SUCEDIO EN EL AEROPUERTO INTRNACIONAL (MARK DEBREST)

  

 -¡Cúánta gente hay! - dijo para sí la Sra Martin una vez entró en la terminal 1 del aeropuerto.

     Era verdad. Aquel 31 de julio el Aeropuerto Internacional Europeo estaba repleto de gente de todo el mundo. Para unos terminaban las vacaciones, para otros comenzaban. Lo más pesado de todo eran las esperas y en cierto modo el gentío cuando tenías que esperar y no podías sentarte. Aquel aeropuerto, que era muy grande y en el cual se habían hecho últimamente unas ampliaciones importantes, era muy conocido por la mujer. Como novedad, aquel año, había en una zona determinada un piano de cola nada menos que de color blanco y en el suelo una alfombra roja; para contrastar, impresionar y dar más solemnidad al acto que tendría lugar. Algunos carteles anunciaban aquel día una audición musical con obras de los compositores: Beethoven, Chopin y Ravel. La Sra Martin creía que era una buena idea para contentar a los que esperaban marchar y también para los que esperaban la llegada de algún familiar o amistad.
     Y la gente. Algunos yendo de un lado a otro sin parar o haciendo las interminables colas que provocaban estrés y nerviosismo. Otros andaban despacio, deteniéndose continuamente. Estos eran los que pisaban el aeropuerto por primera vez o ya no se acordaban de él, mirando los carteles explicativos con impaciencia y preguntando a quién hiciera falta para sacarlos de sus dudas.
     La Sra Martin se sentó en uno de los bancos situado en un extremo de la enorme sala y esperó pacientemente. Era una mujer de unos setenta años, de cabellos grises y un poco gruesa. Vista detenidamente se podría decir que era una mujer plácida, simpática y guapa. Llevaba un vestido azul marino que hacía juego con sus bonitos y pequeños ojos azules. Su presencia en el aeropuerto tenía una explicación ya que esperaba a su hermana menor que venía de Londres en un vuelo que llegaba a las 11’32h. Se alegraba de que viniera su hermana ya que se llevaba muy bien con ella y la echaba bastante de menos pues su trabajo en Londres se lo impedía. Ya hacía más de veinte años que vivía allí. Ahora venía para unos días de vacaciones y de momento, por extraño que pareciera, el sol lucía con poca fuerza a la vez que se podían contemplar algunas nubes grises.
     No tardó en aparecer un matrimonio de unos cincuenta años que se sentó delante de ella. Se les veía de clase alta; gente rica. Lo primero que le vino a la memoria para definirlos era lo morenos que estaban los dos, que vestían muy bien y que llevaban todavía puestas las gafas de sol. Y por lo que pudo escuchar a continuación, la mujer se estaba quejando por todo.
-Creo que mañana hay huelga de taxistas. Siempre hacen lo mismo en los momentos menos oportunos.
-Sus motivos deben tener, mujer- dijo su estoico y guapo marido de cabellos castaños.       
-Eres un blando. Qué imagen daremos al mundo. Ahora todo esto no sólo sale en las noticias de la televisión, sino que la gente lo graba instantáneamente en su móvil y lo cuelga en internet y se comenta en las redes sociales. Todo en un momento. Cómo ha avanzado la tecnología, madre mía. Todavía no me lo puedo creer.
