Trilogía de la señora Coote (Mark Debrest)
LA ÚLTIMA CARTA ESPAÑOLA(I)
Sentados en la amplia terraza de su domicilio y alrededor de una mesa redonda, blanca y espaciosa, la Sra Coote, dama otoñal de cabellos rojizos que vestía elegantemente, se fijaba en su nieta Lisa, bella joven de veinte años, rubia y delgada, que a veces sufría de súbitos ataques temperamentales. Luego sus ojos se fijaron en el prometido de su nieta. Se llamaba Jeff y era un joven apuesto de cabellos castaños y extraña mirada. Temblaba un poco. Seguramente los nervios. Era la primera vez que se lo presentaban.
-Creo que me he inventado un nuevo juego de cartas, Lisa -dijo contenta la Sra Coote que se encontraba entre los dos jóvenes. -¿Qué os parece si jugamos, ahora?
-¿Ahora? ¿A las cartas? -le contestó extrañada.
-¿Y por qué no? -respondió Jeff.
-¿Con lo inquieto que eres? Además, ¿no es cosa de viejos, eso? -comentó Lisa un poco nerviosa- Pero si sólo somos tres; sería muy aburrido. ¿ Y si avisaras a tía Magda, abuela?
-Es muy vieja, ya. Dejémosla tranquila en el salón. Además, creo que duerme le respondió con su hermosa voz de mezzo.
-Pues tres personas jugando es muy aburrido -reafirmó aún más nerviosa.
-No hay problema en cuánto a eso. Avisaremos a Askill, el mayordomo. A él le gusta jugar a las cartas tanto como a mí.
-Ya lo aviso yo -dijo Lisa aliviada.
Al cabo de unos momentos se presentó. Era un hombre de mediana edad y pronunciada calvicie; aunque su cara, surcada de arrugas, le hacía aparentar más años de los que tenía.
-Askill, ¿le gustaría jugar a las cartas con nosotros?
-Señora..., No sé si debo...
-¡Oh, vamos Askill, déjese de tonterías!, ¡pero si sé que le encanta jugar!
-De acuerdo, Sra Coote, es usted muy amable.
-Así me gusta. Siéntase en frente mío, Askill.
-Sí, señora.
Lisa, que se encontraba a la izquierda de su abuela, pudo ver el reloj de pared que se hallaba en el salón. Marcaba, en aquellos momentos, las cuatro de la tarde.
-Jugaremos con la baraja española. Repartiré diez cartas para cada uno -dijo la Sra Coote para luego continuar de una forma un tanto dudosa- A ver...bien, esto...pero habrá nueve rondas, ¿de acuerdo? El juego consiste en lo siguiente... y no me interrumpais ahora, por favor, porque necesito decirlo bien.
Y la mujer continuó ahora más despacio:
-El primer jugador tirará la carta con la numeración más baja que tenga; el segundo jugador debe tirar otra con la numeración más alta que la primera; el tercero más alta todavía que la segunda y el cuarto la más alta posible. De esta forma ganará eñ último jugador. En el fondo gana quién tenga la carta más alta porque a veces no es posible la dinámica del juego. Se sumarán entonces los números de cada carta y el ganador tendrá tantos puntos. Si, por ejemplo, el segundo jugador tirara el mismo número que el primero y lo mostrase, a la hora de sumar los puntos, su número no contaría. Ah, y muy importante, he quitado el número diez de todas las cartas. Cada palo tiene doce cartas. Con el número diez habría trece cartas y no quiero porque es eso soy muy supersticiosa. La sota valdrá diez puntos, el caballo once y el rey doce. Y eso es todo... ¿entendido? -dijo suspirando y un poco aliviada, como si acabara de exponer un pequeño problema matemático.
-Creo que sí,abuela.
-¿Y tú, Jeff?
-Perfectamente, señora.
-¿Askill?
-Sí, señora.
-Pues empecemos- sentenció la Sra Coote afirmando con su ovalado y pintado rostro.
La Sra Coote repartió las diez cartas. Su tía, la Sra Magda Peters, observó, desde su butaca, la reacción de cada uno de ellos. La de su sobrina, de disgusto; la de su bisnieta-sobrina, de satisfacción; Askill no demostró emoción alguna; la del joven Jeff, de sobresalto.
-En fin -suspiró la Sra Coote-, empieza la primera ronda. Miremos bien las cartas. Con atención, con mucha atención...Tiraré yo primero, ¿de acuerdo? Y después Lisa, usted Askill y Jeff. Por este orden. Aunque el que gane tirará primero. Recordad que las cartas deben mostrarse encima de la mesa, menos la última. Para este juego he necesitado nada más y nada menos que cuatro barajas españolas.
La primera ronda fue de la siguiente manera: La Sra Coote tiró el dos de bastos; Lisa, el cuatro de oros; Askill, el siete de copas y Jeff, el ocho de oros. Ganó Jeff con veintiún puntos.
La segunda ronda fue así: Jeff tiró el seis de oros; la Sra Coote, el seis de bastos; Lisa, el ocho de copas y Askill, el nueve de oros. Ganó Askill con veintitrés puntos.
La tercera ronda fue la más corta: Askill mostró el nueve de espadas; la Sra Coote, el tres de copas; Lisa, el rey de oros y Jeff, la sota de espadas. Ganó Lisa con treinta y cuatro puntos.
La Sra Coote iba poniendo en vertical el orden de las cartas que iban sacando en cada ronda.
Las diferentes rondas se iban produciendo un poco a la expectativa de lo que sucedería, hasta que llegó la novena.
-Ahora debería ganar una servidora-dijo bromeando la Sra. Coote-, pues todos habeis ganado menos yo.
-Qué juego más peculiar -comentó Lisa- ¿Cuándo te lo inventaste?
La Sra Coote la miró unos instantes y le respondió de una forma lenta y exageradamente teatral:
-Hace muy poco... En una de estas tardes primaverales en las que una se encuentra sola y no sabe qué hacer...
La Sra Coote volvió a la normalidad:
-Qué, ¿continuamos?
-Sí, abuela. Esta vez empiezo yo.
Lisa tiró el rey de espadas; la Sra Coote, el cuatro de espadas; Askill, la sota de copas y Jeff el caballo de bastos. Ganó Lisa con treinta y siete puntos. Fue ésta quién dijo sorprendida:
-He ganado seis partidas partidas y todavía no puedo creérmelo. Este juego no es tan sencillo como parece, abuela. ¿No podemos jugar otra vez?
-No, Lisa. Mejor en otra ocasión. Todavía tenéis que contarme el viaje que hicisteis a París -dijo con un gesto preocupado mientras miraba las cartas.
-Otro día tendrá más suerte, Sra Coote -dijo Jeff a modo de consolarla.
-Y pensar que es un juego fruto de mi intelecto. La próxima vez os ganaré a todos.
Los tres sonrieron por lo que había dicho y, entre risas y charla, no preguntaron por qué quedaban las cuatro cartas sin descubrir.
Luego Askill se retiró. La Sra Coote habló animadamente con los dos jóvenes. Hacia las siete se despidieron.
* * *
Cuando la mujer volvió a la terraza, al cabo de unos minutos, se encontró con su tía, la Sra Peters, que observaba curiosamente tanto las cartas descubiertas como las que no. La octogenaria mujer era alta, guapa, de ojos azules, más bien gruesa, de cabellos blancos y vestía severamente de gris.
-Tía, luego me explicará este extraño juego que se ha inventado.
-No es extraño, Patricia. Es un juego muy práctico para determinadas observaciones. Las confirma.
-No la entiendo.
-Escucha y lo comprenderás. Desde el salón he visto como comíais y luego jugábais. Me gusta observar a la gente...desde niña. Y ahora giremos las cartas y te diré lo que "dicen".
-¿No creerá usted en esas cosas?, ¿verdad? -dijo asustada.
-No, no, querida. Las encuentro peligrosas y antinaturales. Yo me refiero a otras cosas mucho más sencillas. No hace falta ser un iluminado ni estudiar el significado en sí. Además, la baraja española es inofensiva. La que habéis usado me la regaló Michael, tu nieto, poco antes de que se divorciara el príncipe Andrés... Bien -continuó la Sra Peters que miraba a su sobrina un poco impaciente- ¿quieres que empiece por ti, querida?
-Como quiera, tía.
Y dio la vuelta a la primera carta.
-El as de copas... -dijo, y seguidamente meditó- Ibas a por todas, ¿eh? Bueno...ejem... creo que hiciste trampa...; aunque lo comprendo. Muchas crtas que tenías tenían numeración baja.
-Acertó. Debí tirarla en la primera ronda, pero no lo hice.
-Lo que no entiendo es por qué querías ser la segunda en tirar. En fin...- suspiró la Sra Peters para luego decir un poco molesta- No te ofendas, pero siempre has sido un poco egoísta, Patricia.
-Es cierto, tía, pero tiene que comprenderlo. Con los números que tenía, ¿qué quería?, ¿qué hiciera el ridículo?
-Pero si sólo es un juego. No deberías tomártelo así.
-Sí, ya lo sé, pero no puedo remediarlo.
-En fin, qué le vamos a hacer. La verdad es que tenías unos números malísimos. Miremos ahora la carta de Lisa porque estoy muy intrigada.
Lo que vio no le gustó.
-Me lo temía; ha dejado el siete de espadas. Hubiera podido tirarla también... Pero yo sé porqué no la tiró.
-¿Por qué?-dijo intrigada.
-Tiene una enfermiza fobia hacia los números impares. Cuando comíais los tres, ¿no te diste cuenta de lo nerviosa que se encontraba? Por poco no me levanto y me uno a vosotros.
-Tía, no me hará usted creer que sólo por eso...
-No sólo por eso; y por muchas cosas más, querida, por muchas cosas más. Vi su cara hoy y la de hace un mes en la comida que dio su tía Violeta; eramos ocho y estaba mucho más relajada. Cuando llegó el segundo plato y vi los muslos de pavo, me inquieté. Ya sabes que no le gustan demasiado; pues para que no se molestara Violeta, pidió dos muslos pequeños, y no uno, que hubiera sido lo más natural. Dos son las medallas que lleva en el cuello. No tiene reloj de pulsera. Siempre come en horas pares y hoy no ha sido la excepción.
