo que pasara una temporada en su casa. La temporada se hizo más larga, pues tía Magda se cayó por la acera, tuvieron que ingresarla y luego la larga recuperación que fue buena pero lenta. Mi abuela se ocupó de todo. Tía Magda le estuvo muy agradecida y aquello las unió más. Hacía poco que había cumplido los ochenta y cuatro, doce más que la abuela.


     Cuando tía Magda se inventó aquel segundo juego, era necesario  que estuvieran de 6 a 7 jugadores. Y cuando llegó el  gran día, los participantes del enigmático juego fueron los siguientes:
1.-Tía Magda.
2.-Mi abuela, la Sra Patricia Coote ( a quién iba dedicado el juego).
3.-Mi tío Derek (único varón de la velada, el pobre). Sobrino de la abuela. Hijo de la hermana de la abuela, llamada Miriam.
4.-Su mujer, Elena.
5.-Una  amiga de la abuela; la condesa Virginia Osmond-Ryce.
6.-Otra amiga de la abuela, la Sra Judith Tremelaw, propietaria de la famosa casa de paraguas del mismo nombre.

     Lo curioso del caso es que a través del juego de cartas que se inventó tía Magda y que creía que podría aplicarse con sentido, apareció otro con resultados más sorprendentes.
     A modo de resumen, con la baraja francesa mi tía bisabuela (ella insistía en que la llamáramos sólo tía Magda, el hecho de ser tía bisabuela le gustaba y le disgustaba a la vez, seguramente porque la hacía más mayor) había pensado que los corazones (amor) serían los palos más determinantes para mis tíos pues hacía 21 años que estaban casados; los diamantes (riqueza) irían destinados a la Sra Tremellaw; los tréboles de la suerte para la Sra Osmond-Ryce (tía Magda creía que se casaría por fin a sus casi 60 años con un antiguo pretendiente de juventud); y las picas (los problemas, en este caso los de Lisa), serían para mi abuela. Como comprenderéis, el original y sencillo juego consistía, entre otras cosas, en que cada jugador tuviera el máximo de corazones en su poder, así como los diamantes y tréboles. Las picas eran el palo maldito y cuantos menos tuvieras, mejor. Se tiraban las cartas en orden descendente empezando con el rey y acabando con el as. Había muchas rondas, las necesarias, y se jugaba con cuatro barajas francesas.
     Toda la historia me la contó mi tío Derek y la abuela.Y como soy periodista escribí lo sucedido algunos años después. Lo mismo pasó con la primera narración “La última carta española”; mi abuela Patricia me lo explicó todo. Tía Magda lo supo años después.
     Así que tenemos una pequeña trilogía que podría llamarse así: 3 juegos de cartas para la Sra Coote. Tres juegos de cartas enigmáticos con resultados sorprendentes.
     Nuestra acción transcurre en Londres, en una soleada tarde de octubre del año 1999. Y la historia empieza ahora:


     En el gran y lujoso salón de la Sra Coote se hallaban reunidas, alrededor de una pequeña y redonda mesa, cinco personas (había otra mesa mucho más grande en una esquina y que se utilizaba para otras ocasiones, cuándo los participantes superaban las diez personas). Faltaba tía Magda que había ido un momento a su habitación.

     La Sra Osmond-Ryce que parecía un poco ausente se encontraba sentada entre la Sra Coote y de Derek. Era una mujer casi sexagenaria, amiga de la Sra Coote  desde hacía años, pero sobre todo de los Winmigton, la familia de mi padre. Era una mujer delgada, de mediana estatura y tez blanca. Vestía de beige y llevaba también un bonito foulard y muchos collares a juego. Lo más característico de ella, sólo al verla, era su gran moño rubio que empezaba ya a cambiar de color, un color más propio de su edad. De hecho toda la vida llevó aquel  bonito peinado que la favorecía mucho, incluso habían ciertas murmuraciones diciendo que no era suyo, sino una peluca, pero estaban equivocados. La Sra Osmond-Ryce era dulce y tenía un aspecto refinado y algo inexpresivo.

     Por otra parte la Sra Tremelaw, sentada al lado de mi tía Elena, que también era amiga de la anterior citada, era alta, un poco gruesa, muy morena, con el cabello negro y corto. Era mayor que la Sra Virginia Osmond-Ryce, una edad parecida a la de la abuela. Parecía muy simpática y llevaba un bonito estampado azul marino. Estaba casada y tenía cuatro hijos y ocho nietos, siendo éstos últimos tema de conversación principal. La vida le sonrió. Era muy amiga de mi abuela, desde niñas. Y era curioso pues su hermana mayor (que murió hacía poco) fue muy amiga de la hermana mayor de la abuela, la madre del tío Derek.

     Mi tío Derek tenía unos cuarenta y cinco años. Moreno, jovial, atractivo, con una barba y bigote que lo favorecían. Trabajaba en la embajada Sueca en Londres y tenía dos hijos ya universitarios. Era feliz en su trabajo y estaba muy enamorado de su mujer. Le encantaba viajar, quizá a veces demasiado. Sus últimos viajes habían sido a lugares muy lejanos y largos; como el espectacular viaje de la Patagonia hasta Venezuela que hizo hacía cinco años, durante las vacaciones de verano.

     Su mujer, Elena, era de mediana estatura, de cabellos rojizos (cómo la abuela). Tenía un rostro corriente pues no era ni guapa ni fea. No le gustaba mucho viajar. Había perdido un poco de vista y llevaba desde hacía un tiempo unas gafas que le aparentaban más edad. Durante la comida (todos estaban invitados a comer y la partida empezó a las cuatro) no habló mucho. Parecía cansada. Trabajaba en una tienda de ropa para niños. El negocio era suyo y le iba estupendamente. Su gran pasión era la pintura.