     La Sra Martin se fijaba en aquella mujer. No era guapa, desde luego, pero tampoco fea. Vestía bien y todavía conservaba un buen tipo, pero le fallaba la cara. Se había hecho algo en los labios y le habían quedado un poco gruesos, así como los pómulos, por no decir la dentadura. Resultaba, para su modo de ser, algo artificial y poco natural, aunque no tuviera arrugas. Parecía como si quisiera luchar por vencer al tiempo, engañándose a sí misma, pues a la larga es siempre el tiempo quién nos atrapa y vence.
-Menos mal que esta vez el aire acondicionado funciona bien –continuó quejándose la mujer - Y también encuentro acertado el que no se fume. Y espero que no pongan tanta policía como en otros aeropuertos. No me gusta sentirme vigilada, aunque entiendo porque lo hacen.
-A mí me agobia un poco la gente, ya lo sabes. Sin embargo este aeropuerto me es simpático, aunque pueda resultar un poco aburrido, como todos.
     Al oír aquellas palabras, la Sra Martin quiso responderle.
-Perdone que le moleste, pero les informo que dentro de poco habrá una audición de piano, aquí en el aeropuerto. Que emocionante y bonito, ¿no les parece?
-Es cierto- dijo el hombre- hay bastantes carteles informativos sobre esto. Han tenido muy buena idea. A mí me gusta mucho la música clásica y el jazz.
-Si- respondió entonces su presumida esposa- la buena música me gusta mucho. Pero la música seria, no la que se oye en las calles–sentenció.
-La música clásica es mi preferida- dijo a continuación la Sra Martin- aunque se emplea mal esta definición ya que la música clásica abarca pocos años. La mejor música es la de los siglos XVII al XIX y algunas obras del siglo XX, a mi parecer.
-Yo pienso lo mismo que usted  señora…  -dijo el hombre que calló por un momento al no saber el apellido de la mujer.
-Martin.
-Pues eso, Sra Martin. La música relaja –continuó hablando aquel hombre delgado que iba vestido todo de blanco- En cambio me costaría vivir de ella a menos que fuera un gran profesional.
-Sí. Y en el fondo para qué sirve una carrera como ésta- continuó ahora su esposa un poco altivamente- Yo prefiero carreras más importantes, prácticas y prestigiosas para la vida. Que quiere que le diga. Mis dos hijos han estudiado derecho y económicas. De hecho estamos esperando al segundo, que está a punto de llegar de Londres. Ha acabado un máster y está muy contento por ello. Y nosotros también, desde luego.
-Qué curioso, yo espero a mi hermana que también viene de Londres. Quizás vengan en el mismo vuelo.
-¿Es el que llega a las 11’32 horas? –preguntó con cierta sorpresa el hombre.
-Así es.
-Pues es el avión en que viene nuestro hijo –dijo la mujer que por fin se quitó las gafas de sol.
-Que coincidencia –dijo alegrándose-Vaya, pues tendremos que esperarlos aquí. Ya sólo faltan veinticinco minutos.
-Sí- contestó – ya falta poco. Y espero que esta vez no haya retrasos, como el año pasado, que venimos a recoger a unos amigos y tardamos más de una hora- espetó para luego suspirar- Los retrasos me sacan de quicio.