-Es verdad, comimos a las dos.
-Por eso no he comido con vosotros, y lo siento. Demasiado tarde para mí.
-Pero tía, ¡entonces está enferma!
-Sí, muy enferma. Hablé con su madre hace una semana. Pronto empezará un tratamiento; aquí, en Londres.
-No puedo creerlo -dijo asombrada.
-Es duro; pero es joven. Yo creo... yo creo que se curará.
La Sra Coote pensó durante unos instantes en su nieta. La verdad es que notaba algo raro en ella pero no sabía el qué. Ahora le venía a la memoria que una vez Lisa se quitó súbitamente uno de sus collares, el de perlas, y se dedicó a contarlas. Se puso hecha una furia cuando descubrió que habían treinta y nueve. El collar no se lo volvió a poner y compró otro en su lugar.
-Ahora le toca el turno a Askill, tía -dijo un poco triste.
-Sí -afirmó la Sra Peters que vió la carta y calló durante unos segundos- La sota de bastos..., la hubiera podido tirar también en la octava ronda. ¡Cómo ha sufrido, el pobre Askill! Me comentó que su infancia fue muy pobre, triste y desgraciada. Su madre, a la que adoraba, se suicidó. Ha tenido una vida muy dura. Pobre hombre.
Se hizo un silencio angustioso. Aquel juego empezaba a convertirse en una pesadilla.
-No creo que en Jeff haya algo trágico -comentó intranquila la Sra Coote.
La Sra Peters la miró tristemente. Luego descubrió la última carta.
-Debí imaginarlo. Copas. El cuatro de copas. Qué curioso.
-No entiendo nada.
-Quizá no te fijaste en su cara cuando serviste las bebidas a la hora del postre. Le serviste tres copas de coñac sin darte cuenta. El las aceptó. Luego, casi maquinalmente, el joven iba a servirse la cuarta. Creo que tiene problemas con la bebida, querida. Sus manos temblaban, sus ojos parecen enfermos, apenas comió.
Hizo una pausa para añadir como si de una sentencia se tratase:
-La última carta es la que nos indica como somos o lo que sentimos.
-No creo en tal monstruosidad, tía -dijo molesta la Sra Coote.
-El tiempo me dará la razón.
-Qué juego tan extraño. ¿Seguro que se lo ha inventado usted?
-Sí...- dijo con una voz un poco misteriosa.
La Sra Peters observó a su sobrina cuya mirada era desafiante. Fue ésta la que comentó:
-Me pregunto qué carta hubiera dejado usted. No es egoísta, ni tramposa; ni maniática; ni ha sufrido mucho en la vida; ni tiene problemas con la bebida. ¡Algun defecto debe tener!
-Claro, como todo el mundo.
La Sra Coote preguntó despacio:
-¿Y qué carta sería, tía?
-Cuando hagamos otra partida, quizá lo sepas. Pero está clarísimo. Su deducción debe ser fácil para ti.
-"¿Fácil? -se dijo la Sra Coote- Tal vez el as de espadas, pues un primo de tía Magda murió de un sablazo en unos disturbios en la India, o quizá el dos de oros que podían recordarle aquellas dos monedas que tenía como pulsera y que las había perdido hacía mucho tiempo ocasionándole un gran disgusto". La verdad es que no lo sabía. Ni lo sabría, estaba convencida.
-¿Y qué significan por ejemplo...los oros, si es que significan algo? -preguntó intrigada la Sra Coote.
-Claro que significan algo -empezó a decir lentamente- Para ti, riqueza y poder; para Lisa sólo es un color; para Askill, en cambio, calor. ¿No viste la cara que puso al tirar el nueve de oros? Para él eran como nueve soles abradasores; en cuánto a Jeff, la aventura, la búsqueda de lo imposible. Su lucha.
Un escalofrío de angustia se apoderó de la Sra Coote.
-No, no siga. Es muy duro lo que dice, tía.
Y con seriedad y disgusto añadió:
-Preferiría no saber lo que significan para usted.
A la mañana siguiente, la Sra Peters se dirigió a la terraza como casi todos los días y se encontró con su sobrina que estaba desayunando. El cielo estaba un poco nublado como el día anterior.
-Buenos días, Patricia.
-Buenos días, tía Magda. ¿Quiere tomar alguna cosa?
-No, gracias. He pasado mala noche.
La Sra Coote se inquietó:
-¿Se encuentra bien, ahora?
-Mucho mejor, gracias. ¿Sabes?, estaba pensando en lo que me dijiste ayer. La carta que no habría enseñado. Creo que estás un poco molesta conmigo, Patricia.
-No, no es cierto.
-Sí, sí que lo estás. Hace mucho tiempo que te conozco y quizá sin darme cuenta hago mal a veces. La verdad es que no tenemos muchas cosas en común.
Y expresamente añadió:
-Me da la sensación de qué me tienes un poco de envidia.
-¿Ahora resulta qué soy envidiosa?- le dijo muy ofendida- Y usted qué, ¿está libre de defectos?
-¿Ves? ¿Te has dado cuenta de lo que nos ha sucedido? Nos hemos vuelto a pelear otra vez. Hay cierta lucha entre nosotras. Ya sé qué, en ocasiones, me las doy de listilla y eso te irrita. Entonces tú me atacas y yo intento defenderme.
La Sra Peters se fijó en los ojos de su sobrina.
-¿No adivinas de qué carta se trata?
-No, tía.
Se hizo un silencio largo, tenso y misterioso.
-Se trata...del dos de espadas -dijo la Sra Peters.
Y a continuación añadió:
-Odio las discusiones, Patricia; no las soporto. Soy vieja, pocos años me quedan ya. A veces mis aires de lista me han traído más de un disgusto sin quererlo. Además, he molestado a la persona que más quiero en este mundo sin darme cuenta; y esa persona eres tú, querida.
La Sra Coote se fijó unos momentos en ella y le sonrió. Luego le dijo emocionada:
-Espero y deseo que esa carta no la guardemos ni usted ni yo, nunca, tía. A propósito -comentó de pronto- la próxima semana vienen mi sobrino Derek y su mujer. Podríamos volver a jugar, ¿no le parece? Estoy intrigadísima por saber qué carta no enseñarán.
-Bueno... verás...-titubeó la Sra Peters.
-¿Sucede algo?
-Sí. Precisamente esta noche se me ha ocurrido otro juego, aunque será con la baraja francesa.
-¿Y puedo saber el significado qué tiene? -dijo curiosa.
-No, querida- le contestó dulcemente- espera a qué vengan y cuando acabemos la partida y hayan marchado, lo sabrás.
FIN
UN JUEGO CON LA BARAJA FRANCESA (II)
¿Os acordáis bien de la anterior narración que leísteis sobre mi abuela, la Sra Patricia Coote? Debo deciros que al final de la misma aparecía una enigmática afirmación de la tía de ésta, la Sra Magda Peters, pues decía que acababa de inventarse un juego con las cartas; con la baraja francesa.
Lo curioso del caso es que a través del juego de cartas que se inventó tía Magda y que creía que podría aplicarse con sentido, apareció otro con resultados más sorprendentes.
-La verdad es que no tiene nombre- contestó la abuela Patricia- tendremos que pensar en alguno, ¿no?
-Podría llamarse el juego Peters –dijo mi tía Elena con simpatía.
-Sería divertido que a un juego se le pusiera mi apellido- dijo sonriente tía Magda-pero es muy sencillo en comparación con los otros. No tiene mucho mérito.
-Pues claro que lo tiene, tía. No es tan fácil pensar y desarrollar un juego. Y a su edad. Tiene muchísimo mérito-dijo eufórica la abuela felicitándola.
-Nosotras haremos publicidad del juego- dijo sonriente la Sra Tremelaw- En el club hay algunas señoras que empiezan a estar un poco hartas de los tradicionales juegos de naipes con las dos barajas.
-¿Hay muchas rondas?- preguntó entonces tío Derek.
-Las necesarios, querido- le respondió sin determinar.
-Pues hay una cosa que no me gusta mucho de esta velada, tía.
-¿Cómo dices, Derek?- se sorprendió mucho mi abuela a la vez que lo miraba con asombro.
-¿Cómo es que solamente hay un hombre? Me siento un poco… marginado- continuó como ofendido (que no lo estaba pues era un poco de la broma)- mirando a todas las mujeres.
-Lo sé, Derek, y lo siento. Pero debes saber que el Reverendo Mathew estaba invitado a comer, aunque finalmente me llamó para decir que no podría venir. Qué lo sentía y mucho.
-Más lo siento yo- dijo suspirando a la vez que sacaba unas pequeñas gafas para ver de cerca.
-Ya verás cómo te distraerás, querido, confía en tu tía
-Y en mi, Derek- afirmó tía Magda- ¿Sabéis? me gusta observar a la gente como juega. Para mí es tan emocionante como el propio juego. La cartas–continuó tía Magda mientras acababa de barajarlas y repartir a cada jugador diez- no dicen nada, pero a veces tengo suposiciones y tal vez intuiciones con ellas. Ya lo hacía de pequeña.
-Qué miedo me da, tía Magda- dijo Derek.
-Sólo he acertado algunas veces- mintió hábilmente y como desanimada -ojalá hubieran sido unas pocas más.
-Comencemos ya, tía- dijo la abuela un poco impaciente-¿Quién empieza?
-Tranquila, Patricia. Sí. Empecemos ahora- afirmó con cierta solemnidad- Tira primero quién tenga el rey de corazones o sino los distintos reyes de los otros palos. Primero los rojos, recordad: es decir y en orden: corazones y diamantes; y luego los negros; tréboles y picas. Cuantos menos picas tengáis, mejor. ¿Alguien tiene reyes?
-Debo admitir que sí, tía. Al contrario que usted. Si estuviéramos en el siglo XIX ya hubiera hecho alguna sesión de espiritismo, estoy segura. Soy muy curiosa, pero también religiosa y sé dónde poner los límites. Qué extraña dualidad ¿no?… Por cierto –dijo de pronto recordando muy sorprendida- ¿Y usted, en que palo del juego había pensado? Sólo falta usted para completar el ciclo.