     Los seis participantes habían jugado al póker y luego a la canasta. La abuela tuvo mucha suerte pues ganó en casi todas las partidas (no le gustaba perder y era bastante competitiva). En cambio la Sra Osmond-Ryce no ganó ninguna.
-Ya llego, ya llego- dijo una voz que provenía del fondo del pasillo que todos identificaron como la de tía Magda, como era lógico.
-Ahora empezaremos el nuevo juego- dijo jovialmente la Sra Coote que iba vestida de blanco- Aunque hay algunas cosas que no me han quedado muy claras, tía.
-No te preocupes, Patricia- iremos jugando poco a poco y si hay dudas me las iréis diciendo-dijo la voz ya más cercana.
-¿Y cómo se llama este juego?-preguntó intrigada la Sra Osmond-Ryce.
-La verdad es que no tiene nombre- contestó la abuela Patricia- tendremos que pensar en alguno, ¿no?
-Podría llamarse el juego Peters –dijo mi tía Elena con simpatía.
-Sería divertido que a un juego se le pusiera mi apellido- dijo sonriente tía Magda-pero es muy sencillo en comparación con los otros. No tiene mucho mérito.
-Pues claro que lo tiene, tía. No es tan fácil pensar y desarrollar un juego. Y a su edad. Tiene muchísimo mérito-dijo eufórica la abuela felicitándola.
-Nosotras haremos publicidad del juego- dijo sonriente la Sra Tremelaw- En el club hay algunas señoras que empiezan a estar un poco hartas de los tradicionales juegos de naipes con las dos barajas.
-¿Hay muchas rondas?- preguntó entonces tío Derek.
-Las necesarios, querido- le respondió sin determinar.
-Pues hay una cosa que no me gusta mucho de esta velada, tía.
-¿Cómo dices, Derek?- se sorprendió mucho mi abuela a la vez que lo miraba con asombro.
-¿Cómo es que solamente hay un hombre? Me siento un poco… marginado- continuó como ofendido (que no lo estaba pues era un poco de la broma)- mirando a todas las mujeres.
-Lo sé, Derek, y lo siento. Pero debes saber que el Reverendo Mathew estaba invitado a comer, aunque finalmente me llamó para decir que no podría venir. Qué lo sentía y mucho.
-Más lo siento yo- dijo suspirando a la vez que sacaba unas pequeñas gafas para ver de cerca.
-Ya verás cómo te distraerás, querido, confía en tu tía
-Y en mi, Derek- afirmó tía Magda- ¿Sabéis? me gusta observar a la gente como juega. Para mí es tan emocionante como el propio juego. La cartas–continuó tía Magda mientras acababa de barajarlas y repartir a cada jugador diez- no dicen nada, pero a veces tengo suposiciones y tal vez intuiciones con ellas. Ya lo hacía de pequeña.
-Qué miedo me da, tía Magda- dijo Derek.
-Sólo he acertado algunas veces- mintió hábilmente y como desanimada -ojalá hubieran sido unas pocas más.
-Comencemos ya, tía- dijo la abuela un poco impaciente-¿Quién empieza? 
-Tranquila, Patricia. Sí. Empecemos ahora- afirmó con cierta solemnidad- Tira primero quién tenga el rey de corazones o sino los distintos reyes de los otros palos. Primero los rojos, recordad: es decir y en orden: corazones y diamantes; y luego los negros; tréboles y picas. Cuantos menos picas tengáis, mejor.  ¿Alguien tiene reyes?


     Nadie contestó. Entonces tía Magda después de mirar a todos los presentes afirmó contenta:
-Yo seré la primera en tirar. El rey de tréboles –dijo a la vez que lo dejaba en el centro de la mesa- Ahora tirará la jugadora de mi izquierda, es decir, tu, Patricia, que deberás tirar una reina. Si no la tuvieras debes coger una carta y tirará el jugador que esté a tu izquierda, Virginia.
-Qué divertido- dijo infantilmente ésta.
-Sí, querida, además es muy distraído y necesita mucha concentración.
-Pues ahora tiro yo- dijo la abuela que tiró con energía la reina de diamantes.
-Y yo- continuó flojito la Sra Virginia Osmond Ryce- que tiró el paje de picas.
-Y yo- dijo Derek que tiró el diez de picas.
     Su mujer, Elena, cogió una carta y no tiró. Al igual que la Sra Tremelaw.
-Pues ahora me toca otra vez a mí- dijo tía Magda- que tiró el nueve de picas y añadió- Mucho mejor si los palos son distintos.

     A partir de aquel momento los jugadores tiraron las cartas en silencio, con alguna excepción.

     La Sra Coote tiró seguidamente el ocho de diamantes y la Sra Osmond Ryce, el siete de tréboles. Derek esta vez no tiró nada pero sí su mujer cuya carta fue el seis de picas. La Sra Tremelaw tiró con gracia el cinco de tréboles. Tía Magda, el cuatro de tréboles. La abuela, el tres de corazones. La Sra Osmond Ryce, el dos de picas. Tío Derek no tiró ninguna, al igual que su mujer y la Sra Tremelaw. La última en tirar la primera ronda fue tía Magda que fue quién tuvo más suerte pues tiró en las tres ocasiones y las cartas serían para ella.
-Quién tira el as, se queda con todas las cartas- afirmó con seriedad a la vez que miraba a la Sra Osmond-Ryce.
-¿Y tiene el as, tía?- preguntó la abuela esperanzada por ganar la partida.
-Pues claro que lo tengo. Y además es una pica. El as de picas- dijo con cierto triunfo.