     Dicho esto apareció un joven matrimonio (o pareja) con sus dos hijos de corta edad; niña y niño, de unos  nueve y siete años, aproximadamente. También se les veía de una posición social acomodada pues vestían muy bien y con ropa de marca. Pero a diferencia del matrimonio de mediana edad, la nueva pareja con los niños formaban un cuadro poco homogéneo.  Alto él, baja ella, la niña rubia y delgada y su hermano con el cabello negro y regordete. Pero lo más destacable de ellos es que no paraban de hablar y moverse nerviosamente; de esto último sobre todo los niños. Parecían todos muy estresados y la mujer, por lo que pudo oír, estaba al límite.
     Se sentaron al lado de la Sra Martin. Primero los dos niños, luego la mujer y para acabar el marido. La Sra Martin agradeció en el fondo que se sentaran a su lado y no delante, pues solo era suficiente oírlos, no verlos. La mujer vigilaba a sus hijos y se balanceaba en su asiento  sin darse cuenta. El joven recibió una llamada en su móvil, en aquel momento, y hablaba flojito.
-¡No y no! –exclamó  la madre dirigiéndose a su hija- ahora no puedes volver a comer- ya has desayunado y no pienso comprarte nada más.
-Pues tengo hambre, mamá – respondió la niña que se levantó del asiento y empezó a dar vueltas sobre sí misma para ir diciendo como una autómata- hambre, hambre, hambre…
-Cállate, ya te he dicho que no. Y siéntate- dijo muy enfadada su madre.
     Su hija sólo le obedeció durante unos segundos ya que no pudo aguantar más sentada. Volvió a levantarse para dar vueltas sobre sí misma otra vez, ahora más deprisa.
-Quiero una pasta de chocolate- continuó aquella niña consentida- de chocolate, de chocolate, de chocolate…
-¡Quieres parar y callarte de una vez!-exclamó su sufrida madre. 
      La niña se paró y se dirigió a su madre diciendo fuertemente:
-¡Quiero una pasta de chocolate!
-Comprémosle la pasta y así comerá, cariño –dijo entonces el joven padre un poco avergonzado por la reacción de su hija.
-Así comerá y se callará, ¿eh? ¿No sabes decir  un no de vez en cuando a tus hijos?
-Me abuuurro- dijo entonces el niño que también se levantó del asiento y empezó a imitar a su hermana a dar las vueltas, pero en sentido contrario.
-Pues te aguantas.
-Me aburro, me aburro, quiero ir allí- dijo el niño que de repente se paró para señalar con el dedo una tienda de juguetes.
-Ni hablar- dijo la madre.
-¿Y qué quieres? –preguntó el padre contradiciendo sin querer a su mujer.
-Un juego de indios y vaqueros.
-Sólo faltaba eso. Basta ya del tema. Y sentaos los dos –los niños volvieron a sentarse con éxito- Los dos sentaditos y calladitos. Ya falta menos para irnos. Nos lo pasaremos muy bien en Londres.
-Usted también pero al revés, qué curioso –dijo la Sra Martin en voz baja y un poco para sí.
-¿Cómo dice?- se extrañó la joven.
-Ah, perdone. Yo y este matrimonio de en frente esperamos a familiares que vienen de Londres. En cambio ustedes se dirigen allí.
-Sí- dijo la joven- Nos hace falta a todos- Estábamos a punto de ir a Nueva York, pero al final fallaron los hoteles. Qué le vamos a hacer. Londres nos encanta. No es la primera vez que hemos estado allí.
-Yo estuve hace cinco años con mi marido –dijo entonces la mujer que estaba en frente- Nos gustó mucho. En nuestro caso sí que era la primera vez que íbamos.
-Me gustó todo menos la comida –puntualizó entonces su marido.
-Bueno, al final te acostumbras –replicó el joven con una sonrisa nerviosa pero sincera en su rostro- Las patatas fritas y pescado, tan típico, nos encanta a todos, así como los huevos fritos con “bacon” que se come para desayunar. Y los bizcochos que hacen, que ricos son.
-En cambio a mí me gusta más la comida mediterránea- dijo la Sra Martin- Es más variada y sana; a mi parecer, claro.
-Oh, por favor no habléis de… -dijo la joven madre.
     Entonces la niña empezó otra vez, dirigiéndose a todos como un juego, gritando pero no tan fuerte como la vez anterior.
-¡Tengo hambre y quiero una pasta de chocolaaaaaate!
-Oye, bonita –dijo entonces la Sra Martin con amabilidad- No has oído a tu madre. ¿Por qué no le haces caso?  Te quiere mucho y lo dice por tu bien. ¿Sabes?, debes ser una niña más obediente.
     La niña se la quedó mirando fijamente. Y aquellas palabras debieron hacer efecto pues finalmente se sentó y calló para alivio de todos.
-Menos mal.  A ver si se calma de una vez- dijo el permisivo joven.
-Mi hija es muy nerviosa –dijo la joven que se frotaba sin darse cuenta las manos- En cambio mi hijo es más sedentario. Y ahora que lo veo debería hacer un poco de gimnasia o deporte. Está empezando a engordar un poco.
-No quiero hacer deporte- contestó el simpático niño.
-Claro que sí- dijo entonces un joven que había oído el final de aquella conversación y que se sentó al lado del matrimonio maduro, en frente del matrimonio más joven.
-¡No! –chilló el niño.
-Oh, sí -continuó el chico que parecía simpático de verdad- yo he hecho deporte toda mi vida. Estoy seguro de que también te gustará.
-Ves lo que te dice este chico tan simpático- dijo el joven padre.
-Quiero el juego de indios y vaqueros –afirmó el niño con terquedad.
-“Qué niños tan insoportables. Y pobres padres. Les costará educarlos en este mundo tan material y con prisas en el que vivimos. Les costará mucho- dijo pará sí, lamentándose".