-Yo había pensado en los tréboles. En los tréboles de la suerte. En los tréboles de mi vida. He tenido suerte en la vida, Patricia –dijo a modo de conclusión- Y ahora, en la vejez, me siento querida y cuidada. He sido la única que ha pensado que el palo determinante sería ese y ese ha sido el palo que más he tirado. Doble coincidencia. Además también he sido una de las tres ganadoras. Tres partidas yo, tres partidas tú y tres partidas, Judith. Elena ganó también una y me alegro. Estaba un poco triste y espero que todo se arregle. Pero volviendo al agotador juego creo que la ganadora más completa he sido yo
-Yo pienso lo mismo, tía Magda. Y tiene mucho mérito.
Y de pronto recordó algo y cambiando de tema de conversación, añadió:
-¿Qué le parece si vemos un poco la televisión? Ponen una película de la Garbo, su actriz preferida. Creo que se trata de “El velo pintado”
-Recuerdo que la vi hace muchos años en el cine. No es de las más conocidas de Greta Garbo, de su etapa sonora. La miraré con mucho gusto.
-La miraremos, tía Magda- le contestó con simpatía.
Sentados en la amplia terraza de su domicilio y alrededor de una mesa redonda, blanca y espaciosa, la Sra Coote, dama otoñal de cabellos rojizos que vestía elegantemente, se fijaba en su nieta Lisa, bella joven de veinte años, rubia y delgada, que a veces sufría de súbitos ataques temperamentales. Luego sus ojos se fijaron en el prometido de su nieta. Se llamaba Jeff y era un joven apuesto de cabellos castaños y extraña mirada. Temblaba un poco. Seguramente los nervios. Era la primera vez que se lo presentaban.
-Creo que me he inventado un nuevo juego de cartas, Lisa -dijo contenta la Sra Coote que se encontraba entre los dos jóvenes. -¿Qué os parece si jugamos, ahora?
-¿Ahora? ¿A las cartas? -le contestó extrañada.
-¿Y por qué no? -respondió Jeff.
-¿Con lo inquieto que eres? Además, ¿no es cosa de viejos, eso? -comentó Lisa un poco nerviosa- Pero si sólo somos tres; sería muy aburrido. ¿ Y si avisaras a tía Magda, abuela?
-Es muy vieja, ya. Dejémosla tranquila en el salón. Además, creo que duerme le respondió con su hermosa voz de mezzo.
-Pues tres personas jugando es muy aburrido -reafirmó aún más nerviosa.
-No hay problema en cuánto a eso. Avisaremos a Askill, el mayordomo. A él le gusta jugar a las cartas tanto como a mí.
-Ya lo aviso yo -dijo Lisa aliviada.
Al cabo de unos momentos se presentó. Era un hombre de mediana edad y pronunciada calvicie; aunque su cara, surcada de arrugas, le hacía aparentar más años de los que tenía.
-Askill, ¿le gustaría jugar a las cartas con nosotros?
-Señora..., No sé si debo...
-¡Oh, vamos Askill, déjese de tonterías!, ¡pero si sé que le encanta jugar!
-De acuerdo, Sra Coote, es usted muy amable.
-Así me gusta. Siéntase en frente mío, Askill.
-Sí, señora.
Lisa, que se encontraba a la izquierda de su abuela, pudo ver el reloj de pared que se hallaba en el salón. Marcaba, en aquellos momentos, las cuatro de la tarde.
-Jugaremos con la baraja española. Repartiré diez cartas para cada uno -dijo la Sra Coote para luego continuar de una forma un tanto dudosa- A ver...bien, esto...pero habrá nueve rondas, ¿de acuerdo? El juego consiste en lo siguiente... y no me interrumpais ahora, por favor, porque necesito decirlo bien.
Y la mujer continuó ahora más despacio:
-El primer jugador tirará la carta con la numeración más baja que tenga; el segundo jugador debe tirar otra con la numeración más alta que la primera; el tercero más alta todavía que la segunda y el cuarto la más alta posible. De esta forma ganará eñ último jugador. En el fondo gana quién tenga la carta más alta porque a veces no es posible la dinámica del juego. Se sumarán entonces los números de cada carta y el ganador tendrá tantos puntos. Si, por ejemplo, el segundo jugador tirara el mismo número que el primero y lo mostrase, a la hora de sumar los puntos, su número no contaría. Ah, y muy importante, he quitado el número diez de todas las cartas. Cada palo tiene doce cartas. Con el número diez habría trece cartas y no quiero porque es eso soy muy supersticiosa. La sota valdrá diez puntos, el caballo once y el rey doce. Y eso es todo... ¿entendido? -dijo suspirando y un poco aliviada, como si acabara de exponer un pequeño problema matemático.
-Creo que sí,abuela.
-¿Y tú, Jeff?
-Perfectamente, señora.
-¿Askill?
-Sí, señora.
-Pues empecemos- sentenció la Sra Coote afirmando con su ovalado y pintado rostro.
La Sra Coote repartió las diez cartas. Su tía, la Sra Magda Peters, observó, desde su butaca, la reacción de cada uno de ellos. La de su sobrina, de disgusto; la de su bisnieta-sobrina, de satisfacción; Askill no demostró emoción alguna; la del joven Jeff, de sobresalto.
-En fin -suspiró la Sra Coote-, empieza la primera ronda. Miremos bien las cartas. Con atención, con mucha atención...Tiraré yo primero, ¿de acuerdo? Y después Lisa, usted Askill y Jeff. Por este orden. Aunque el que gane tirará primero. Recordad que las cartas deben mostrarse encima de la mesa, menos la última. Para este juego he necesitado nada más y nada menos que cuatro barajas españolas.
La primera ronda fue de la siguiente manera: La Sra Coote tiró el dos de bastos; Lisa, el cuatro de oros; Askill, el siete de copas y Jeff, el ocho de oros. Ganó Jeff con veintiún puntos.
La segunda ronda fue así: Jeff tiró el seis de oros; la Sra Coote, el seis de bastos; Lisa, el ocho de copas y Askill, el nueve de oros. Ganó Askill con veintitrés puntos.
La tercera ronda fue la más corta: Askill mostró el nueve de espadas; la Sra Coote, el tres de copas; Lisa, el rey de oros y Jeff, la sota de espadas. Ganó Lisa con treinta y cuatro puntos.
La Sra Coote iba poniendo en vertical el orden de las cartas que iban sacando en cada ronda.
Las diferentes rondas se iban produciendo un poco a la expectativa de lo que sucedería, hasta que llegó la novena.
-Ahora debería ganar una servidora-dijo bromeando la Sra. Coote-, pues todos habeis ganado menos yo.
-Qué juego más peculiar -comentó Lisa- ¿Cuándo te lo inventaste?
La Sra Coote la miró unos instantes y le respondió de una forma lenta y exageradamente teatral:
-Hace muy poco... En una de estas tardes primaverales en las que una se encuentra sola y no sabe qué hacer...
La Sra Coote volvió a la normalidad:
-Qué, ¿continuamos?
-Sí, abuela. Esta vez empiezo yo.
Lisa tiró el rey de espadas; la Sra Coote, el cuatro de espadas; Askill, la sota de copas y Jeff el caballo de bastos. Ganó Lisa con treinta y siete puntos. Fue ésta quién dijo sorprendida:
-He ganado seis partidas partidas y todavía no puedo creérmelo. Este juego no es tan sencillo como parece, abuela. ¿No podemos jugar otra vez?
-No, Lisa. Mejor en otra ocasión. Todavía tenéis que contarme el viaje que hicisteis a París -dijo con un gesto preocupado mientras miraba las cartas.
-Otro día tendrá más suerte, Sra Coote -dijo Jeff a modo de consolarla.
-Y pensar que es un juego fruto de mi intelecto. La próxima vez os ganaré a todos.
Los tres sonrieron por lo que había dicho y, entre risas y charla, no preguntaron por qué quedaban las cuatro cartas sin descubrir.
Luego Askill se retiró. La Sra Coote habló animadamente con los dos jóvenes. Hacia las siete se despidieron.
* * *
Cuando la mujer volvió a la terraza, al cabo de unos minutos, se encontró con su tía, la Sra Peters, que observaba curiosamente tanto las cartas descubiertas como las que no. La octogenaria mujer era alta, guapa, de ojos azules, más bien gruesa, de cabellos blancos y vestía severamente de gris.
-Tía, luego me explicará este extraño juego que se ha inventado.
-No es extraño, Patricia. Es un juego muy práctico para determinadas observaciones. Las confirma.
-No la entiendo.
-Escucha y lo comprenderás. Desde el salón he visto como comíais y luego jugábais. Me gusta observar a la gente...desde niña. Y ahora giremos las cartas y te diré lo que "dicen".
-¿No creerá usted en esas cosas?, ¿verdad? -dijo asustada.
-No, no, querida. Las encuentro peligrosas y antinaturales. Yo me refiero a otras cosas mucho más sencillas. No hace falta ser un iluminado ni estudiar el significado en sí. Además, la baraja española es inofensiva. La que habéis usado me la regaló Michael, tu nieto, poco antes de que se divorciara el príncipe Andrés... Bien -continuó la Sra Peters que miraba a su sobrina un poco impaciente- ¿quieres que empiece por ti, querida?
-Como quiera, tía.
Y dio la vuelta a la primera carta.
-El as de copas... -dijo, y seguidamente meditó- Ibas a por todas, ¿eh? Bueno...ejem... creo que hiciste trampa...; aunque lo comprendo. Muchas crtas que tenías tenían numeración baja.
-Acertó. Debí tirarla en la primera ronda, pero no lo hice.
-Lo que no entiendo es por qué querías ser la segunda en tirar. En fin...- suspiró la Sra Peters para luego decir un poco molesta- No te ofendas, pero siempre has sido un poco egoísta, Patricia.
-Es cierto, tía, pero tiene que comprenderlo. Con los números que tenía, ¿qué quería?, ¿qué hiciera el ridículo?
-Pero si sólo es un juego. No deberías tomártelo así.
-Sí, ya lo sé, pero no puedo remediarlo.
-En fin, qué le vamos a hacer. La verdad es que tenías unos números malísimos. Miremos ahora la carta de Lisa porque estoy muy intrigada.