     La primera ronda había concluido y había ganado tía Magda que en un bloc hizo unas anotaciones que nosotros no supimos. Hubo nueve rondas más. Más tarde cuando se fueron todos, tía Magda habló del juego con la abuela. En aquellas anotaciones sólo había que señalar con una cruz las diferentes cartas que habían tirado en cada ronda y el nombre (sólo la inicial) de la persona que la había tirado. En resumen, la primera ronda quedaba así:


Nombre jugador                                 1ª ronda                                             2ª ronda...



M (Magda)                                         REY de tréboles


P (Patricia)                                        REINA de diamantes                    


V (Virginia)                                        PAJE de picas                   


D (Derek)                                           DIEZ de picas    


M                                                        NUEVE de picas                              


P                                                         OCHO de diamantes                     


V                                                         SIETE de tréboles            


E (Elena)                                            SEIS de picas                                    


J (Judith)                                            CINCO de tréboles         


M                                                        CUATRO de tréboles     


P                                                         TRES de corazones                        


V                                                          DOS de picas                                   


M                                                        AS de picas        


                GANADORA, TIA MAGDA                                                        



     Luego puso las cartas en fila. Las miró pensativas, recordó algunas caras y gestos de los presentes y calló.

     Las otras partidas fueron parecidas a la primera, en cuánto a palos. Pero algo ocurrió en la décima y última. Antes de empezar la Sra Osmond-Ryce había ido un momento al baño y la abuela Patricia a la cocina, donde se encontraba Minny, la fiel y eficiente cocinera, que estaba fregando los platos. Askell, el mayordomo, no se encontraba en casa.

     Minny, que había cocinado muy bien de primer plato unos canelones de carne con bechamel y de segundo un pollo al curry, dijo un poco preocupada a mi abuela.
-Algo le ocurre a la Sra Osmond, Sra Coote.
-¿Cómo dices, Minny?
-Sí, señora. Algo le ocurre. Se trata de las salsas que han comido hoy.
-¿De las salsas? No entiendo nada.
-Verá…

     Y continuaron hablando brevemente en la cocina.
 

 
     Mientras, en el salón, la Sra Osmond Ryce había llegado y no se sentó en su sitio, sino en el de Sra Coote.
-Virginia –dijo tía Magda con mucha amabilidad- aquí se sienta Patricia, querida.
-¿Ah, sí?- exclamó con voz apagada.
-Tu sitio es éste. Cómo está al lado te has confundido de silla.
-Uy, es verdad. Qué tonta he sido. Todos los asientos parecen iguales- dijo a modo de disculpa.
-Recuerdo una vez- dijo ahora la Sra Tremelaw que fui al teatro con mi marido y no sentamos en la fila 12 y después de la pausa fuimos a la 13. Yo notaba algo raro pero no sabía el qué.
-Yo, para ver bien, ahora necesito gafas. Y serán para siempre- dijo tía Elena como una condena- Antes sólo las necesitaba para leer. Será que me estoy haciendo mayor.
-Yo en cambio nunca he tenido problemas con la vista- dijo tía Magda- Menos mal. Ya tengo suficiente con las piernas. Pero debo decir que ando un poco mejor que el año anterior, eso sí, siempre con bastón, que para mí es comodísimo.
-Todos tenemos nuestras cosas, verdad- dijo tío Derek a modo de conclusión y un poco ausente- Todos sin excepción.
     Se hizo una pausa algo incómoda. Tía Magda se daba cuenta que su juego estaba funcionando, que lo que intuía y suponía en las cartas, juntamente  con las reacciones de los allí reunidos, de los gestos, de las caras, de los silencios; eran la realidad al descubierto. En el fondo aquel juego fue necesario para determinar ciertos hechos, aunque para ella fuera agotador. En eso le daba la razón a su sobrina. No volvería a inventarse ningún otro juego nunca más.
-Ya estoy aquí- dijo entonces la abuela Patricia que había llegado tan ligera como el viento y que se sentó de inmediato en su silla.
-Pues empecemos con la última ronda, queridos- dijo tía Magda un poco aliviada.
     Esta vez fue la Sra Tremelaw quién tiró el rey de corazones. La abuela, la reina de diamantes. Tía Magda no tiró ninguna. La Sra Osmond- Ryce tiró el rey de picas.
-No es así, Virginia, es en sentido, descendente, recuerda- dijo con dulzura tía Magda.
-Uy, es verdad, que tonta he sido.
     La Sra Osmond-Ryce rectificó y tiró el paje de corazones. Tio Derek el diez de picas…
     Y todos fueron tirando las cartas esta vez más lentamente hasta que la partida se acabó. A todos les gustó aquel juego, en especial a la abuela y a la Sra Tremelaw. Tía Magda tenía una hoja llena de anotaciones y cuando preguntaron que por que lo hacía,  dijo una pequeña mentira, argumentando que quería hacer una estadística con el juego. Y todos la creyeron. 


     El tiempo iba pasando y hacia las seis de la tarde Minny trajo unas sabrosísimas galletas acompañadas de un vino oporto. Luego hablaron de viajes, desde todos los puntos de vista. Estuvieron hasta las siete, hora en que todos marcharon.



