SUCEDIO EN EL AEROPUERTO INTERNACIONAL (MARK DEBREST)
-¡Cúánta gente hay! - dijo para sí la Sra Martin una vez entró en la terminal 1 del
aeropuerto.
Era verdad. Aquel 31 de julio el Aeropuerto Internacional Europeo estaba repleto de gente de todo el mundo. Para unos
terminaban las vacaciones, para otros comenzaban. Lo más pesado de todo eran las
esperas y en cierto modo el gentío cuando tenías que esperar y no podías
sentarte. Aquel aeropuerto, que era muy
grande y en el cual se habían hecho últimamente unas ampliaciones importantes,
era muy conocido por la mujer. Como novedad, aquel año, había en una zona
determinada un piano de cola nada menos
que de color blanco y en el suelo una alfombra roja; para contrastar,
impresionar y dar más solemnidad al acto que tendría lugar. Algunos carteles
anunciaban aquel día una audición musical con obras de los compositores:
Beethoven, Chopin y Ravel. La Sra Martin creía que era una buena idea para
contentar a los que esperaban marchar y también para los que esperaban la
llegada de algún familiar o amistad.
Y la gente. Algunos yendo de un lado a
otro sin parar o haciendo las interminables colas que provocaban estrés y
nerviosismo. Otros andaban despacio, deteniéndose continuamente. Estos eran los
que pisaban el aeropuerto por primera vez o ya no se acordaban de él, mirando los
carteles explicativos con impaciencia y preguntando a quién hiciera falta para
sacarlos de sus dudas.
La Sra Martin se sentó en uno de los
bancos situado en un extremo de la enorme sala y esperó pacientemente. Era una
mujer de unos setenta años, de cabellos grises y un poco gruesa. Vista
detenidamente se podría decir que era una mujer plácida, simpática y guapa. Llevaba
un vestido azul marino que hacía juego con sus bonitos y pequeños ojos azules. Su
presencia en el aeropuerto tenía una explicación ya que esperaba a su hermana
menor que venía de Londres en un vuelo que llegaba a las 11’32h. Se alegraba de
que viniera su hermana ya que se llevaba muy bien con ella y la echaba bastante
de menos pues su trabajo en Londres se lo impedía. Ya hacía más de veinte años
que vivía allí. Ahora venía para unos días de vacaciones y de momento, por extraño
que pareciera, el sol lucía con poca fuerza a la vez que se podían contemplar
algunas nubes grises.
No tardó en aparecer un matrimonio de unos
cincuenta años que se sentó delante de ella. Se les veía de clase alta; gente
rica. Lo primero que le vino a la memoria para definirlos era lo morenos que
estaban los dos, que vestían muy bien y que llevaban todavía puestas las gafas
de sol. Y por lo que pudo escuchar a continuación, la mujer se estaba quejando
por todo.
-Creo
que mañana hay huelga de taxistas. Siempre hacen lo mismo en los momentos menos
oportunos.
-Sus
motivos deben tener, mujer- dijo su estoico y guapo marido de cabellos castaños.
-Eres
un blando. Qué imagen daremos al mundo. Ahora todo esto no sólo sale en las
noticias de la televisión, sino que la gente lo graba instantáneamente en su
móvil y lo cuelga en internet y se comenta en las redes sociales. Todo en un
momento. Cómo ha avanzado la tecnología, madre mía. Todavía no me lo puedo
creer.
La Sra Martin se fijaba en aquella mujer.
No era guapa, desde luego, pero tampoco fea. Vestía bien y todavía conservaba
un buen tipo, pero le fallaba la cara. Se había hecho algo en los labios y le
habían quedado un poco gruesos, así como
los pómulos, por no decir la dentadura. Resultaba, para su modo de ser, algo
artificial y poco natural, aunque no tuviera arrugas. Parecía como si quisiera
luchar por vencer al tiempo, engañándose a sí misma, pues a la larga es siempre
el tiempo quién nos atrapa y vence.