     Entonces la Sra Martin se fijo en el joven y en el amigo que lo acompañaba. Aquel chico era tan simpático como guapo. Era muy rubio, alto, delgado pero fuerte. Por un momento se lo imaginó de pequeño; que rubio debía ser, casi albino o sin el casi. Su joven amigo en cambio era pelirrojo y parecía introvertido y con cierta falta de personalidad. El joven rubio se veía que tenía mucha y que le gustaba la conversación, totalmente diferente al otro joven que reía cuando su amigo reía, callaba cuando su amigo callaba y escuchaba cuando su amigo conversaba. Lo miraba siempre con cierta admiración. Por lo que pudo escuchar los dos esperaban a sus respectivas novias que venían de Amsterdam.
-Me gusta mucho Holanda, en concreto Amsterdam- dijo el atractivo joven- Lo tengo decidido: Voy a vivir allí cuando acabe la carrera, estoy seguro. No es la primera vez que he estado y me encanta la ciudad. El próximo verano iré con Natalia.
-Pues quizás te acompañe yo con Irene –continuó su amigo.
-Y jugaremos al tenis y al futbol. Y nadaremos.
-Sí, sí, has tenido una buena idea –dijo el otro joven asintiendo y abriendo sus enormes ojos pardos- El año que viene iremos a Holanda –concluyó sonriente.
-De hecho, podríamos hacer una visita por todo el país. Y también debemos visitar Roterdam, naturalmente. Ya sabes que hablo holandés e inglés muy bien.  El inglés y la tecnología son el futuro, recuérdalo bien –concluyó un poco triunfante.
-Es verdad. Yo todavía estudio francés e inglés, ya lo sabes –respondió el otro joven casi a modo de disculparse.
-Pero no es suficiente. Te faltaría un idioma menos conocido para prosperar ¿Que tal el chino? ¿O el japonés? En mi caso es el holandés.
-No, no, con los idiomas que estudio ya es suficiente. Recuerda que también hago natación, informática y judo. Y el año que viene empezamos la universidad.
-Cuántas actividades hacéis –dijo un poco sorprendida la parlanchina y curiosa Sra Martin- ¿Ya tenéis tiempo para descansar y distraeros?
-Sí, sí –dijo el vital joven rubio- tenemos tiempo para todo, señora.
-“Y así van tan estresados” – se dijo para sí la mujer- ¿Es necesario en el fondo tanta actividad? Creo que no.”
-Mis hijos también hacen extraescolares. En concreto tres. De lunes a viernes –dijo entonces la joven madre que quiso unirse a la conversación.
-¿No son muchas para unos niños tan pequeños? –exclamó sorprendida entonces la mujer de mediana edad- En mis tiempos solo se hacía una y muy bien. Y había tiempo para hacer todo lo demás.
-Son necesarias- contestó la madre de los niños-estamos en un mundo muy competitivo y hace falta estar bien preparados para el futuro.
-Recuerda que quizás el curso que viene el niño deba hacer deporte y la niña ballet- dijo el joven padre mientras leía un mensaje de su móvil.
-¿No estarán cansados los niños con tanta actividad? ¿Cree que son felices?- preguntó con cierta pena la Sra Martin.
-Repito que es necesario –contestó un poco molesta la madre por aquella observación -Cuando sean mayores nos lo agradecerán. Y en el mundo en que vivimos es importante. Habrá mucha competición en todo. Y quiero que hagan muchas cosas, de las cuales despuntarán en alguna. Y quizás sea su futuro. La vida que les espera no será fácil y deben estar bien preparados.
-Espero que no lleguemos a casos extremos como en algunos países asiáticos, donde este tema es muy preocupante y peligroso – dijo la Sra Martin.
     Todos sabían a lo que se estaba refiriendo. Muchos niños sin jugar y estudiando sin parar. Y los jóvenes estudiando más de doce horas seguidas. En aquellos países la competitividad era enorme, desproporcionada. Y muchos jóvenes que no lo conseguían, acababan quitándose la vida.
-Y que me dicen del deporte. Es muy importante, desde luego –continuó la Sra Martin- pero quizás se le da mucha importancia, en la actualidad. A veces pienso en los niños que están en las escuelas, en la hora del patio. Pienso en aquellos niños que no les gusta el deporte y están solos, como marginados. Y nadie les hace caso, ni sus compañeros ni las mismas maestras. Qué pena.
    El joven rubio, que parecía tener una respuesta para todo, esta vez no supo qué responder. Sabía en el fondo que la mujer tenía razón. El deporte está muy sobrevalorado. Según en qué ambientes, si haces deporte piensan que haces muy bien; si no lo haces piensan que haces mal o qué lástima que no lo practiques. Y tenía un claro ejemplo en su familia ya que su mismo hermano, que era sedentario y conversador, no le gustaba nada el deporte. Es más, lo aborrecía. No, a veces su hermano no lo pasó nada bien en el patio de la escuela, recordaba. Todos o casi todos jugando al fútbol o al baloncesto, menos él.
-¿Os gusta la música clásica?- dijo la Sra Martin a los dos jóvenes cambiando de tema de conversación.
-No mucho- contestó el joven rubio- me gustan los grupos de rock. A mi novia, en cambio, le gustan más los cantantes solistas.
-Como a la mía –contestó su amigo que no conseguía despegar por sí solo.
-Pues dentro de muy poco empezará una audición musical.
-Ya lo hemos leído. A ver qué tal será –le respondió con naturalidad y suspirando a la vez que cogía su móvil.
-A nosotros cada vez nos gusta más la música clásica –dijo entonces el joven padre- Estas obras de Beethoven, Chopin y Ravel, seguro que serán de nuestro agrado.
-Creo que serán del agrado de todos –concluyó felizmente la Sra Martin.
     Entonces la mujer se fijó en la gente que estaba a su alrededor y sobre todo en los que tenía más cerca, con los que había hablado. Qué diferentes eran todos. Pero en el fondo, eran más iguales de lo que pensaban.