     Cuando se quedaron las dos mujeres a solas, tía Magda habló con más profundidad de su juego. Se encontraban sentadas en el sofá, delante de la recién comprada televisión en color.
-Los jugadores que hemos ganado más partidas hemos sido tú, Judith y yo. Tú, con diamantes. Y Judith y yo, con tréboles. Buenas cartas, buenos números. En parte me lo suponía. Pero también hay jugadores que han tirado la misma carta en las diferentes rondas. Y esto es muy significativo y para mí muy importante.
-¿Ah sí?- exclamó asombrada- ¿Quiénes?
-Todos, Patricia.
-¿Todos?
-Sí, querida. Tú, por ejemplo. Había pensado que tu palo determinante serían las picas por los problemas de Lisa, tu nieta. Pero creo que me he equivocado. Has sacado muchos diamantes seguidos y has repetido el 8 de diamantes en la 1ª, 3ª y 7ª ronda. Tres veces. Es sorprendente.
-¿Y qué quiere decir con esto?
-Creo que vas a recibir mucho dinero. Es sólo una suposición, pero una fuerte suposición.
-Pero si ya tengo mucho dinero, tía.
-Esto será algo diferente. Algo muy fuerte. Alguna herencia, algún juego. Algo… (Leer la narración “La premonición de Anais”).
-Ojalá tenga razón. ¿Sabe?, una parte iría para usted y para familiares cercanos y otra para alguna organización benéfica. 
-Eres muy buena, Patricia. Esto… ¿Quieres que hablemos  ahora de tu sobrino Derek y de su mujer?
-¿En qué palo había pensado usted?
-Para los dos había pensado en los corazones, en el amor. Creo que también me he equivocado. No sólo en las cartas sino en el comportamiento que han tenido hoy. Si has observado bien no han hablado casi nada entre los dos en toda la tarde. Extraño, ¿no? Sus diferentes gustos se están acentuando y las cartas…ay, las cartas.
-¿Qué sucede con las cartas?-exclamó preocupada.
-Los dos han repetido las picas. Derek el dos y Elena el nueve. Además han sido los palos que más tenían.
-Pero era lógico que tuvieran muchas picas, como todos los ganadores. La gente los iba tirando, lo que dijo usted.
-En parte sí, pero no tenían casi ningún corazón y si lo tenían eran números bajos. Creo que tienen problemas en su matrimonio. Hay cierta crisis, estoy segura y creo que en parte la tiene Derek con sus viajes tan largos. Eso los separa en todos los sentidos. Debería hacerlos un poco más cercanos y más cortos. Elena, además, ha envejecido más que Derek. Y ha sacado 3 pajes y ningún rey; rey y reina, marido y mujer. Quizá se haya fijado, sólo quizá… en algún otro hombre…más joven –dijo lenta y preocupadamente.
-Tía, todo esto son sólo suposiciones –le respondió un poco molesta al oír aquellas palabras poco justas que le parecían cómo una sentencia.
-Lo sé. Pero algo pasa entre ellos. ¿Hablarás con Derek? Primero con su madre, tu hermana Miriam, por supuesto.
-Sí, tía, lo haré. Se lo prometo.
-Gracias, querida. No sabes lo aliviada que me quedo.
-¿Y qué crees que le sucede a Judith? –preguntó al  pensar entonces en su amiga de toda la vida.
-A Judith Tremelaw le adjudiqué los diamantes (riqueza). Es muy rica por el negocio de los paraguas de su marido. Y creía que la prosperidad económica continuaría. Pero le han salido muchos tréboles. Judith ha tenido mucha suerte en la vida y continuará teniéndola. Hay personas que en esta vida la tienen, otras que no tanto y otras que en absoluto. No sé qué tipo de suerte será. Pero ha sacado dos veces el 5 de tréboles y el trébol ha sido el palo que más ha tirado en cada ronda.

     Se hizo una pausa. Ambas se miraron con seriedad porque sabían de quién hablarían a continuación.
-Creo que coincidiremos en Virginia Osmond Ryce- dijo la abuela con pena.
-¿Tú también la has observado?
-Sí. Está enferma, tía Magda. Hablé con Minny, la cocinera. Me habló de las salsas. La pobre Virginia confundió la salsa de bechamel con la salsa al curry cuando fue a la cocina para felicitarla de lo bueno que estaba todo. Ya sabes que a Virginia le encanta comer. Todo el rato insistía en lo buenos que habían quedado los canelones al curry y el pollo a la bechamel. La pobre lo dijo al revés. Qué pena y qué disgusto. Si es mucho más joven que yo. No puede ser.
-Pero lo es, por desgracia. Sí, yo también he notado algunas cosas raras en ella. En dos ocasiones se ha equivocado con las cartas. En una de ellas ha tirado el rey cuando tenía que tirar la reina. En otra ronda no tiró nada pero vi que tenía una carta para tirar y no lo hizo. Yo creo que tiene problemas serios con la memoria. Deberá ir a un especialista, si es consciente de lo que le pasa. Cuando se equivocaba todo eran disculpas, la pobre.
- Hablaré con su hermana Cornelia muy seriamente- dijo la abuela.
-Yo había pensado que en Virginia el palo determinante serían los corazones. Creía que se casaría con el hombre que sale en muchas ocasiones y que fue un antiguo pretendiente de juventud; viudo desde hace ya muchos años 
-Sí, a mi me dijeron lo mismo. Quizá también vaya con ella para protegerla, vigilarla. Quizá ya lo sepa. Quién sabe- suspiró la abuela.
-La pobre ha tirado picas en muchas ocasiones y ha repetido el número cuatro en dos ocasiones. Qué mala suerte ha tenido.