-Menos
mal que esta vez el aire acondicionado funciona bien –continuó quejándose la
mujer - Y también encuentro acertado el que no se fume. Y espero que no pongan
tanta policía como en otros aeropuertos. No me gusta sentirme vigilada, aunque
entiendo porque lo hacen.
-A mí
me agobia un poco la gente, ya lo sabes. Sin embargo este aeropuerto me es
simpático, aunque pueda resultar un poco aburrido, como todos.
Al oír aquellas palabras, la Sra Martin
quiso responderle.
-Perdone
que le moleste, pero les informo que dentro de poco habrá una audición de piano,
aquí en el aeropuerto. Que emocionante y
bonito, ¿no les parece?
-Es
cierto- dijo el hombre- hay bastantes carteles informativos sobre esto. Han
tenido muy buena idea. A mí me gusta mucho la música clásica y el jazz.
-Si-
respondió entonces su presumida esposa- la buena música me gusta mucho. Pero la
música seria, no la que se oye en las calles–sentenció.
-La
música clásica es mi preferida- dijo a continuación la Sra Martin- aunque se
emplea mal esta definición ya que la música clásica abarca pocos años. La mejor
música es la de los siglos XVII al XIX y algunas obras del siglo XX, a mi
parecer.
-Yo pienso
lo mismo que usted señora… -dijo el hombre que calló por un momento al no
saber el apellido de la mujer.
-Martin.
-Pues
eso, Sra Martin. La música relaja –continuó
hablando aquel hombre delgado que iba vestido todo de blanco- En cambio me
costaría vivir de ella a menos que fuera un gran profesional.
-Sí. Y
en el fondo para qué sirve una carrera como ésta- continuó ahora su esposa un
poco altivamente- Yo prefiero carreras más importantes, prácticas y
prestigiosas para la vida. Que quiere que le diga. Mis dos hijos han estudiado derecho
y económicas. De hecho estamos esperando al segundo, que está a punto de llegar
de Londres. Ha acabado un máster y está muy contento por ello. Y nosotros
también, desde luego.
-Qué curioso, yo espero a mi hermana que también viene de Londres. Quizás vengan en el mismo vuelo.
-Qué curioso, yo espero a mi hermana que también viene de Londres. Quizás vengan en el mismo vuelo.
-¿Es el
que llega a las 11’32 horas? –preguntó con cierta sorpresa el hombre.
-Así
es.
-Pues
es el avión en que viene nuestro hijo –dijo la mujer que por fin se quitó las
gafas de sol.
-Que
coincidencia –dijo alegrándose-Vaya, pues tendremos que esperarlos aquí. Ya sólo
faltan veinticinco minutos.
-Sí-
contestó – ya falta poco. Y espero que esta vez no haya retrasos, como el año
pasado, que venimos a recoger a unos amigos y tardamos más de una hora- espetó
para luego suspirar- Los retrasos me sacan de quicio.
Dicho esto apareció un joven matrimonio (o
pareja) con sus dos hijos de corta edad; niña y niño, de unos nueve y siete años, aproximadamente. También se
les veía de una posición social acomodada pues vestían muy bien y con ropa de
marca. Pero a diferencia del matrimonio de mediana edad, la nueva pareja con
los niños formaban un cuadro poco homogéneo. Alto él, baja ella, la niña rubia y delgada y
su hermano con el cabello negro y regordete. Pero lo más destacable de ellos es
que no paraban de hablar y moverse nerviosamente; de esto último sobre todo los
niños. Parecían todos muy estresados y la mujer, por lo que pudo oír, estaba al
límite.
Se sentaron al lado de la Sra Martin.
Primero los dos niños, luego la mujer y para acabar el marido. La Sra Martin
agradeció en el fondo que se sentaran a su lado y no delante, pues solo era
suficiente oírlos, no verlos. La mujer vigilaba a sus hijos y se balanceaba en
su asiento sin darse cuenta. El joven recibió
una llamada en su móvil, en aquel momento, y hablaba flojito.