Lo que vio no le gustó.
-Me lo temía; ha dejado el siete de espadas. Hubiera podido tirarla también... Pero yo sé porqué no la tiró.
-¿Por qué?-dijo intrigada.
-Tiene una enfermiza fobia hacia los números impares. Cuando comíais los tres, ¿no te diste cuenta de lo nerviosa que se encontraba? Por poco no me levanto y me uno a vosotros.
-Tía, no me hará usted creer que sólo por eso...
-No sólo por eso; y por muchas cosas más, querida, por muchas cosas más. Vi su cara hoy y la de hace un mes en la comida que dio su tía Violeta; eramos ocho y estaba mucho más relajada. Cuando llegó el segundo plato y vi los muslos de pavo, me inquieté. Ya sabes que no le gustan demasiado; pues para que no se molestara Violeta, pidió dos muslos pequeños, y no uno, que hubiera sido lo más natural. Dos son las medallas que lleva en el cuello. No tiene reloj de pulsera. Siempre come en horas pares y hoy no ha sido la excepción.
-Es verdad, comimos a las dos.
-Por eso no he comido con vosotros, y lo siento. Demasiado tarde para mí.
-Pero tía, ¡entonces está enferma!
-Sí, muy enferma. Hablé con su madre hace una semana. Pronto empezará un tratamiento; aquí, en Londres.
-No puedo creerlo -dijo asombrada.
-Es duro; pero es joven. Yo creo... yo creo que se curará.
La Sra Coote pensó durante unos instantes en su nieta. La verdad es que notaba algo raro en ella pero no sabía el qué. Ahora le venía a la memoria que una vez Lisa se quitó súbitamente uno de sus collares, el de perlas, y se dedicó a contarlas. Se puso hecha una furia cuando descubrió que habían treinta y nueve. El collar no se lo volvió a poner y compró otro en su lugar.
-Ahora le toca el turno a Askill, tía -dijo un poco triste.
-Sí -afirmó la Sra Peters que vió la carta y calló durante unos segundos- La sota de bastos..., la hubiera podido tirar también en la octava ronda. ¡Cómo ha sufrido, el pobre Askill! Me comentó que su infancia fue muy pobre, triste y desgraciada. Su madre, a la que adoraba, se suicidó. Ha tenido una vida muy dura. Pobre hombre.
Se hizo un silencio angustioso. Aquel juego empezaba a convertirse en una pesadilla.
-No creo que en Jeff haya algo trágico -comentó intranquila la Sra Coote.
La Sra Peters la miró tristemente. Luego descubrió la última carta.
-Debí imaginarlo. Copas. El cuatro de copas. Qué curioso.
-No entiendo nada.
-Quizá no te fijaste en su cara cuando serviste las bebidas a la hora del postre. Le serviste tres copas de coñac sin darte cuenta. El las aceptó. Luego, casi maquinalmente, el joven iba a servirse la cuarta. Creo que tiene problemas con la bebida, querida. Sus manos temblaban, sus ojos parecen enfermos, apenas comió.
Hizo una pausa para añadir como si de una sentencia se tratase:
-La última carta es la que nos indica como somos o lo que sentimos.
-No creo en tal monstruosidad, tía -dijo molesta la Sra Coote.
-El tiempo me dará la razón.
-Qué juego tan extraño. ¿Seguro que se lo ha inventado usted?
-Sí...- dijo con una voz un poco misteriosa.
La Sra Peters observó a su sobrina cuya mirada era desafiante. Fue ésta la que comentó:
-Me pregunto qué carta hubiera dejado usted. No es egoísta, ni tramposa; ni maniática; ni ha sufrido mucho en la vida; ni tiene problemas con la bebida. ¡Algun defecto debe tener!
-Claro, como todo el mundo.
La Sra Coote preguntó despacio:
-¿Y qué carta sería, tía?
-Cuando hagamos otra partida, quizá lo sepas. Pero está clarísimo. Su deducción debe ser fácil para ti.
-"¿Fácil? -se dijo la Sra Coote- Tal vez el as de espadas, pues un primo de tía Magda murió de un sablazo en unos disturbios en la India, o quizá el dos de oros que podían recordarle aquellas dos monedas que tenía como pulsera y que las había perdido hacía mucho tiempo ocasionándole un gran disgusto". La verdad es que no lo sabía. Ni lo sabría, estaba convencida.
-¿Y qué significan por ejemplo...los oros, si es que significan algo? -preguntó intrigada la Sra Coote.
-Claro que significan algo -empezó a decir lentamente- Para ti, riqueza y poder; para Lisa sólo es un color; para Askill, en cambio, calor. ¿No viste la cara que puso al tirar el nueve de oros? Para él eran como nueve soles abradasores; en cuánto a Jeff, la aventura, la búsqueda de lo imposible. Su lucha.
Un escalofrío de angustia se apoderó de la Sra Coote.
-No, no siga. Es muy duro lo que dice, tía.
Y con seriedad y disgusto añadió:
-Preferiría no saber lo que significan para usted.
A la mañana siguiente, la Sra Peters se dirigió a la terraza como casi todos los días y se encontró con su sobrina que estaba desayunando. El cielo estaba un poco nublado como el día anterior.
-Buenos días, Patricia.
-Buenos días, tía Magda. ¿Quiere tomar alguna cosa?
-No, gracias. He pasado mala noche.
La Sra Coote se inquietó:
-¿Se encuentra bien, ahora?
-Mucho mejor, gracias. ¿Sabes?, estaba pensando en lo que me dijiste ayer. La carta que no habría enseñado. Creo que estás un poco molesta conmigo, Patricia.
-No, no es cierto.
-Sí, sí que lo estás. Hace mucho tiempo que te conozco y quizá sin darme cuenta hago mal a veces. La verdad es que no tenemos muchas cosas en común.
Y expresamente añadió:
-Me da la sensación de qué me tienes un poco de envidia.
-¿Ahora resulta qué soy envidiosa?- le dijo muy ofendida- Y usted qué, ¿está libre de defectos?
-¿Ves? ¿Te has dado cuenta de lo que nos ha sucedido? Nos hemos vuelto a pelear otra vez. Hay cierta lucha entre nosotras. Ya sé qué, en ocasiones, me las doy de listilla y eso te irrita. Entonces tú me atacas y yo intento defenderme.
La Sra Peters se fijó en los ojos de su sobrina.
-¿No adivinas de qué carta se trata?
-No, tía.
Se hizo un silencio largo, tenso y misterioso.
-Se trata...del dos de espadas -dijo la Sra Peters.
Y a continuación añadió:
-Odio las discusiones, Patricia; no las soporto. Soy vieja, pocos años me quedan ya. A veces mis aires de lista me han traído más de un disgusto sin quererlo. Además, he molestado a la persona que más quiero en este mundo sin darme cuenta; y esa persona eres tú, querida.
La Sra Coote se fijó unos momentos en ella y le sonrió. Luego le dijo emocionada:
-Espero y deseo que esa carta no la guardemos ni usted ni yo, nunca, tía. A propósito -comentó de pronto- la próxima semana vienen mi sobrino Derek y su mujer. Podríamos volver a jugar, ¿no le parece? Estoy intrigadísima por saber qué carta no enseñarán.
-Bueno... verás...-titubeó la Sra Peters.
-¿Sucede algo?
-Sí. Precisamente esta noche se me ha ocurrido otro juego, aunque será con la baraja francesa.
-¿Y puedo saber el significado qué tiene? -dijo curiosa.
-No, querida- le contestó dulcemente- espera a qué vengan y cuando acabemos la partida y hayan marchado, lo sabrás.
FIN
UN JUEGO CON LA BARAJA FRANCESA (II)
¿Os acordáis bien de la anterior narración que leísteis sobre mi abuela, la Sra Patricia Coote? Debo deciros que al final de la misma aparecía una enigmática afirmación de la tía de ésta, la Sra Magda Peters, pues decía que acababa de inventarse un juego con las cartas; con la baraja francesa.
Mi
abuela y su tía, la Sra Peters, vivían en el lujoso barrio de Mayfair,
en Londres. La casa era propiedad de mi abuela, rica mujer septuagenaria,
divertida, presumida, atractiva aunque no bella, emprendedora y decidida, un poco egocéntrica pero a la
vez altruista, que se había quedado viuda muy joven con dos niños. Los niños
son mi madre Clara y mi tío Clement. Para que os pongáis un poco en situación
en referencia a mi familia debo deciros que algunos años después, mi madre se
casó con el conde Charles Wigminton y tuvieron dos hijos: primero yo, Michael y luego Melissa,
mi hermana. Hemos sido y somos una familia unida y tradicional.
La que
no lo era tanto era la familia de mi tío Clement. Mi pobre tío se casó pronto y
mal, (es una pena decirlo pero es la verdad) con una muchacha de muy buena
familia, pero con serios problemas mentales, un
tema tabú antes y ahora. Tuvieron una niña, Lisa, que ya la conocéis del
primer relato. Poco después mis tíos se divorciaron. Dada la situación de mi
tía, la niña se quedó con mi tío. Este se casó nuevamente con mi tía Delia y
tuvieron tres hijos. El matrimonio afortunadamente funcionó y han sido
felices. La única preocupación de todos ha sido mi prima Lisa que siempre fue
una niña depresiva y que cuando se convirtió en una linda muchacha desarrolló
un transtorno fóbico hacia los números impares (qué cosas tan raras pueden
existir y existen). Ya está en tratamiento. Y hablando de números,
su enfermedad fue detectada por tía Magda en aquel original juego que explicó. La
abuela creía que el juego era de tía Magda, pero al negarlo ésta un tanto
dudosamente, creyó que el juego era de una gitana que vivía en el barrio y que
echaba las cartas en un lujoso apartamento cercano al suyo y de la que tía
Magda hablaba a menudo. Yo, que no creo en estas cosas y me dan repelús cómo a
tía Magda aunque a veces diera la sensación de lo contrario, debo admitir que
una vez la visité y me gustó. Era de mediana edad, seria, guapa y educada,
aunque muy distante. Y lo que predecía, sucedía casi siempre en un tiempo
inferior a los seis meses. No sé cómo clasificarlo, era algo increíble a la vez
que aterrador. Que yo sepa falló en muy pocas ocasiones. La gitana, de origen
griego y llamada Athina, se hizo muy rica y tenía muchas visitas nacionales e
internacionales (incluso políticos). Trataba todo por igual: amor, muerte,
salud, trabajo y suerte. El interesado debía estar presente en la reunión y
sólo le afectaba a él. Nada de magia negra y males ajenos. La gitana decía la
verdad con sus cartas (unas que había hecho ella misma) y tenía mucho éxito.