     La Sra Coote miró entonces a su tía y le dijo con cierta solemnidad:
-Ya sé que detesta a la gente que echa las cartas, la gente que a través de éstas pueden predecir el futuro. Cree que son unos farsantes. Las famosas echadoras de cartas que tanto miedo le dan por todo lo que comporta. Pero debo decirle que sus suposiciones son tan o más buenas que las de éstas pues lo acierta todo y bien. No sé cómo lo hace. ¿Qué diferencia hay entre usted y Athina ? A efectos prácticos, creo que en ninguno. Cada una a su estilo va analizando a cada persona con la carta o cartas que tiene.
-Quizá- dijo enigmáticamente tía Magda.
-Y hablando de Athina- continuó la abuela- tiene que saber que ayer me presentaron a otra mujer que también se dedica a esto, pero de otra manera. Para ella son muy importantes las cartas y los números. Se llama Anais, es inglesa y ya mayor. Sólo pasará breves temporadas en Londres, ya que es y vive en Brighton.
-A ti te gustan mucho los temas ocultos, ¿no? Saber el futuro y contactar con los difuntos del pasado, por ejemplo. El significado de las cartas para mi, repito, no existe, son sólo fuertes suposiciones e intuiciones si queremos ir más lejos. Es difícil explicarlo. Sé que estos temas te han gustado desde siempre.
-Debo admitir que sí, tía. Al contrario que usted. Si estuviéramos en el siglo XIX  ya hubiera hecho alguna sesión de espiritismo, estoy segura. Soy muy curiosa, pero también religiosa y sé dónde poner los límites. Qué extraña  dualidad ¿no?… Por cierto –dijo de pronto recordando muy sorprendida- ¿Y usted, en que palo del juego había pensado? Sólo falta usted para completar el ciclo. 
-Yo había pensado en los tréboles. En los tréboles de la suerte. En los tréboles de mi vida. He tenido suerte en la vida, Patricia –dijo a modo de conclusión- Y ahora, en la vejez, me siento querida y cuidada. He sido la única que ha pensado que el palo determinante sería ese y ese ha sido el palo que más he tirado. Doble coincidencia. Además también he sido una de las tres ganadoras. Tres partidas yo, tres  partidas tú y tres partidas, Judith. Elena ganó también una y me alegro. Estaba un poco triste y espero que todo se arregle. Pero volviendo al agotador juego creo que la ganadora más completa he sido yo
-Yo pienso lo mismo, tía Magda. Y tiene mucho mérito.
     Y de pronto recordó algo y cambiando de tema de conversación, añadió: 
-¿Qué le parece si vemos un poco la televisión? Ponen una película de la Garbo, su actriz preferida. Creo que se trata de “El velo pintado”
-Recuerdo que la vi hace muchos años en el cine. No es de las más conocidas de Greta Garbo, de su etapa sonora. La miraré con mucho gusto.
-La miraremos, tía Magda- le contestó con simpatía.

     Y esto es lo que hicieron al cabo de unos minutos, cuando dieron las siete y media en el gran reloj de pared del bonito salón donde residían.



                                                                  FIN


                                            LA PREMONICIÓN DE ANAIS (III)


     Recuerdo aquel  20 de marzo de 2000 como uno de los más fríos que pasé en mi vida. Era sábado. Nevaba, hacía mucho viento y las temperaturas estaban por debajo casi siempre de los cero grados. Han pasado ya diez años de aquella reunión y me acuerdo perfectamente de lo que pasó y de sus consecuencias.
     Aquel día fui invitado por mi abuela, la Sra Patricia Coote, a pasar la tarde con unos amigos suyos y con una conocida que poseía extraños poderes adivinatorios con las cartas; una vidente. Mi abuela era vital y presumida, un poco egocéntrica y supersticiosa. Y no fui solo, sino con mi mujer. Hacía muy poco que nos habíamos casado. Los dos contábamos veinticinco años.
     A mi abuela y a su tía, la Sra Magda Peters, les encantaba jugar a las cartas; desde siempre. Las dos vivían juntas desde hacía años y eran viudas. Mi abuela era muy conversadora, en cambio su tía era más parca en palabras, más seria y a veces adusta. Recuerdo que muchas amistades suyas se reunían todos los sábados por la tarde a jugar a la “maratón de las rondas” como así decían, ya que aquella tarde se jugaba a las cartas desde las tres hasta las nueve de la noche. Y se utilizaba, según el  juego, la baraja francesa o española. En estas partidas había mucha gente, recuerdo que en una ocasión se llegó  hasta dieciséis personas, la mayoría de edad avanzada, muchas más mujeres que hombres, todos sentados alrededor de la gran y redonda mesa de nogal. Parecía que estuvieran celebrando una fiesta, pero no. Sólo jugaban a las cartas con auténtica pasión. Incluso tía Magda se inventó dos juegos con las cartas que resultaron muy misteriosos. De hecho, los dos juegos que se inventó se parecían al juego premonitorio que hizo aquel día la extraña dama. Las cartas tenían también un significado; en el de aquella vidente, había una mezcla de estudio, intuición, visión e interpretación; en la de tía Magda, sólo una fuerte suposición.
     Aquella tarde, quizá debido al frío que hacía, sólo se hallaban reunidas siete personas que os describo brevemente y que serán los protagonistas de este relato.

1.-Mi tía, la Sra Patricia Coote.
2.-Su tía, la Sra Magda Peters.
3.-Yo, Michael, nieto de la Sra Coote.
4.-Mi mujer, Margaret.
5.-Un amigo de mi abuela, el Sr Clayton.
6.-La hermana de este amigo, la Sra Clayton.
7.-La extraña dama conocida por ésta, conocida por su adivinación llamada Anais.
  