-¡No y
no! –exclamó la madre dirigiéndose a su
hija- ahora no puedes volver a comer- ya has desayunado y no pienso comprarte
nada más.
-Pues tengo
hambre, mamá – respondió la niña que se levantó del asiento y empezó a dar
vueltas sobre sí misma para ir diciendo como una autómata- hambre, hambre,
hambre…
-Cállate,
ya te he dicho que no. Y siéntate- dijo muy enfadada su madre.
Su hija sólo le obedeció durante unos
segundos ya que no pudo aguantar más sentada. Volvió a levantarse para dar
vueltas sobre sí misma otra vez, ahora más deprisa.
-Quiero
una pasta de chocolate- continuó aquella niña consentida- de chocolate, de
chocolate, de chocolate…
-¡Quieres
parar y callarte de una vez!-exclamó su sufrida madre.
La niña se paró y se dirigió a su madre diciendo
fuertemente:
-¡Quiero
una pasta de chocolate!
-Comprémosle
la pasta y así comerá, cariño –dijo entonces el joven padre un poco avergonzado
por la reacción de su hija.
-Así
comerá y se callará, ¿eh? ¿No sabes decir un no de vez en cuando a tus hijos?
-Me abuuurro-
dijo entonces el niño que también se levantó del asiento y empezó a imitar a su
hermana a dar las vueltas, pero en sentido contrario.
-Pues
te aguantas.
-Me
aburro, me aburro, quiero ir allí- dijo el niño que de repente se paró para
señalar con el dedo una tienda de juguetes.
-Ni
hablar- dijo la madre.
-¿Y qué
quieres? –preguntó el padre contradiciendo sin querer a su mujer.
-Un
juego de indios y vaqueros.
-Sólo
faltaba eso. Basta ya del tema. Y sentaos los dos –los niños volvieron a
sentarse con éxito- Los dos sentaditos y calladitos. Ya falta menos para irnos.
Nos lo pasaremos muy bien en Londres.
-Usted
también pero al revés, qué curioso –dijo la Sra Martin en voz baja y un poco
para sí.
-¿Cómo
dice?- se extrañó la joven.
-Ah,
perdone. Yo y este matrimonio de en frente esperamos a familiares que vienen de
Londres. En cambio ustedes se dirigen allí.
-Sí-
dijo la joven- Nos hace falta a todos- Estábamos a punto de ir a Nueva York,
pero al final fallaron los hoteles. Qué le vamos a hacer. Londres nos encanta.
No es la primera vez que hemos estado allí.
-Yo
estuve hace cinco años con mi marido –dijo entonces la mujer que estaba en
frente- Nos gustó mucho. En nuestro caso sí que era la primera vez que íbamos.
-Me
gustó todo menos la comida –puntualizó entonces su marido.
-Bueno,
al final te acostumbras –replicó el joven con una sonrisa nerviosa pero sincera
en su rostro- Las patatas fritas y pescado, tan típico, nos encanta a todos,
así como los huevos fritos con “bacon” que se come para desayunar. Y los
bizcochos que hacen, que ricos son.
-En
cambio a mí me gusta más la comida mediterránea- dijo la Sra Martin- Es más
variada y sana; a mi parecer, claro.
-Oh,
por favor no habléis de… -dijo la joven madre.
Entonces la niña empezó otra vez, dirigiéndose
a todos como un juego, gritando pero no tan fuerte como la vez anterior.
-¡Tengo
hambre y quiero una pasta de chocolaaaaaate!
-Oye,
bonita –dijo entonces la Sra Martin con amabilidad- No has oído a tu madre.
¿Por qué no le haces caso? Te quiere mucho
y lo dice por tu bien. ¿Sabes?, debes ser una niña más obediente.
La niña se la quedó mirando fijamente. Y
aquellas palabras debieron hacer efecto pues finalmente se sentó y calló para
alivio de todos.
-Menos
mal. A ver si se calma de una vez- dijo
el permisivo joven.