Hablemos
ahora un poco de tía Magda. Era muy distinta a mi abuela: alta, gruesa, seria y
parca en palabras. Sin embargo se complementaron y siempre congeniaron. Había
vivido con su marido muchos años en el Canadá y cuando cumplieron los setenta
regresaron a Londres. No tuvieron hijos. Y al quedarse viuda, mi abuela le dijo
que pasara una temporada en su casa. La temporada se hizo más larga, pues tía
Magda se cayó por la acera, tuvieron que ingresarla y luego la larga recuperación
que fue buena pero lenta. Mi abuela se ocupó de todo. Tía Magda le estuvo muy
agradecida y aquello las unió más. Hacía poco que había cumplido los ochenta y cuatro, doce
más que la abuela.
Cuando
tía Magda se inventó aquel segundo juego, era necesario que estuvieran de 6 a 7 jugadores. Y cuando
llegó el gran día, los participantes del
enigmático juego fueron los siguientes:
1.-Tía
Magda.
2.-Mi
abuela, la Sra Patricia Coote ( a quién iba dedicado el juego).
3.-Mi tío Derek (único varón de la velada, el pobre). Sobrino de la abuela. Hijo de la hermana de la abuela, llamada Miriam.
4.-Su
mujer, Elena.
5.-Una amiga de la abuela; la condesa Virginia
Osmond-Ryce.
6.-Otra
amiga de la abuela, la Sra Judith Tremelaw, propietaria de la famosa casa de
paraguas del mismo nombre.
Lo curioso del caso es que a través del juego de cartas que se inventó tía Magda y que creía que podría aplicarse con sentido, apareció otro con resultados más sorprendentes.
A modo
de resumen, con la baraja francesa mi tía bisabuela (ella insistía en que la
llamáramos sólo tía Magda, el hecho de ser tía bisabuela le gustaba y le
disgustaba a la vez, seguramente porque la hacía más mayor) había pensado que los corazones
(amor) serían los palos más determinantes para mis tíos pues hacía 21 años que
estaban casados; los diamantes (riqueza) irían destinados a la Sra Tremellaw;
los tréboles de la suerte para la Sra Osmond-Ryce (tía Magda creía que se
casaría por fin a sus casi 60 años con un antiguo pretendiente de juventud); y
las picas (los problemas, en este caso los de Lisa), serían para mi abuela.
Como comprenderéis, el original y sencillo juego consistía, entre otras cosas,
en que cada jugador tuviera el máximo de corazones en su poder, así como los
diamantes y tréboles. Las picas eran el palo maldito y cuantos menos tuvieras,
mejor. Se tiraban las cartas en orden descendente empezando con el rey y
acabando con el as. Había muchas rondas, las necesarias, y se jugaba con cuatro
barajas francesas.
Toda la
historia me la contó mi tío Derek y la abuela.Y como soy periodista escribí lo
sucedido algunos años después. Lo mismo pasó con la primera narración “La
última carta española”; mi abuela Patricia me lo explicó todo. Tía Magda lo
supo años después.
Así que
tenemos una pequeña trilogía que podría llamarse así: 3 juegos de cartas para
la Sra Coote. Tres juegos de cartas enigmáticos con resultados sorprendentes.
Nuestra
acción transcurre en Londres, en una soleada tarde de octubre del año 1999. Y
la historia empieza ahora:
En el gran y lujoso salón de la Sra Coote se
hallaban reunidas, alrededor de una pequeña y redonda mesa, cinco personas
(había otra mesa mucho más grande en una esquina y que se utilizaba para otras
ocasiones, cuándo los participantes superaban las diez personas). Faltaba tía
Magda que había ido un momento a su habitación.
La Sra Osmond-Ryce que parecía un poco
ausente se encontraba sentada entre la Sra Coote y de Derek. Era una mujer casi
sexagenaria, amiga de la Sra Coote desde
hacía años, pero sobre todo de los Winmigton, la familia de mi padre. Era una mujer
delgada, de mediana estatura y tez blanca. Vestía de beige y llevaba también un
bonito foulard y muchos collares a juego. Lo más característico de ella, sólo
al verla, era su gran moño rubio que empezaba ya a cambiar de color, un color
más propio de su edad. De hecho toda la vida llevó aquel bonito peinado que la favorecía mucho, incluso
habían ciertas murmuraciones diciendo que no era suyo, sino una peluca, pero
estaban equivocados. La Sra Osmond-Ryce era dulce y tenía un aspecto refinado y
algo inexpresivo.
Por otra parte la Sra Tremelaw, sentada al
lado de mi tía Elena, que también era amiga de la anterior citada, era alta, un
poco gruesa, muy morena, con el cabello negro y corto. Era mayor que la Sra
Virginia Osmond-Ryce, una edad parecida a la de la abuela. Parecía muy
simpática y llevaba un bonito estampado azul marino. Estaba casada y tenía
cuatro hijos y ocho nietos, siendo éstos últimos tema de conversación principal.
La vida le sonrió. Era muy amiga de mi abuela, desde niñas. Y era curioso pues
su hermana mayor (que murió hacía poco) fue muy amiga de la hermana mayor de la
abuela, la madre del tío Derek.
Mi tío Derek tenía unos cuarenta y cinco años.
Moreno, jovial, atractivo, con una barba y bigote que lo favorecían. Trabajaba en la embajada
Sueca en Londres y tenía dos hijos ya universitarios. Era feliz en su trabajo y
estaba muy enamorado de su mujer. Le encantaba viajar, quizá a veces demasiado.
Sus últimos viajes habían sido a lugares muy lejanos y largos; como el
espectacular viaje de la Patagonia hasta Venezuela que hizo hacía cinco años,
durante las vacaciones de verano.
Su mujer, Elena, era de mediana estatura, de
cabellos rojizos (cómo la abuela). Tenía un rostro corriente pues no era
ni guapa ni fea. No le gustaba mucho viajar. Había perdido un
poco de vista y llevaba desde hacía un tiempo unas gafas que le
aparentaban más
edad. Durante la comida (todos estaban invitados a comer y la partida
empezó a
las cuatro) no habló mucho. Parecía cansada. Trabajaba en una tienda de
ropa para
niños. El negocio era suyo y le iba estupendamente. Su gran pasión era
la
pintura.
Los seis participantes habían jugado al póker
y luego a la canasta. La abuela tuvo mucha suerte pues ganó en casi todas las partidas
(no le gustaba perder y era bastante competitiva). En cambio la Sra Osmond-Ryce
no ganó ninguna.
-Ya llego, ya llego- dijo una voz que provenía del fondo del pasillo que todos identificaron como la de tía Magda, como era lógico.
-Ahora empezaremos el nuevo juego- dijo jovialmente la Sra Coote que iba vestida de blanco- Aunque hay algunas cosas que no me han quedado muy claras, tía.
-No te preocupes, Patricia- iremos jugando poco a poco y si hay dudas me las iréis diciendo-dijo la voz ya más cercana.
-¿Y cómo se llama este juego?-preguntó
intrigada la Sra Osmond-Ryce.-Ya llego, ya llego- dijo una voz que provenía del fondo del pasillo que todos identificaron como la de tía Magda, como era lógico.
-Ahora empezaremos el nuevo juego- dijo jovialmente la Sra Coote que iba vestida de blanco- Aunque hay algunas cosas que no me han quedado muy claras, tía.
-No te preocupes, Patricia- iremos jugando poco a poco y si hay dudas me las iréis diciendo-dijo la voz ya más cercana.
-La verdad es que no tiene nombre- contestó la abuela Patricia- tendremos que pensar en alguno, ¿no?
-Podría llamarse el juego Peters –dijo mi tía Elena con simpatía.
-Sería divertido que a un juego se le pusiera mi apellido- dijo sonriente tía Magda-pero es muy sencillo en comparación con los otros. No tiene mucho mérito.
-Pues claro que lo tiene, tía. No es tan fácil pensar y desarrollar un juego. Y a su edad. Tiene muchísimo mérito-dijo eufórica la abuela felicitándola.
-Nosotras haremos publicidad del juego- dijo sonriente la Sra Tremelaw- En el club hay algunas señoras que empiezan a estar un poco hartas de los tradicionales juegos de naipes con las dos barajas.
-¿Hay muchas rondas?- preguntó entonces tío Derek.
-Las necesarios, querido- le respondió sin determinar.
-Pues hay una cosa que no me gusta mucho de esta velada, tía.
-¿Cómo dices, Derek?- se sorprendió mucho mi abuela a la vez que lo miraba con asombro.
-¿Cómo es que solamente hay un hombre? Me siento un poco… marginado- continuó como ofendido (que no lo estaba pues era un poco de la broma)- mirando a todas las mujeres.
-Lo sé, Derek, y lo siento. Pero debes saber que el Reverendo Mathew estaba invitado a comer, aunque finalmente me llamó para decir que no podría venir. Qué lo sentía y mucho.
-Más lo siento yo- dijo suspirando a la vez que sacaba unas pequeñas gafas para ver de cerca.
-Ya verás cómo te distraerás, querido, confía en tu tía
-Y en mi, Derek- afirmó tía Magda- ¿Sabéis? me gusta observar a la gente como juega. Para mí es tan emocionante como el propio juego. La cartas–continuó tía Magda mientras acababa de barajarlas y repartir a cada jugador diez- no dicen nada, pero a veces tengo suposiciones y tal vez intuiciones con ellas. Ya lo hacía de pequeña.
-Qué miedo me da, tía Magda- dijo Derek.
-Sólo he acertado algunas veces- mintió hábilmente y como desanimada -ojalá hubieran sido unas pocas más.