    Y luego se fijó en los titulares de un periódico donde se hablaba de una nueva guerra. Y seguidamente le vinieron a la memoria otras palabras horrorosas que estaban relacionadas con ella: la violencia, los asesinatos, la desesperación, el hambre, la injusticia,  la rabia, el miedo, la maldad en general. Y el ruido ensordecedor y constante de las bombas. Cuántas tragedias había en el mundo que parecían no acabar nunca, explicadas de forma constante por las televisiones, los periódicos, radios, internet, móviles... Qué agobiante, qué estresante, qué deprimente. ¿Se podía hacer algo para arreglar todo aquello?
                                                         *     *      *
     
  Poco antes de comenzar la audición, la joven madre miraba con disimulo a la Sra Martin y dijo para sí: “Qué mujer tan peculiar. Tan segura de sí misma y creyendo tener razón en todo. Pues no, no la tiene siempre. Además debe ser una solterona dando lecciones a todo el mundo. Que se preocupe un poco más de ella en lugar de dar tantos consejos o de hacer demasiadas observaciones”.
“Esta mujer parece muy sabia, la voz de la experiencia. Me da seguridad y me cae bien aunque seamos completamente distintas en todo” –pensó la mujer de mediana edad- Pero debe tener una vida aburrida”
“Según como la mire me recuerda a mi tía- recordó entonces su marido- siempre dando una visión diferente de las cosas. Una buena mujer, reflexiva, observadora, sensata, curiosa y bien informada.”
“Tiene razón en cuanto a las extraescolares. Pero es inútil hablar de este tema con mi mujer. Parece una mujer simpática y razonable. La voz de nuestro subconsciente. Quizás de lo que pensamos realmente en el fondo de todo –pensó el joven padre.”
“Esta mujer es un poco rara, hablando con todos nosotros como si nada- pensó el joven rubio- Se nota que es de otra generación. Pero se ve simpática y está enterada de muchas cosas que ni yo sabía.”
     Su amigo pelirrojo no pensó nada de la mujer, sólo la edad, que dedujo que sería de sesenta años, equivocándose, el pobre.
     Los  dos niños estaban felizmente quietos. El niño un poco dormido, su hermana en el regazo de su padre la miraba de reojo y pensaba que era una vieja tonta y antipática. Y que siempre se salía con la suya que en el fondo era lo que más le fastidiaba.


   Por fin se escuchó por megafonía todo lo referente a la audición. Se empezaría con la sonata 21, opus 53, de Beethoven, el primer movimiento y el final del segundo, el rondó. Seguidamente del estudio nº 24 de Chopin y para acabar con el primer vals noble y sentimental de Ravel. El programa era variado y bueno, pensó. Y todo muy original.
  
   Faltaban once, diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, un segundo… y  la música empezó a escucharse.                                                                                                          
   
  El pianista era un joven delgado de cabellos negros, de unos veinticinco años. Nadie le hizo caso cuando apareció elegantemente vestido de negro. Pero el decidido joven tenía muy claro lo que iba a suceder.                