-Mi
hija es muy nerviosa –dijo la joven que se frotaba sin darse cuenta las manos-
En cambio mi hijo es más sedentario. Y ahora que lo veo debería hacer un poco
de gimnasia o deporte. Está empezando a engordar un poco.
-No quiero
hacer deporte- contestó el simpático niño.
-Claro
que sí- dijo entonces un joven que había oído el final de aquella conversación
y que se sentó al lado del matrimonio maduro, en frente del matrimonio más
joven.
-¡No!
–chilló el niño.
-Oh, sí
-continuó el chico que parecía simpático de verdad- yo he hecho deporte toda mi
vida. Estoy seguro de que también te gustará.
-Ves lo
que te dice este chico tan simpático- dijo el joven padre.
-Quiero
el juego de indios y vaqueros –afirmó el niño con terquedad.
-“Qué
niños tan insoportables. Y pobres padres. Les costará educarlos en este mundo tan
material y con prisas en el que vivimos. Les costará mucho- dijo pará sí,
lamentándose".
Entonces la Sra Martin se fijo en el joven
y en el amigo que lo acompañaba. Aquel chico era tan simpático como guapo. Era
muy rubio, alto, delgado pero fuerte. Por un momento se lo imaginó de pequeño;
que rubio debía ser, casi albino o sin el casi. Su joven amigo en cambio era
pelirrojo y parecía introvertido y con cierta falta de personalidad. El joven
rubio se veía que tenía mucha y que le gustaba la conversación, totalmente
diferente al otro joven que reía cuando
su amigo reía, callaba cuando su amigo callaba y escuchaba cuando su amigo
conversaba. Lo miraba siempre con cierta admiración. Por lo que pudo escuchar
los dos esperaban a sus respectivas novias que venían de Amsterdam.
-Me gusta mucho Holanda, en concreto Amsterdam- dijo el atractivo joven- Lo tengo decidido: Voy a vivir allí cuando acabe la carrera, estoy seguro. No es la primera vez que he estado y me encanta la ciudad. El próximo verano iré con Natalia.
-Me gusta mucho Holanda, en concreto Amsterdam- dijo el atractivo joven- Lo tengo decidido: Voy a vivir allí cuando acabe la carrera, estoy seguro. No es la primera vez que he estado y me encanta la ciudad. El próximo verano iré con Natalia.
-Pues
quizás te acompañe yo con Irene –continuó su amigo.
-Y
jugaremos al tenis y al futbol. Y nadaremos.
-Sí, sí,
has tenido una buena idea –dijo el otro joven asintiendo y abriendo sus enormes
ojos pardos- El año que viene iremos a Holanda –concluyó sonriente.
-De
hecho, podríamos hacer una visita por todo el país. Y también debemos visitar
Roterdam, naturalmente. Ya sabes que hablo holandés e inglés muy bien. El inglés y la tecnología son el futuro,
recuérdalo bien –concluyó un poco triunfante.
-Es
verdad. Yo todavía estudio francés e inglés, ya lo sabes –respondió el otro
joven casi a modo de disculparse.
-Pero
no es suficiente. Te faltaría un idioma menos conocido para prosperar ¿Que tal
el chino? ¿O el japonés? En mi caso es el holandés.
-No,
no, con los idiomas que estudio ya es suficiente. Recuerda que también hago
natación, informática y judo. Y el año que viene empezamos la universidad.
-Cuántas
actividades hacéis –dijo un poco sorprendida la parlanchina y curiosa Sra Martin-
¿Ya tenéis tiempo para descansar y distraeros?
-Sí, sí
–dijo el vital joven rubio- tenemos
tiempo para todo, señora.
-“Y así
van tan estresados” – se dijo para sí la mujer- ¿Es necesario en el fondo tanta
actividad? Creo que no.”
-Mis hijos
también hacen extraescolares. En concreto tres. De lunes a viernes –dijo
entonces la joven madre que quiso unirse a la conversación.