     La tía Magda se molestó mucho por la presencia de esta mujer. No le gustaba nada el tema del significado de las cartas, ni lo que esto conlleva: dependencia y obsesión. Lo encontraba peligroso y antinatural.
     Estábamos todos sentados alrededor de la bonita mesa del salón. El reloj de pared estaba a punto de dar las tres de la tarde. Por la ventana veíamos como volvía a nevar. 
 -Abuela- dije a la espera de sus amigos y de la extraña dama- ya sabes que a Margaret y a mí también nos gusta jugar a las cartas, pero no toda la tarde.
-Ya lo sé, Michael. Esta reunión con Anais será breve, quizás sólo dure una hora. Luego se marchará y podremos jugar con normalidad. Además –prosiguió- creo que será una velada inolvidable, especial.
-Y tan especial- dijo un poco molesta su tía, la Sra Peters, octogenaria mujer que iba vestida de negro y que tenía el cabello blanco plateado, dándole un aire distinguido.
     Las dos mujeres se llevaban pocos años entre sí, pero tenía una explicación ya que la tía Magda era la hermana pequeña (se llevaban casi veinte años) del padre de mi abuela.
-Esta mujer…esta mujer debéis saber- nos dijo la abuela mirándonos a la cara con mucha atención y lentamente - adivina el futuro de la gente… pero no el futuro lejano, sino el futuro próximo. Lo que pasará al día siguiente, en muchos casos. Así me lo ha dicho mi amiga Daphne Clayton, la que vendrá hoy con su hermano, Jason.
-Tonterías, Patricia –dijo la tía Magda ligeramente alterada- Mira, si la cosa se pone fea y empieza a decir tonterías, me levantaré de la mesa y me iré a mi habitación. 
-Lo entiendo tía, pero seguro que le gustará. No es peligrosa ni rara. Es muy dulce.
-Así lo espero- concluyó.
-¿Con que baraja se jugará? -preguntó entonces mi mujer.
-Con la baraja francesa- contestó mi abuela-es la que utiliza siempre Anais.
-Tus amigos, los hermanos Clayton, sí que son encantadores. Me alegrará volver a verlos-dijo  la abuela con cierta expresión de alivio.
-Pues creo que deben ser ellos- dije al escuchar el sonido del timbre- Voy a abrir la puerta, abuela.
     Debo decir que aquel día ni Askill, el mayordomo, ni Minny, la cocinera de mi abuela no se encontraban en casa. Para mí que la abuela no quería que estuvieran presentes aquella tarde. Por ese motivo tuve que hacer las funciones de él, y mi mujer (voluntariamente) la de ella. Así era la abuela.
     Cuando abrí la puerta pude ver a los dos hermanos con más atención, pero ya los recordaba de haberlos visto alguna otra vez. Eran bajitos, delgados, hablaban también flojito y se les veía un poco tristes. Se parecían mucho físicamente.
-Hola, Michael- dijo la sexagenaria mujer, mirándome con dulzura- ¿Cómo están tus padres? Recuerdo que tu madre se llama Clara y es la hija de Patricia.
-Sí, señora- dije un poco impaciente al no ver a Anais- Veo que todavía no ha llegado su amiga.
-Todavía no, está subiendo las escaleras. A Anais no le gusta el ascensor, por eso motivo siempre sube a pie. Con ochenta años que tiene ya.
-¿Ochenta años? -exclamé en mi asombro- ¿Y no se cansa? Qué suerte la suya. Y mira que estamos en un tercer piso.
-Puede parecer un poco extravagante en el vestir y es misteriosa cuando habla. Pero puedo decirte que no asusta y que es una compañía agradable.
-Espero que congenie con tía Magda. Ya sabe que tiene mucho carácter y no soporta a los farsantes.
-Ya estoy llegando, por fin -dijo la anciana señora  que apareció en aquellos momentos y que acababa de subir el último escalón.
     La pude ver bien. Era alta, delgada, de ojos azules. Tenía un rostro atractivo y parecía simpática. Llevaba una túnica negra muy elegante y un bonito gorro que le cubría la cabeza.
-Hace mucho frío- dijo entonces temblando- mejor que entremos, Michael. Tu mujer, Margaret, debe estar impaciente también por verme.
     Yo quedé sorprendido al oír como la llamaba por su nombre pues no recordaba habérsela presentado. Los hermanos Clayton sonrieron al ver mi asombro y todos entramos al domicilio con cierta rapidez.

                                                                   *    *   *

     Una vez se hicieron las presentaciones, la Sra Anais empezó a hablar. Tenía una voz pausada, con un timbre de voz agudo, agradable y penetrante. Quizás hubiera sido una buena hipnotizadora.
-El motivo de mi visita es muy sencillo- dijo una vez estuvimos todos sentados alrededor de la mesa- Es una apuesta que hice con Patricia. Le diré lo que le puede suceder ...mañana -acabó enigmáticamente.
-¡Oh! –exclamó asombrada mi mujer.
-¿Y cómo puede hacer eso?-preguntó con cierto enfado la tía Magda.
-Cogiendo cuatro barajas francesas. Mezclaremos muy bien todas las cartas. Entonces ella cogerá cuatro. Hará un total de cinco rondas… ella sola. Claro que si hay alguien más que quiera participar…
     Nadie dijo nada. Yo ya sabía un poco del significado de lo que hablaba. Color rojo era buena señal; color negro, mala. Cada palo también tenía su significado. Y cada número, también.
 -Pues entonces, empecemos- dijo con solemnidad Anais. 
    Había un gran silencio en el salón. Mi abuela cogió lentamente cuatro cartas y las fue destapando una a una, dejándolas encima de la mesa.
-El  dos de corazones- empezó a decir Anais- ahora el cuatro de picas, ahora….el tres de corazones y para acabar…el rey de tréboles.
     Algún tarotista hubiera dicho que para la abuela empezaba un buen día, pero no acababa tan bien. Si hubiera cogido cuatro cartas rojas, el día hubiera sido muy bueno. Y si fueran negras, hubiera sido un día muy malo.
     Pero Anais no dijo nada. Miraba las cartas con mucha atención. Después dijo sonriendo:
-El  dos, el cuatro, el  tres y el doce (el rey). 24312 (Para Anais el rey no era el número trece, sino el doce que para ella era el numero de la suerte). Pronto habrá un cumpleaños. No mañana, pero sí dentro de una semana. Alguien de nosotros o alguien muy cercano.
-No puede ser –dijo asombrado entonces el Sr Clayton- es el cumpleaños de nuestro primo Lawrence, nacido el 24 de marzo de 1912.
-Es pura coincidencia- dijo tía Magda.
-Es fantástico, tía –dijo alucinada la Sra Patricia Coote- Quiero otra ronda, Anais. A ver lo que me pasa.
-Sí. Ahora empezaremos la segunda ronda.
     Entonces la abuela sacó cuatro cartas más. Primero, el cinco de diamantes, luego el seis de picas, a continuación el tres de corazones y para acabar el nueve de tréboles. El número era el 5639.
     Mi impaciente abuela no pudo más y nos dijo a todos.
-¿Alguien conocido nació el cinco de junio de 1939?
-Ahora no es así, Patricia. Tiene otro significado- dijo Anais con dulzura.
-¿Cuál?
-Debe leerse al revés.
-O sea: 9391. Nueve de marzo de 1991.
     Todos los presentes, excepto Anais y tía Magda, hicimos esfuerzos para recordar una fecha importante. Pero Anais concretó.
-Me importa el año.
-¿Sucedió algo importante que usted recuerde, tía Magda?-preguntó la abuela.
-No, quizás aquel día fui al cine y vi una buena película- dijo un poco burlonamente.
     Anais no se movía. Miraba las cartas con mucha atención. Finalmente concretó:
-Es un año que puede leerse igual en los dos sentidos. Da lo mismo. Y significa precisamente esto. Da igual lo que se haga, no influirá para nada.
-Michael, quizá se refiera a lo nuestro-dijo mi mujer sorprendida- Estamos invitados a una fiesta importante mañana domingo y no sabemos si acudir o no.
-Quizá pueda ser esto -dije yo.
-Seguro que lo es- dijo la Sra Clayton.
-Yo estoy convencido de que sí- afirmó su hermano.
-Pues yo de que no- negó tía Magda poniendo una mirada de desaprobación.
-Anais –concretó un poco mi egocéntrica abuela- quisiera que las cartas que yo saque… me afectasen sólo a mí. Recuerda lo de la apuesta.
-Lo recuerdo, Patricia, es verdad. Ahora empieza verdaderamente tu destino. Empezaremos la tercera ronda. Las dos primeras eran necesarias. Debes coger ahora cuatro cartas, cuatro veces, querida.
    