-Comencemos ya, tía- dijo la abuela un poco impaciente-¿Quién empieza?
-Tranquila, Patricia. Sí. Empecemos ahora- afirmó con cierta solemnidad- Tira primero quién tenga el rey de corazones o sino los distintos reyes de los otros palos. Primero los rojos, recordad: es decir y en orden: corazones y diamantes; y luego los negros; tréboles y picas. Cuantos menos picas tengáis, mejor. ¿Alguien tiene reyes?
Nadie contestó. Entonces tía Magda después de
mirar a todos los presentes afirmó contenta:
-Yo seré la primera en tirar. El rey de tréboles –dijo a la vez que lo dejaba en el centro de la mesa- Ahora tirará la jugadora de mi izquierda, es decir, tu, Patricia, que deberás tirar una reina. Si no la tuvieras debes coger una carta y tirará el jugador que esté a tu izquierda, Virginia.
-Qué divertido- dijo infantilmente ésta.
-Sí, querida, además es muy distraído y necesita mucha concentración.
-Pues ahora tiro yo- dijo la abuela que tiró con energía la reina de diamantes.
-Y yo- continuó flojito la Sra Virginia Osmond Ryce- que tiró el paje de picas.
-Y yo- dijo Derek que tiró el diez de picas.
Su mujer, Elena, cogió una carta y no tiró. Al igual que la Sra Tremelaw.
-Pues ahora me toca otra vez a mí- dijo tía Magda- que tiró el nueve de picas y añadió- Mucho mejor si los palos son distintos.
-Yo seré la primera en tirar. El rey de tréboles –dijo a la vez que lo dejaba en el centro de la mesa- Ahora tirará la jugadora de mi izquierda, es decir, tu, Patricia, que deberás tirar una reina. Si no la tuvieras debes coger una carta y tirará el jugador que esté a tu izquierda, Virginia.
-Qué divertido- dijo infantilmente ésta.
-Sí, querida, además es muy distraído y necesita mucha concentración.
-Pues ahora tiro yo- dijo la abuela que tiró con energía la reina de diamantes.
-Y yo- continuó flojito la Sra Virginia Osmond Ryce- que tiró el paje de picas.
-Y yo- dijo Derek que tiró el diez de picas.
Su mujer, Elena, cogió una carta y no tiró. Al igual que la Sra Tremelaw.
-Pues ahora me toca otra vez a mí- dijo tía Magda- que tiró el nueve de picas y añadió- Mucho mejor si los palos son distintos.
A partir de aquel momento los jugadores
tiraron las cartas en silencio, con alguna excepción.
La Sra Coote tiró seguidamente el ocho de
diamantes y la Sra Osmond Ryce, el siete de tréboles. Derek esta vez no
tiró nada pero sí su mujer cuya carta fue el seis de picas. La Sra Tremelaw
tiró con gracia el cinco de tréboles. Tía Magda, el cuatro de tréboles. La
abuela, el tres de corazones. La Sra Osmond Ryce, el dos de picas. Tío Derek no
tiró ninguna, al igual que su mujer y la Sra Tremelaw. La última en tirar la
primera ronda fue tía Magda que fue quién tuvo más suerte pues tiró en las tres
ocasiones y las cartas serían para ella.
-Quién tira el as, se queda con todas las cartas- afirmó con seriedad a la vez que miraba a la Sra Osmond-Ryce.
-¿Y tiene el as, tía?- preguntó la abuela esperanzada por ganar la partida.
-Pues claro que lo tengo. Y además es una pica. El as de picas- dijo con cierto triunfo.
-Quién tira el as, se queda con todas las cartas- afirmó con seriedad a la vez que miraba a la Sra Osmond-Ryce.
-¿Y tiene el as, tía?- preguntó la abuela esperanzada por ganar la partida.
-Pues claro que lo tengo. Y además es una pica. El as de picas- dijo con cierto triunfo.
La primera ronda había concluido y había
ganado tía Magda que en un bloc hizo unas anotaciones que nosotros no supimos.
Hubo nueve rondas más. Más tarde cuando se fueron todos, tía Magda habló del
juego con la abuela. En aquellas anotaciones sólo había que señalar con una
cruz las diferentes cartas que habían tirado en cada ronda y el nombre (sólo la
inicial) de la persona que la había tirado. En resumen, la primera ronda
quedaba así:
P (Patricia) REINA de diamantes
V (Virginia) PAJE de picas
D (Derek) DIEZ de picas
M NUEVE de picas
P OCHO de diamantes
V SIETE de tréboles
E (Elena) SEIS de picas
J (Judith) CINCO de tréboles
M CUATRO de tréboles
P TRES de corazones
V DOS de picas
M AS de picas
GANADORA, TIA MAGDA
Nombre
jugador 1ª
ronda 2ª
ronda...
M (Magda) REY
de tréboles
P (Patricia) REINA de diamantes
V (Virginia) PAJE de picas
D (Derek) DIEZ de picas
M NUEVE de picas
P OCHO de diamantes
V SIETE de tréboles
E (Elena) SEIS de picas
J (Judith) CINCO de tréboles
M CUATRO de tréboles
P TRES de corazones
V DOS de picas
M AS de picas
GANADORA, TIA MAGDA
Luego puso las cartas en fila. Las miró
pensativas, recordó algunas caras y gestos de los presentes y calló.
Las otras partidas fueron parecidas a la primera,
en cuánto a palos. Pero algo ocurrió en la décima y última. Antes de empezar la
Sra Osmond-Ryce había ido un momento al baño y la abuela Patricia a la cocina,
donde se encontraba Minny, la fiel y eficiente cocinera, que estaba fregando
los platos. Askell, el mayordomo, no se encontraba en casa.
Minny, que había cocinado muy bien de primer
plato unos canelones de carne con bechamel y de segundo un pollo al curry, dijo
un poco preocupada a mi abuela.
-Algo le ocurre a la Sra Osmond, Sra Coote.
-¿Cómo dices, Minny?
-Sí, señora. Algo le ocurre. Se trata de las salsas que han comido hoy.
-¿De las salsas? No entiendo nada.
-Verá…
-Algo le ocurre a la Sra Osmond, Sra Coote.
-¿Cómo dices, Minny?
-Sí, señora. Algo le ocurre. Se trata de las salsas que han comido hoy.
-¿De las salsas? No entiendo nada.
-Verá…
Y continuaron hablando brevemente en la
cocina.
Mientras, en el salón, la Sra Osmond Ryce
había llegado y no se sentó en su sitio, sino en el de Sra Coote.
-Virginia –dijo tía Magda con mucha
amabilidad- aquí se sienta Patricia, querida.
-¿Ah, sí?- exclamó con voz apagada.
-Tu sitio es éste. Cómo está al lado te has
confundido de silla.
-Uy, es verdad. Qué tonta he sido. Todos los
asientos parecen iguales- dijo a modo de disculpa.
-Recuerdo una vez- dijo ahora la Sra Tremelaw
que fui al teatro con mi marido y no sentamos en la fila 12 y después de la
pausa fuimos a la 13. Yo notaba algo raro pero no sabía el qué.
-Yo, para ver bien, ahora necesito gafas. Y
serán para siempre- dijo tía Elena como una condena- Antes sólo las necesitaba
para leer. Será que me estoy haciendo mayor.
-Yo en cambio nunca he tenido problemas con
la vista- dijo tía Magda- Menos mal. Ya tengo suficiente con las piernas. Pero debo
decir que ando un poco mejor que el año anterior, eso sí, siempre con bastón,
que para mí es comodísimo.
-Todos tenemos nuestras cosas, verdad- dijo
tío Derek a modo de conclusión y un poco ausente- Todos sin excepción.
Se hizo una pausa algo incómoda. Tía Magda se
daba cuenta que su juego estaba funcionando, que lo que intuía y suponía en las
cartas, juntamente con las reacciones de
los allí reunidos, de los gestos, de las caras, de los silencios; eran la
realidad al descubierto. En el fondo aquel juego fue necesario para determinar
ciertos hechos, aunque para ella fuera agotador. En eso le daba la razón a su
sobrina. No volvería a inventarse ningún otro juego nunca más.
-Ya estoy aquí- dijo entonces la abuela Patricia
que había llegado tan ligera como el viento y que se sentó de inmediato en su
silla.
-Pues empecemos con la última ronda,
queridos- dijo tía Magda un poco aliviada.
Esta vez fue la Sra Tremelaw quién tiró el
rey de corazones. La abuela, la reina de diamantes. Tía Magda no tiró ninguna. La
Sra Osmond- Ryce tiró el rey de picas.
-No es así, Virginia, es en sentido,
descendente, recuerda- dijo con dulzura tía Magda.
-Uy, es verdad, que tonta he sido.
La Sra Osmond-Ryce rectificó y tiró el paje
de corazones. Tio Derek el diez de picas…
Y todos fueron tirando las cartas esta vez
más lentamente hasta que la partida se acabó. A todos les gustó aquel juego, en
especial a la abuela y a la Sra Tremelaw. Tía Magda tenía una hoja llena de
anotaciones y cuando preguntaron que por que lo hacía, dijo una pequeña mentira, argumentando que
quería hacer una estadística con el juego. Y todos la creyeron.
-Ojalá tenga razón. ¿Sabe?, una parte iría para usted y para familiares cercanos y otra para alguna organización benéfica.
-Eres muy buena, Patricia. Esto… ¿Quieres que hablemos ahora de tu sobrino Derek y de su mujer?
-¿En qué palo había pensado usted?
-Para los dos había pensado en los corazones, en el amor. Creo que también me he equivocado. No sólo en las cartas sino en el comportamiento que han tenido hoy. Si has observado bien no han hablado casi nada entre los dos en toda la tarde. Extraño, ¿no? Sus diferentes gustos se están acentuando y las cartas…ay, las cartas.
-¿Qué sucede con las cartas?-exclamó preocupada.
El tiempo iba pasando y hacia las seis de la
tarde Minny trajo unas sabrosísimas galletas acompañadas de un vino oporto. Luego
hablaron de viajes, desde todos los puntos de vista. Estuvieron hasta las siete,
hora en que todos marcharon.