-¿No
son muchas para unos niños tan pequeños? –exclamó sorprendida entonces la mujer
de mediana edad- En mis tiempos solo se hacía una y muy bien. Y había tiempo
para hacer todo lo demás.
-Son
necesarias- contestó la madre de los niños-estamos en un mundo muy competitivo
y hace falta estar bien preparados para el futuro.
-Recuerda
que quizás el curso que viene el niño deba hacer deporte y la niña ballet- dijo
el joven padre mientras leía un mensaje de su móvil.
-¿No
estarán cansados los niños con tanta actividad? ¿Cree que son felices?-
preguntó con cierta pena la Sra Martin.
-Repito
que es necesario –contestó un poco molesta la madre por aquella observación -Cuando
sean mayores nos lo agradecerán. Y en el mundo en que vivimos es importante.
Habrá mucha competición en todo. Y quiero que hagan muchas cosas, de las cuales
despuntarán en alguna. Y quizás sea su futuro. La vida que les espera no será
fácil y deben estar bien preparados.
-Espero
que no lleguemos a casos extremos como
en algunos países asiáticos, donde este tema es muy preocupante y peligroso –
dijo la Sra Martin.
Todos sabían a lo que se estaba
refiriendo. Muchos niños sin jugar y estudiando sin parar. Y los jóvenes estudiando
más de doce horas seguidas. En aquellos países la competitividad era enorme,
desproporcionada. Y muchos jóvenes que no lo conseguían, acababan quitándose la
vida.
-Y que
me dicen del deporte. Es muy importante, desde luego –continuó la Sra Martin-
pero quizás se le da mucha importancia, en la actualidad. A veces pienso en los
niños que están en las escuelas, en la hora del patio. Pienso en aquellos niños
que no les gusta el deporte y están solos, como marginados. Y nadie les hace
caso, ni sus compañeros ni las mismas maestras. Qué pena.
El joven rubio, que parecía tener una
respuesta para todo, esta vez no supo qué responder. Sabía en el fondo que la
mujer tenía razón. El deporte está muy sobrevalorado. Según en qué ambientes, si
haces deporte piensan que haces muy bien; si no lo haces piensan que haces mal o qué lástima que no lo
practiques. Y tenía un claro ejemplo en su familia ya que su mismo hermano, que
era sedentario y conversador, no le gustaba nada el deporte. Es más, lo
aborrecía. No, a veces su hermano no lo pasó nada bien en el patio de la
escuela, recordaba. Todos o casi todos jugando al fútbol o al baloncesto, menos
él.
-¿Os
gusta la música clásica?- dijo la Sra Martin a los dos jóvenes cambiando de
tema de conversación.
-No
mucho- contestó el joven rubio- me gustan los grupos de rock. A mi novia, en
cambio, le gustan más los cantantes solistas.
-Como a
la mía –contestó su amigo que no conseguía despegar por sí solo.
-Pues
dentro de muy poco empezará una audición musical.
-Ya lo
hemos leído. A ver qué tal será –le respondió con naturalidad y suspirando a la
vez que cogía su móvil.
-A
nosotros cada vez nos gusta más la música clásica –dijo entonces el joven padre- Estas obras de Beethoven, Chopin
y Ravel, seguro que serán de nuestro agrado.
-Creo
que serán del agrado de todos –concluyó felizmente la Sra Martin.
Entonces la mujer se fijó en la gente que
estaba a su alrededor y sobre todo en los que tenía más cerca, con los que
había hablado. Qué diferentes eran todos. Pero en el fondo, eran más iguales de lo que pensaban.
Y luego se fijó en los titulares de un periódico donde se hablaba de una nueva guerra. Y seguidamente le vinieron a la memoria otras palabras horrorosas que estaban relacionadas con ella: la violencia, los asesinatos, la desesperación, el hambre, la injusticia, la rabia, el miedo, la maldad en general. Y el ruido ensordecedor y constante de las bombas. Cuántas tragedias había en el mundo que parecían no acabar nunca, explicadas de forma constante por las televisiones, los periódicos, radios, internet, móviles... Qué agobiante, qué estresante, qué deprimente. ¿Se podía hacer algo para arreglar todo aquello?