      Y esto es lo que hizo mi abuela. Los números que sacó fueron los siguientes:

2754
18126
4686
8682

     Anais se alegró muchísimo al ver aquellos números.
-Perdone, Anais –dijo entonces la abuela- ¿la interpretación que hace es personal o es simplemente…parecido al tarot?
-No –negó de inmediato- nada de tarot. La interpretación es única y se basa en los números. Y en otras cosas igual de importantes. Es fascinante el mundo de los números. Debéis saber que mis padres eran matemáticos.Y yo convertí  la ciencia de la matemática en un arte premonitorio. Todo lo que vemos son números. Y a mí lo que me gusta realmente es la sencillez de los números dentro de su complejidad. Y los números son infinitos, infinitos…
-Parece muy interesante, Anais –dijo la abuela- ¿Y qué dicen mis números?
-Mañana tendrás un día de encuentro muy importante, importantísimo. Volverás a ver u oír a algún conocido. O encontrarás algo material muy valioso.
-¿Y cómo puedes deducir todo esto, Anais? –dijo la Sra Clayton.
-Es un secreto, a parte de una intuición y visión muy fuertes. Nacemos así y lo llevo estudiando desde los veinte años. Lo que puedo decirte de estas cartas, en concreto, es que hay muchos números pares y que son variados. Y los pares son mejores que los impares. Con esto no quiero decir que los impares sean malos.
-¿Que indica el primer número? –dijo el Sr Clayton.
-El numero 2754 tiene mucha intensidad. Si sumamos los números da nueve, el máximo. Para mí el número diez es un número bajo pues la suma da uno. Lo que te sucederá mañana tendrá mucha fuerza positiva.
-Que bien –exclamó contenta mi abuela-estupendo, estupendo.
-¿Hay números negativos? -preguntó mi mujer.
-Matemáticamente sí, claro. Pero para mí no hay números negativos… bueno, quizá sólo algunos.
-¿Y puede anunciar temas tan importantes como el amor, la muerte, la suerte o el trabajo, con estas cartas?
-Nunca anuncio la muerte de alguien con las cartas. No me gusta, no me interesa y no lo sé. Yo sólo leo e interpreto la positividad de la vida que afecta al amor, la salud y el trabajo, principalmente.
     Se hizo silencio, aquella reflexión nos sorprendió.
-¿Y qué dicen los demás números, Anais? –dijo con impaciencia la abuela.
-El número 18126 también tiene mucha fuerza e indica un encuentro largo y esperado.
-¿Y el siguiente número?
-El número 4686 tiene menos fuerza y es más material que sentimental.
-¿Y el último? -dije yo.
-El 8682 también tiene menos fuerza, pero indica unión y encuentro.
-Entonces que me pasará mañana, Anais; resumiendo.
-Mañana tendrás un encuentro con alguien o algo de forma muy intensa. Habrá unión, enlace, sorpresa. No será un día cualquiera. Lo recordarás…siempre.
-Es magnífico, Anais, pero todavía faltan más rondas.
-Con los datos que tenemos es suficiente, Patricia. Lo veo todo con mucha claridad… ¿Qué tal si ahora jugamos todos al póker? O a la canasta. Ya he molestado sin querer a tu tía. Prometo que será la última vez que vendré aquí.

     Empezamos a jugar casi dos horas seguidas. Tía Magda se relajó. Le gustaron aquellas palabras que dijo Anais. La abuela estaba contentísima por lo que había adivinado esperando impaciente al día siguiente. Los Clayton y mi mujer entablaron una animada conversación. Todo fue estupendo.