Cuando se quedaron las dos mujeres a solas,
tía Magda habló con más profundidad de su juego. Se encontraban sentadas en el
sofá, delante de la recién comprada televisión en color.
-Los jugadores que hemos ganado más partidas hemos sido tú, Judith y yo. Tú, con diamantes. Y Judith y yo, con tréboles. Buenas cartas, buenos números. En parte me lo suponía. Pero también hay jugadores que han tirado la misma carta en las diferentes rondas. Y esto es muy significativo y para mí muy importante.
-¿Ah sí?- exclamó asombrada- ¿Quiénes?
-Todos, Patricia.
-¿Todos?
-Sí, querida. Tú, por ejemplo. Había pensado que tu palo determinante serían las picas por los problemas de Lisa, tu nieta. Pero creo que me he equivocado. Has sacado muchos diamantes seguidos y has repetido el 8 de diamantes en la 1ª, 3ª y 7ª ronda. Tres veces. Es sorprendente.
-¿Y qué quiere decir con esto?
-Creo que vas a recibir mucho dinero. Es sólo una suposición, pero una fuerte suposición.
-Pero si ya tengo mucho dinero, tía.
-Esto será algo diferente. Algo muy fuerte. Alguna
herencia, algún juego. Algo… (Leer la narración “La premonición de Anais”).-Los jugadores que hemos ganado más partidas hemos sido tú, Judith y yo. Tú, con diamantes. Y Judith y yo, con tréboles. Buenas cartas, buenos números. En parte me lo suponía. Pero también hay jugadores que han tirado la misma carta en las diferentes rondas. Y esto es muy significativo y para mí muy importante.
-¿Ah sí?- exclamó asombrada- ¿Quiénes?
-Todos, Patricia.
-¿Todos?
-Sí, querida. Tú, por ejemplo. Había pensado que tu palo determinante serían las picas por los problemas de Lisa, tu nieta. Pero creo que me he equivocado. Has sacado muchos diamantes seguidos y has repetido el 8 de diamantes en la 1ª, 3ª y 7ª ronda. Tres veces. Es sorprendente.
-¿Y qué quiere decir con esto?
-Creo que vas a recibir mucho dinero. Es sólo una suposición, pero una fuerte suposición.
-Pero si ya tengo mucho dinero, tía.
-Ojalá tenga razón. ¿Sabe?, una parte iría para usted y para familiares cercanos y otra para alguna organización benéfica.
-Eres muy buena, Patricia. Esto… ¿Quieres que hablemos ahora de tu sobrino Derek y de su mujer?
-¿En qué palo había pensado usted?
-Para los dos había pensado en los corazones, en el amor. Creo que también me he equivocado. No sólo en las cartas sino en el comportamiento que han tenido hoy. Si has observado bien no han hablado casi nada entre los dos en toda la tarde. Extraño, ¿no? Sus diferentes gustos se están acentuando y las cartas…ay, las cartas.
-¿Qué sucede con las cartas?-exclamó preocupada.
-Los dos han repetido las picas. Derek el dos
y Elena el nueve. Además han sido los palos que más tenían.
-Pero era lógico que tuvieran muchas picas, como todos los ganadores. La gente los iba tirando, lo que dijo usted.
-En parte sí, pero no tenían casi ningún corazón y si lo tenían eran números bajos. Creo que tienen problemas en su matrimonio. Hay cierta crisis, estoy segura y creo que en parte la tiene Derek con sus viajes tan largos. Eso los separa en todos los sentidos. Debería hacerlos un poco más cercanos y más cortos. Elena, además, ha envejecido más que Derek. Y ha sacado 3 pajes y ningún rey; rey y reina, marido y mujer. Quizá se haya fijado, sólo quizá… en algún otro hombre…más joven –dijo lenta y preocupadamente.
-Tía, todo esto son sólo suposiciones –le respondió un poco molesta al oír aquellas palabras poco justas que le parecían cómo una sentencia.
-Lo sé. Pero algo pasa entre ellos. ¿Hablarás con Derek? Primero con su madre, tu hermana Miriam, por supuesto.
-Sí, tía, lo haré. Se lo prometo.
-Gracias, querida. No sabes lo aliviada que me quedo.
-¿Y qué crees que le sucede a Judith? –preguntó al pensar entonces en su amiga de toda la vida.
-A Judith Tremelaw le adjudiqué los diamantes (riqueza). Es muy rica por el negocio de los paraguas de su marido. Y creía que la prosperidad económica continuaría. Pero le han salido muchos tréboles. Judith ha tenido mucha suerte en la vida y continuará teniéndola. Hay personas que en esta vida la tienen, otras que no tanto y otras que en absoluto. No sé qué tipo de suerte será. Pero ha sacado dos veces el 5 de tréboles y el trébol ha sido el palo que más ha tirado en cada ronda.
-Yo había pensado que en Virginia el palo
determinante serían los corazones. Creía que se casaría con el hombre que sale en
muchas ocasiones y que fue un antiguo pretendiente de juventud; viudo desde
hace ya muchos años -Pero era lógico que tuvieran muchas picas, como todos los ganadores. La gente los iba tirando, lo que dijo usted.
-En parte sí, pero no tenían casi ningún corazón y si lo tenían eran números bajos. Creo que tienen problemas en su matrimonio. Hay cierta crisis, estoy segura y creo que en parte la tiene Derek con sus viajes tan largos. Eso los separa en todos los sentidos. Debería hacerlos un poco más cercanos y más cortos. Elena, además, ha envejecido más que Derek. Y ha sacado 3 pajes y ningún rey; rey y reina, marido y mujer. Quizá se haya fijado, sólo quizá… en algún otro hombre…más joven –dijo lenta y preocupadamente.
-Tía, todo esto son sólo suposiciones –le respondió un poco molesta al oír aquellas palabras poco justas que le parecían cómo una sentencia.
-Lo sé. Pero algo pasa entre ellos. ¿Hablarás con Derek? Primero con su madre, tu hermana Miriam, por supuesto.
-Sí, tía, lo haré. Se lo prometo.
-Gracias, querida. No sabes lo aliviada que me quedo.
-¿Y qué crees que le sucede a Judith? –preguntó al pensar entonces en su amiga de toda la vida.
-A Judith Tremelaw le adjudiqué los diamantes (riqueza). Es muy rica por el negocio de los paraguas de su marido. Y creía que la prosperidad económica continuaría. Pero le han salido muchos tréboles. Judith ha tenido mucha suerte en la vida y continuará teniéndola. Hay personas que en esta vida la tienen, otras que no tanto y otras que en absoluto. No sé qué tipo de suerte será. Pero ha sacado dos veces el 5 de tréboles y el trébol ha sido el palo que más ha tirado en cada ronda.
Se hizo una pausa. Ambas se miraron con
seriedad porque sabían de quién hablarían a continuación.
-Creo que coincidiremos en Virginia Osmond Ryce- dijo la abuela con pena.
-¿Tú también la has observado?
-Sí. Está enferma, tía Magda. Hablé con Minny, la cocinera. Me habló de las salsas. La pobre Virginia confundió la salsa de bechamel con la salsa al curry cuando fue a la cocina para felicitarla de lo bueno que estaba todo. Ya sabes que a Virginia le encanta comer. Todo el rato insistía en lo buenos que habían quedado los canelones al curry y el pollo a la bechamel. La pobre lo dijo al revés. Qué pena y qué disgusto. Si es mucho más joven que yo. No puede ser.
-Pero lo es, por desgracia. Sí, yo también he
notado algunas cosas raras en ella. En dos ocasiones se ha equivocado con las
cartas. En una de ellas ha tirado el rey cuando tenía que tirar la reina. En
otra ronda no tiró nada pero vi que tenía una carta para tirar y no lo hizo. Yo
creo que tiene problemas serios con la memoria. Deberá ir a un especialista, si
es consciente de lo que le pasa. Cuando se equivocaba todo eran disculpas, la
pobre.
-Creo que coincidiremos en Virginia Osmond Ryce- dijo la abuela con pena.
-¿Tú también la has observado?
-Sí. Está enferma, tía Magda. Hablé con Minny, la cocinera. Me habló de las salsas. La pobre Virginia confundió la salsa de bechamel con la salsa al curry cuando fue a la cocina para felicitarla de lo bueno que estaba todo. Ya sabes que a Virginia le encanta comer. Todo el rato insistía en lo buenos que habían quedado los canelones al curry y el pollo a la bechamel. La pobre lo dijo al revés. Qué pena y qué disgusto. Si es mucho más joven que yo. No puede ser.
- Hablaré con su hermana Cornelia muy
seriamente- dijo la abuela.
-Sí, a mi me dijeron lo mismo. Quizá también
vaya con ella para protegerla, vigilarla. Quizá ya lo sepa. Quién sabe- suspiró
la abuela.
-La pobre ha tirado picas en muchas ocasiones
y ha repetido el número cuatro en dos ocasiones. Qué mala suerte ha tenido.
La Sra Coote miró entonces a su tía y le dijo
con cierta solemnidad:
-Ya sé que detesta a la gente que echa las cartas, la gente que a través de éstas pueden predecir el futuro. Cree que son unos farsantes. Las famosas echadoras de cartas que tanto miedo le dan por todo lo que comporta. Pero debo decirle que sus suposiciones son tan o más buenas que las de éstas pues lo acierta todo y bien. No sé cómo lo hace. ¿Qué diferencia hay entre usted y Athina ? A efectos prácticos, creo que en ninguno. Cada una a su estilo va analizando a cada persona con la carta o cartas que tiene.
-Quizá- dijo enigmáticamente tía Magda.
-Y hablando de Athina- continuó la abuela- tiene que saber que ayer me presentaron a otra mujer que también se dedica a esto, pero de otra manera. Para ella son muy importantes las cartas y los números. Se llama Anais, es inglesa y ya mayor. Sólo pasará breves temporadas en Londres, ya que es y vive en Brighton.
-A ti te gustan mucho los temas ocultos, ¿no?