* *
*
Poco antes de comenzar la audición, la
joven madre miraba con disimulo a la Sra Martin y dijo para sí: “Qué mujer tan
peculiar. Tan segura de sí misma y creyendo tener razón en todo. Pues no, no la
tiene siempre. Además debe ser una solterona dando lecciones a todo el mundo.
Que se preocupe un poco más de ella en lugar de dar tantos consejos o de hacer
demasiadas observaciones”.
“Esta
mujer parece muy sabia, la voz de la experiencia. Me da seguridad y me cae bien
aunque seamos completamente distintas en todo” –pensó la mujer de mediana edad-
Pero debe tener una vida aburrida”
“Según
como la mire me recuerda a mi tía- recordó entonces su marido-
siempre dando una visión diferente de las cosas. Una buena mujer, reflexiva,
observadora, sensata, curiosa y bien informada.”
“Tiene
razón en cuanto a las extraescolares. Pero es inútil hablar de este tema con mi
mujer. Parece una mujer simpática y razonable. La voz de nuestro subconsciente.
Quizás de lo que pensamos realmente en el fondo de todo –pensó el joven padre.”
“Esta
mujer es un poco rara, hablando con todos nosotros como si nada- pensó el joven
rubio- Se nota que es de otra generación. Pero se ve simpática y está enterada
de muchas cosas que ni yo sabía.”
Su amigo pelirrojo no pensó nada de la
mujer, sólo la edad, que dedujo que sería de sesenta años, equivocándose, el
pobre.
Los
dos niños estaban felizmente quietos. El niño un poco dormido, su
hermana en el regazo de su padre la miraba de reojo y pensaba que era una vieja
tonta y antipática. Y que siempre se salía con la suya que en el fondo era lo
que más le fastidiaba.
Por fin se escuchó por megafonía todo lo referente a la audición. Se empezaría con la sonata 21, opus 53, de Beethoven, el primer movimiento y el final del segundo, el rondó. Seguidamente del estudio nº 24 de Chopin y para acabar con el primer vals noble y sentimental de Ravel. El programa era variado y bueno, pensó. Y todo muy original.
Faltaban once, diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, un segundo… y la música empezó a escucharse.
El pianista era un joven delgado de cabellos negros, de unos veinticinco años. Nadie le hizo caso cuando apareció elegantemente vestido de negro. Pero el decidido joven tenía muy claro lo que iba a suceder.
* * *
La música se oía muy bien y empezaba a hacer sus efectos.
-“Qué hermoso es el comienzo de esta
sonata llamada Waldstein, con tanta fuerza y brío –se dijo la Sra Martin- Y es curioso como ya hay algunas personas que
han dejado de hablar y están escuchando con atención. Seguro que la música los
distraerá de sus problemas”.
Otras todavía se resistían y hablaban
entre sí. Entonces la Sra Martin vio como de algunas ventanas que daban al
exterior, descendían unas cortinas blanquecinas hasta más de la mitad, quizás
para dar más oscuridad e intimidad a aquel momento. Y fue curioso como hizo
efecto al comprobar que las voces disminuían todavía más y que cada vez se
hacía más y más silencio. La gente callaba y escuchaba con más atención el
final de la sonata; el bello y largo rondó.
De forma gradual, la música empezó a
escucharse más fuerte por los altavoces que habían al lado del piano y el
magnetismo y belleza de la melodía empezó a hacer efecto ya en casi todo el
aeropuerto.
El joven matrimonio que tenía a su lado
estaba callado. Lo más sorprendente era la reacción de los niños que estaban
como hipnotizados. El matrimonio de mediana edad, que tenía delante, parecía
estar muy concentrado y ponían una cara seria y serena, al igual que los dos
jóvenes que también estaban como absortos.
-“Que
melodía más bonita. Ojalá no acabara nunca, ojalá no acabaran nunca estos
momentos”.