                                                                   *     *     *                                                                                                                                                                                                                                                                      
     La música se oía muy bien y empezaba a hacer sus efectos.
       -“Qué hermoso es el comienzo de esta sonata llamada Waldstein, con tanta  fuerza y brío –se dijo la Sra Martin-  Y es curioso como ya hay algunas personas que han dejado de hablar y están escuchando con atención. Seguro que la música los distraerá de sus problemas”.
     Otras todavía se resistían y hablaban entre sí. Entonces la Sra Martin vio como de algunas ventanas que daban al exterior, descendían unas cortinas blanquecinas hasta más de la mitad, quizás para dar más oscuridad e intimidad a aquel momento. Y fue curioso como hizo efecto al comprobar que las voces disminuían todavía más y que cada vez se hacía más y más silencio. La gente callaba y escuchaba con más atención el final de la sonata; el bello y largo rondó.
     De forma gradual, la música empezó a escucharse más fuerte por los altavoces que habían al lado del piano y el magnetismo y belleza de la melodía empezó a hacer efecto ya en casi todo el aeropuerto.
     El joven matrimonio que tenía a su lado estaba callado. Lo más sorprendente era la reacción de los niños que estaban como hipnotizados. El matrimonio de mediana edad, que tenía delante, parecía estar muy concentrado y ponían una cara seria y serena, al igual que los dos jóvenes que también estaban como absortos.
-“Que melodía más bonita. Ojalá no acabara nunca, ojalá no acabaran nunca estos momentos”.
     Entonces la Sra Martin se giró un momento. La gente estaba callada, no se movía de su sitio semntados o  de pie.Había silencio. Solo se oían de vez en cuando los altavoces anunciando la llegada o partida de algún vuelo. Parecía como un aeropuerto fantasma, atrapado por el tiempo.
     “La música relaja –se dijo la Sra Martin al recordar las palabras del hombre que tenía en frente –pero también emociona y evade. Qué mundo sería éste sin esta música que nos ha acompañado durante tantos años, en tantos sitios, en tantos momentos. Esta música que, por desgracia, mucha gente sobre todo joven, desconoce.

     Cuando acabó la primera pieza, empezó la segunda; el estudio de Chopin. Aquel estudio que era tan difícil, rápido, fuerte, brillante y bonito. Lástima que durara menos que la sonata.
     El silencio era ya general, incluso algunas personas tenían los ojos cerrados para relajarse y concentrarse mejor.
     Se había producido un pequeño milagro con aquella música, un momento mágico. Se había conseguido que por un momento la gente olvidara todo lo triste y trágico. Se habían conseguido unos minutos de paz y felicidad a nivel colectivo.                                                   

     El tiempo iba pasando lentamente, pero era como si no pasara, como si toda la gente estuviera atrapada en aquel momento. Ni vuelos de aviones, ni llegadas, ni partidas, ni prisas, ni nervios. Todos en silencio escuchando aquella rápida, potente y hermosa melodía.
     La Sra Martin entonces se levantó y miró el aeropuerto, en toda su extensión. No podía creer lo que veía; que impresión daba todo. Ojalá aquel momento mágico se repitiera en otras partes de la ciudad; por no decir en otros pueblos y ciudades del mundo. Sería el mejor antídoto contra el mal. Y la gente estaría más calmada y feliz. Y despertarían los buenos sentimientos y acabarían los malos.
     Cuando se sentó, el matrimonio de mediana edad le sonrió, al igual que los dos jóvenes. Y sin darse cuenta la joven madre le cogió fuertemente de la mano y se la apretó. Ella también había captado aquel momento mágico. Los dos pequeños giraron sus cabecitas hacia ella y también le sonrieron.
     La última obra, el vals de Ravel, fue la más breve de todas. Y toda la gente continuaba callada e inmóvil en su sitio. Parecía un espectáculo sobrenatural, donde el protagonista no solo era el intérprete, sino el público.
           