                                                                    *    *     *

     Hacia las cinco de la tarde dejamos de jugar. Empezaba a nevar muchísimo. Mi mujer tuvo uno de sus impulsos y quiso acompañar a los Clayton a su domicilio. Anais quería hablar todavía con la abuela. Eso es lo que hizo. Yo también estaba presente en la conversación que tuvimos también en el salón. La tía Magda se retiró a una pequeña salita que también había en el domicilio.
-Ha sido un placer estar con vosotros- dijo Anais- Sólo hay una cosa que quería deciros.
-Cuál es, querida –dijo la abuela.
-Los números son importantes, pero también los colores. Y la combinación de éstos. Todo es muy complejo pero fácil a la vez para mí. No he querido hablar de los colores; como tampoco del significado de los diferentes palos: corazones, diamantes, tréboles y  picas. Todo está unido -dijo lentamente como si recitara- todo tiene relación, todo tiene sentido. Estamos unidos en este mundo por una fuerza misteriosa y mágica que predice lo que pasará de forma inevitable. En el fondo no podemos escapar de nuestro destino.
-Tengo una pregunta por hacerle, aunque sea ingenua y ridícula-dije ya con más confianza- ¿Siempre ve lo que puede pasar? ¿ en cualquier momento?
-No. A parte de la extracción de las cartas, antes debo hacer un pequeño ritual en casa. Un ritual de relajación, de intensa relajación que me lleva al infinito. Desde allí todo se comprende.
-Yo no la entiendo, señora- dije denegando con la cabeza y suspirando.
-Lo sé. Soy diferente a los demás. Somos pocos los de mi condición.
-Estoy impaciente por saber lo que me ocurrirá mañana- dijo la abuela.
-¿Te gusta viajar, Patricia?
-Sí, mucho. ¿Por qué?
-Por nada… Gracias por todo, por vuestra hospitalidad y amabilidad. Y buenas tardes.
     Nos levantamos y nos despedimos. Anais se marchó sola, ya que vivía cerca. Además insistió en ello. Yo quería acompañarla pero me dijo que no, amablemente.
     Luego fui con la abuela a la salita donde estaba leyendo la tía Magda.

                                                                    *     *     *

     Y por fin llegó el domingo. Las dos mujeres con una actitud diferente: tía Magda, tranquila, pensando que no ocurriría nada en especial; la abuela, muy nerviosa, esperando el gran acontecimiento.
     Pero por la mañana no sucedió nada y por la tarde tampoco. Hasta que dieron las siete.
-Estoy un poco decepcionada, tía. Como no ocurra nada me llevaré un gran disgusto y decepción.
-Se ve una buena mujer, Anais. ¿Pero tú te creíste todo lo que te contó, Patricia? No digo que sea una embustera. Ella está convencida de su verdad, como yo lo estoy de la mía.
-Que nerviosa estoy, tía- dijo mi abuela que no paraba de frotarse las manos.
-¡Ves como tenía razón! Estos juegos son dependientes y obsesivos. Prométeme, por favor, que en esta casa no volverás a hacer una sesión de este tipo, Patricia.
-Se lo prometo, tía.
-Pues pongamos un poco la televisión. A ver que dice el hombre del tiempo sobre las nevadas. Creo que continuarán.
     Pusieron la televisión y el hombre del tiempo dijo que las nevadas continuarían al igual que las bajas temperaturas durante unos días más. Pero cuando se acabó el programa hubo un avance informativo. Aquello las sorprendió un poco.
-Buenas tardes, señoras y caballeros- empezó a decir con alegría el joven presentador- Informarles que ha habido un solo ganador de la prim (un juego) y que recibirá 500.000 mil libras esterlinas. Señoras y señores, el número ha sido… el 34.248.
-¡¡No!!- -chilló del shock la abuela- ¡¡es mi número, mi número, tía. He ganado!!
-¿Estás segura, Patricia? –dijo tía Magda también nerviosa.
-Segurísima. Lo tengo en la mesita de noche. Voy a buscarlo.
-Te acompaño, querida.
    Así lo hicieron las dos. La abuela cogió el número. Era ese. Era el número ganador. La abuela no se lo podía creer, ni tampoco tía Magda.
-Ay, tía, creo que me va a dar algo. Voy a echarme a la cama.
-De acuerdo, querida. Te traeré un  vaso de coñac. Y para mí, otro. Esto es sorprendente.
-Anais tenía razón- dijo la abuela contenta y agradecida.
-Quizás esta vez te dé la razón, Patricia. La frontera entre lo real y lo premonitorio a veces no es clara. No sé qué decirte. Pues que estoy muy contenta, querida.
     La dos se cogieron de las manos y las apretaron con fuerza. La abuela empezó con las llamadas telefónicas a los más íntimos al cabo de unos minutos. Por supuesto que me llamó a mí, a los Clayton y sobre todo a Anais.
     Cuando ésta contestó al teléfono le respondió que ya sabía lo que pasaría. Y que se preparara por qué haría un viaje sorpresa, también de regalo. Un bonito viaje a Irlanda.
     Mi abuela tuvo el detalle de regalarme el viaje. Cuando me casé con Margaret no pudimos realizar el viaje de novios. Así que lo hicimos al cabo de unos meses, en verano, y disfrutamos muchísimo. Gracias, abuela.
     Con el dinero ganado, mi abuela ayudó a dos asociaciones caritativas en las que trabajaba como voluntaria. Mi abuela tenía ya mucho dinero. Y me gustó aquel detalle altruista. Para Anais también quiso darle parte del premio; pero la mujer no quiso aceptarlo. Parte del premio se repartió entre los familiares más cercanos.
     Nunca olvidaré aquel fin de semana que me marcó la vida. Y han pasado los años. Y mi abuela todavía vive, al igual que tía Magda, que pronto cumplirá los noventa y cinco, preparadas para la última separación terrenal entre ellas; la de la muerte.
     Que el buen Dios las acoja en el cielo cuando les llegue su hora.

                                                                         FIN

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