Entonces la Sra Martin se giró un momento.
La gente estaba callada, no se movía de su sitio semntados o de pie.Había silencio. Solo se oían de
vez en cuando los altavoces anunciando la llegada o partida de algún vuelo.
Parecía como un aeropuerto fantasma, atrapado por el tiempo.
“La música relaja –se dijo la Sra Martin
al recordar las palabras del hombre que tenía en frente –pero también emociona
y evade. Qué mundo sería éste sin esta música que nos ha acompañado durante
tantos años, en tantos sitios, en tantos momentos. Esta música que, por
desgracia, mucha gente sobre todo joven, desconoce.
Cuando acabó la primera pieza, empezó la
segunda; el estudio de Chopin. Aquel estudio que era tan difícil, rápido,
fuerte, brillante y bonito. Lástima que durara menos que la sonata.
El
silencio era ya general, incluso algunas personas tenían los ojos cerrados para
relajarse y concentrarse mejor.
Se había producido un pequeño milagro con
aquella música, un momento mágico. Se había conseguido que por un momento la
gente olvidara todo lo triste y trágico. Se habían conseguido unos minutos de
paz y felicidad a nivel colectivo.
El tiempo iba pasando lentamente, pero era
como si no pasara, como si toda la gente estuviera atrapada en aquel momento.
Ni vuelos de aviones, ni llegadas, ni partidas, ni prisas, ni nervios. Todos en
silencio escuchando aquella rápida, potente y hermosa melodía.
La Sra Martin entonces se levantó y miró
el aeropuerto, en toda su extensión. No podía creer lo que veía; que impresión
daba todo. Ojalá aquel momento mágico se repitiera en otras partes de la
ciudad; por no decir en otros pueblos y ciudades del mundo. Sería el mejor
antídoto contra el mal. Y la gente estaría más calmada y feliz. Y despertarían
los buenos sentimientos y acabarían los malos.
Cuando se sentó, el matrimonio de mediana
edad le sonrió, al igual que los dos jóvenes. Y sin darse cuenta la joven madre
le cogió fuertemente de la mano y se la apretó. Ella también había captado
aquel momento mágico. Los dos pequeños giraron sus cabecitas hacia ella y
también le sonrieron.
La última obra, el vals de Ravel, fue la más
breve de todas. Y toda la gente continuaba callada e inmóvil en su sitio.
Parecía un espectáculo sobrenatural, donde el protagonista no solo era el
intérprete, sino el público.
* *
*
Cuando acabaron las tres piezas, la gente empezó
a aplaudir y poco a poco y lentamente todo volvió a la normalidad; pero había
más silencio y menos nerviosismo. Aquella música actuó como un sedante para los
allí presentes.
Entonces fue cuando el joven padre se dirigió a la Sra Martin,
diciéndole:
-Ha
ocurrido un momento mágico, señora, como un pequeño milagro, estoy emocionado.
-Yo
también - dijo la Sra Martin- qué momento tan maravilloso hemos tenido y sobre
todo que hemos sentido… Y ahora si me lo permiten –dijo a todos los presentes,
levantándose- voy a saludar a mi nieto que es quién ha interpretado estas
obras.
-¿Cómo
dice? - dijo muy sorprendida la mujer que tenía en frente.
-Sí, querida,
mi nieto es pianista. No se deben menospreciar las artes, señora. Pueden
resultar muy beneficiosas para uno mismo y para los demás.
-Perdóneme
usted, no era mi intención ofenderla- le contestó un poco avergonzada.
-Mi
nieto es quién tuvo la idea de hacer todo esto. Conocemos al director de este
aeropuerto y nos dijo que era una idea atrevida, pero también bonita e
interesante. Al final nos dijeron que sí, nos dieron permiso. Y ha funcionado. Si
todo el mundo escuchara este tipo de música, que ha quedado ya anticuada para
los jóvenes de hoy, quizás los hombres serían más buenos y no habría tanta
maldad. Estoy convencida de ello.