                                                             *        *      *
    
  Cuando acabaron las tres piezas, la gente empezó a aplaudir y poco a poco y lentamente todo volvió a la normalidad; pero había más silencio y menos nerviosismo. Aquella música actuó como un sedante para los allí presentes.
     Entonces fue cuando el joven padre se dirigió a la Sra Martin, diciéndole:
-Ha ocurrido un momento mágico, señora, como un pequeño milagro, estoy emocionado.
-Yo también - dijo la Sra Martin- qué momento tan maravilloso hemos tenido y sobre todo que hemos sentido… Y ahora si me lo permiten –dijo a todos los presentes, levantándose- voy a saludar a mi nieto que es quién ha interpretado estas obras.
-¿Cómo dice? - dijo muy sorprendida la mujer que tenía en frente.
-Sí, querida, mi nieto es pianista. No se deben menospreciar las artes, señora. Pueden resultar muy beneficiosas para uno mismo y para los demás.
-Perdóneme usted, no era mi intención ofenderla- le contestó un poco avergonzada.
-Mi nieto es quién tuvo la idea de hacer todo esto. Conocemos al director de este aeropuerto y nos dijo que era una idea atrevida, pero también bonita e interesante. Al final nos dijeron que sí, nos dieron permiso. Y ha funcionado. Si todo el mundo escuchara este tipo de música, que ha quedado ya anticuada para los jóvenes de hoy, quizás los hombres serían más buenos y no habría tanta maldad. Estoy convencida de ello.
-Sra Martin –dijo entonces la mujer- ya son las 11h 30 minutos. Deben estar a punto de llegar su hermana y nuestro hijo.
-Es verdad, gracias por recordármelo, pues vayamos a recibirles.
     Entonces la anciana se dirigió al matrimonio joven y a los dos jóvenes.
-Ojalá estas audiciones se hicieran en los lugares donde hay guerras, aunque ya sé que es peligroso. Que hubiera un despertar colectivo en todo el mundo, continuamente. La música es un arte que une a la gente y sensibiliza. Y esta idea no debería dar pereza o risa; sino todo lo contrario.
-Sí, señora. Aunque yo lo haría con otro tipo de música –contestó el joven rubio.
-Claro, por supuesto. Hay tantos estilos musicales y grupos. Puede ser magnífico y emocionante. Y no os desaniméis, chicos. Vosotros sois el futuro.
-Sí, señora. Y adiós –dijo entonces el joven que le estrechó la mano para despedirse- nosotros todavía hemos de esperar a nuestras novias.
     La Sra Martin les sonrió y luego se dirigió al matrimonio joven con sus dos hijos.
-Bueno, también me despido de vosotros. Creo que este momento lo recordaremos toda la vida, ¿no es verdad?
-Sí, señora Martin- dijo la mujer- Ha sido una experiencia maravillosa.
-¿A qué hora se van ustedes?
-A las 11’44h –contestó el joven marido.
-También ya falta poco. Bueno, y también me despido de vosotros, niños. Adiós, disfrutad mucho y portaos bien.
-Dad un beso a la Sra Martin- dijo la madre.
     Los niños la besaron a la vez; uno en cada mejilla. Luego la Sra Martin se despidió del joven matrimonio deseándose todo lo mejor.
     Seguidamente se separaron y la Sra Martin y el matrimonio de mediana edad se dirigieron hacia donde se encontraba el nieto de la anciana.
 -Mi hija se ha roto el pie y su marido le hace compañía –dijo la Sra Martin a medida que iban andando- Lástima que no hayan podido venir y vivir esta experiencia.
-Que bien que toca el piano, su nieto. ¡Y cuántos años de estudio! –dijo con admiración la Sra de mediana edad.
-Efectivamente.
-Y la idea que ha tenido ha sido sobresaliente. Yo también quiero conocer a este joven tan brillante –dijo entonces el marido.                                                                                                   
     Así lo hicieron cuando llegaron. Felicitaron al joven y hablaron durante unos segundos y luego finalmente y con un poco de pena, se despidieron con amables palabras.
     Seguidamente y ya por separado, la Sra Martin y su nieto y el matrimonio de mediana edad se dirigieron hacia la zona donde llegaban los pasajeros del vuelo de Londres, que no tardaron en aparecer.
     La Sra Martin explicó a su hermana, que se parecía mucho a ella pero mucho más joven, lo que había sucedido hacía unos minutos. Los tres se dirigían a la puerta más cercana para salir e ir al domicilio de la mujer. No había tanto ruido como cuando entró en el aeropuerto. Aquella idea había funcionado.
     Cuando salieron por una de las puertas que daba al exterior, la Sra Martin se paró un momento y miró al cielo. Algunas nubes grises habían desaparecido y el bonito cielo azul mediterráneo hizo acto de presencia así como el sol que brillaba ya con fuerza.
-“Un nuevo día lleno de esperanza –suspiró para sí la mujer- Qué momento tan mágico y hermoso hemos vivido. Hablaré luego con mi nieto a ver si se puede hacer algo parecido en otro lugar. Se debería hacer una campaña para conseguir más felicidad y calma en el mundo. ¿Por qué no? La buena música puede ser el camino para conseguirlo.

                                                                       FIN

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