-Sra Martin –dijo entonces la mujer- ya son las 11h 30 minutos. Deben estar a punto de llegar su hermana y nuestro hijo.
-Sra Martin –dijo entonces la mujer- ya son las 11h 30 minutos. Deben estar a punto de llegar su hermana y nuestro hijo.
-Es
verdad, gracias por recordármelo, pues vayamos a recibirles.
Entonces la anciana se dirigió al
matrimonio joven y a los dos jóvenes.
-Ojalá
estas audiciones se hicieran en los lugares donde hay guerras, aunque ya sé que
es peligroso. Que hubiera un despertar colectivo en todo el mundo,
continuamente. La música es un arte que une a la gente y sensibiliza. Y esta
idea no debería dar pereza o risa; sino todo lo contrario.
-Sí,
señora. Aunque yo lo haría con otro tipo de música –contestó el joven rubio.
-Claro,
por supuesto. Hay tantos estilos musicales y grupos. Puede ser magnífico y
emocionante. Y no os desaniméis, chicos. Vosotros sois el futuro.
-Sí,
señora. Y adiós –dijo entonces el joven que le estrechó la mano para
despedirse- nosotros todavía hemos de esperar a nuestras novias.
La Sra Martin les sonrió y luego se
dirigió al matrimonio joven con sus dos hijos.
-Bueno,
también me despido de vosotros. Creo que este momento lo recordaremos toda la
vida, ¿no es verdad?
-Sí,
señora Martin- dijo la mujer- Ha sido una experiencia maravillosa.
-¿A qué
hora se van ustedes?
-A las
11’44h –contestó el joven marido.
-También
ya falta poco. Bueno, y también me despido de vosotros, niños. Adiós, disfrutad
mucho y portaos bien.
-Dad un
beso a la Sra Martin- dijo la madre.
Los niños la besaron a la vez; uno en cada
mejilla. Luego la Sra Martin se despidió del joven matrimonio deseándose todo
lo mejor.
Seguidamente se separaron y la Sra Martin
y el matrimonio de mediana edad se dirigieron hacia donde se encontraba el
nieto de la anciana.
-Mi hija se ha roto el pie y su marido le hace
compañía –dijo la Sra Martin a medida que iban andando- Lástima que no hayan podido
venir y vivir esta experiencia.
-Que
bien que toca el piano, su nieto. ¡Y cuántos años de estudio! –dijo con
admiración la Sra de mediana edad.
-Efectivamente.
-Y la
idea que ha tenido ha sido sobresaliente. Yo también quiero conocer a este joven
tan brillante –dijo entonces el marido.
Así lo hicieron cuando llegaron.
Felicitaron al joven y hablaron durante unos segundos y luego finalmente y con
un poco de pena, se despidieron con amables palabras.
Seguidamente y ya por separado, la Sra Martin y su nieto y
el matrimonio de mediana edad se dirigieron hacia la zona donde llegaban los
pasajeros del vuelo de Londres, que no tardaron en aparecer.
La Sra Martin explicó a su hermana, que se
parecía mucho a ella pero mucho más joven, lo que había sucedido hacía unos minutos.
Los tres se dirigían a la puerta más cercana para salir e ir al domicilio de la
mujer. No había tanto ruido como cuando entró en el aeropuerto. Aquella idea
había funcionado.
Cuando salieron por una de las puertas que
daba al exterior, la Sra Martin se paró un momento y miró al cielo. Algunas
nubes grises habían desaparecido y el bonito cielo azul mediterráneo hizo acto
de presencia así como el sol que brillaba ya con fuerza.
-“Un
nuevo día lleno de esperanza –suspiró para sí la mujer- Qué momento tan mágico
y hermoso hemos vivido. Hablaré luego con mi nieto a ver si se puede hacer algo
parecido en otro lugar. Se debería hacer una campaña para conseguir más
felicidad y calma en el mundo. ¿Por qué no? La buena música puede ser el camino
para conseguirlo.
FIN
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