Saber el futuro y contactar con los difuntos del pasado, por ejemplo. El
significado de las cartas para mi, repito, no existe, son sólo fuertes
suposiciones e intuiciones si queremos ir más lejos. Es difícil explicarlo. Sé
que estos temas te han gustado desde siempre.-Ya sé que detesta a la gente que echa las cartas, la gente que a través de éstas pueden predecir el futuro. Cree que son unos farsantes. Las famosas echadoras de cartas que tanto miedo le dan por todo lo que comporta. Pero debo decirle que sus suposiciones son tan o más buenas que las de éstas pues lo acierta todo y bien. No sé cómo lo hace. ¿Qué diferencia hay entre usted y Athina ? A efectos prácticos, creo que en ninguno. Cada una a su estilo va analizando a cada persona con la carta o cartas que tiene.
-Quizá- dijo enigmáticamente tía Magda.
-Y hablando de Athina- continuó la abuela- tiene que saber que ayer me presentaron a otra mujer que también se dedica a esto, pero de otra manera. Para ella son muy importantes las cartas y los números. Se llama Anais, es inglesa y ya mayor. Sólo pasará breves temporadas en Londres, ya que es y vive en Brighton.
-Debo admitir que sí, tía. Al contrario que usted. Si estuviéramos en el siglo XIX ya hubiera hecho alguna sesión de espiritismo, estoy segura. Soy muy curiosa, pero también religiosa y sé dónde poner los límites. Qué extraña dualidad ¿no?… Por cierto –dijo de pronto recordando muy sorprendida- ¿Y usted, en que palo del juego había pensado? Sólo falta usted para completar el ciclo.
-Yo había pensado en los tréboles. En los tréboles de la suerte. En los tréboles de mi vida. He tenido suerte en la vida, Patricia –dijo a modo de conclusión- Y ahora, en la vejez, me siento querida y cuidada. He sido la única que ha pensado que el palo determinante sería ese y ese ha sido el palo que más he tirado. Doble coincidencia. Además también he sido una de las tres ganadoras. Tres partidas yo, tres partidas tú y tres partidas, Judith. Elena ganó también una y me alegro. Estaba un poco triste y espero que todo se arregle. Pero volviendo al agotador juego creo que la ganadora más completa he sido yo
-Yo pienso lo mismo, tía Magda. Y tiene mucho mérito.
Y de pronto recordó algo y cambiando de tema de conversación, añadió:
-¿Qué le parece si vemos un poco la televisión? Ponen una película de la Garbo, su actriz preferida. Creo que se trata de “El velo pintado”
-Recuerdo que la vi hace muchos años en el cine. No es de las más conocidas de Greta Garbo, de su etapa sonora. La miraré con mucho gusto.
-La miraremos, tía Magda- le contestó con simpatía.
Y esto es lo que hicieron al cabo de unos
minutos, cuando dieron las siete y media en el gran reloj de pared del bonito salón
donde residían.
FIN
LA PREMONICIÓN DE ANAIS (III)
Recuerdo aquel 20 de marzo de 2000 como uno de los más fríos que pasé en mi vida. Era sábado. Nevaba, hacía mucho viento y las temperaturas estaban por debajo casi siempre de los cero grados. Han pasado ya diez años de aquella reunión y me acuerdo perfectamente de lo que pasó y de sus consecuencias.
LA PREMONICIÓN DE ANAIS (III)
Recuerdo aquel 20 de marzo de 2000 como uno de los más fríos que pasé en mi vida. Era sábado. Nevaba, hacía mucho viento y las temperaturas estaban por debajo casi siempre de los cero grados. Han pasado ya diez años de aquella reunión y me acuerdo perfectamente de lo que pasó y de sus consecuencias.
Aquel
día fui invitado por mi abuela, la Sra Patricia Coote, a pasar la tarde con unos
amigos suyos y con una conocida que poseía extraños poderes adivinatorios con
las cartas; una vidente. Mi abuela era vital y presumida, un poco egocéntrica y
supersticiosa. Y no fui solo, sino con mi mujer. Hacía muy poco que nos
habíamos casado. Los dos contábamos veinticinco años.
A mi
abuela y a su tía, la Sra Magda Peters, les
encantaba jugar a las cartas; desde siempre. Las dos vivían juntas desde hacía años y eran
viudas. Mi abuela era muy conversadora, en cambio su tía era más parca en palabras, más
seria y a veces adusta. Recuerdo que muchas amistades suyas se reunían todos
los sábados por la tarde a jugar a la “maratón de las rondas” como así decían,
ya que aquella tarde se jugaba a las cartas desde las tres hasta las nueve de
la noche. Y se utilizaba, según el juego,
la baraja francesa o española. En estas
partidas había mucha gente, recuerdo que en una ocasión se llegó hasta dieciséis personas, la mayoría de edad
avanzada, muchas más mujeres que hombres, todos sentados alrededor de la gran y
redonda mesa de nogal. Parecía que estuvieran celebrando una fiesta, pero no. Sólo
jugaban a las cartas con auténtica pasión. Incluso
tía Magda se inventó dos juegos con las cartas que resultaron muy
misteriosos. De hecho, los dos juegos que se inventó se parecían al
juego premonitorio que hizo aquel día la extraña dama. Las cartas tenían
también un significado; en el de aquella vidente, había una mezcla de
estudio, intuición, visión e interpretación; en la de tía Magda, sólo
una fuerte suposición.
Aquella
tarde, quizá debido al frío que hacía, sólo se hallaban reunidas siete personas
que os describo brevemente y que serán los protagonistas de este relato.
1.-Mi
tía, la Sra Patricia Coote.
2.-Su tía,
la Sra Magda Peters.
3.-Yo, Michael,
nieto de la Sra Coote.
4.-Mi
mujer, Margaret.
5.-Un
amigo de mi abuela, el Sr Clayton.
6.-La
hermana de este amigo, la Sra Clayton.
7.-La
extraña dama conocida por ésta, conocida por su adivinación llamada Anais.
La tía Magda se molestó mucho por la presencia
de esta mujer. No le gustaba nada el tema del significado de las cartas, ni lo
que esto conlleva: dependencia y obsesión. Lo encontraba peligroso y antinatural.
Estábamos
todos sentados alrededor de la bonita mesa del salón. El reloj de pared estaba
a punto de dar las tres de la tarde. Por la ventana veíamos como volvía a nevar.
-Abuela- dije a la espera de sus amigos y de la extraña dama- ya sabes que a Margaret y a mí también nos gusta jugar a las cartas, pero no toda la tarde.
-Abuela- dije a la espera de sus amigos y de la extraña dama- ya sabes que a Margaret y a mí también nos gusta jugar a las cartas, pero no toda la tarde.
-Ya lo
sé, Michael. Esta reunión con Anais será breve, quizás sólo dure una hora.
Luego se marchará y podremos jugar con normalidad. Además –prosiguió- creo que
será una velada inolvidable, especial.
-Y tan especial- dijo un poco molesta su tía, la
Sra Peters, octogenaria mujer que iba vestida de negro y que tenía el cabello
blanco plateado, dándole un aire distinguido.
Las dos
mujeres se llevaban pocos años entre sí, pero tenía una explicación ya que la
tía Magda era la hermana pequeña (se llevaban casi veinte años) del padre de mi
abuela.
-Esta
mujer…esta mujer debéis saber- nos dijo la abuela mirándonos a la cara con
mucha atención y lentamente - adivina el futuro de la gente… pero no el futuro
lejano, sino el futuro próximo. Lo que pasará al día siguiente, en muchos
casos. Así me lo ha dicho mi amiga Daphne Clayton, la que vendrá hoy con su
hermano, Jason.
-Tonterías,
Patricia
–dijo la tía Magda ligeramente alterada- Mira, si la cosa se pone fea y
empieza a decir tonterías, me levantaré de la mesa y me iré a mi
habitación.
-Lo entiendo
tía, pero seguro que le gustará. No es peligrosa ni rara. Es muy dulce.
-Así lo
espero- concluyó.
-¿Con
que baraja se jugará? -preguntó entonces mi mujer.
-Con la
baraja francesa- contestó mi abuela-es la que utiliza siempre Anais.
-Tus
amigos, los hermanos Clayton, sí que son
encantadores. Me alegrará volver a verlos-dijo
la abuela con cierta expresión de alivio.
-Pues
creo que deben ser ellos- dije al escuchar el sonido del timbre- Voy a abrir la
puerta, abuela.
Debo
decir que aquel día ni Askill, el mayordomo, ni Minny, la cocinera de
mi
abuela no se encontraban en casa. Para mí que la abuela no quería que
estuvieran presentes aquella tarde. Por ese motivo tuve que hacer las
funciones de él, y mi mujer (voluntariamente) la de ella. Así era la
abuela.
Cuando abrí la puerta pude ver a los dos hermanos
con más atención, pero ya los recordaba de haberlos visto alguna otra vez. Eran
bajitos, delgados, hablaban también flojito y se les veía un poco tristes. Se
parecían mucho físicamente.
-Hola,
Michael- dijo la sexagenaria mujer, mirándome con dulzura- ¿Cómo están tus
padres? Recuerdo que tu madre se llama Clara y es la hija de Patricia.
-Sí,
señora- dije un poco impaciente al no ver a Anais- Veo que todavía no ha
llegado su amiga.
-Todavía
no, está subiendo las escaleras. A Anais no le gusta el ascensor, por eso
motivo siempre sube a pie. Con ochenta años que tiene ya.
-¿Ochenta
años? -exclamé en mi asombro- ¿Y no se cansa? Qué suerte la suya. Y mira que estamos
en un tercer piso.
-Puede
parecer un poco extravagante en el vestir y es misteriosa cuando habla. Pero
puedo decirte que no asusta y que es una compañía agradable.
-Espero
que congenie con tía Magda. Ya sabe que tiene mucho carácter y no soporta a los
farsantes.
-Ya
estoy llegando, por fin -dijo la anciana señora que apareció en aquellos momentos y que
acababa de subir el último escalón.
La pude
ver bien. Era alta, delgada, de ojos azules. Tenía un rostro atractivo y
parecía simpática. Llevaba una túnica negra muy elegante y un bonito gorro que le
cubría la cabeza.
-Hace
mucho frío- dijo entonces temblando- mejor que entremos, Michael. Tu mujer, Margaret, debe estar impaciente también por verme.
Yo
quedé sorprendido al oír como la llamaba por su nombre pues no recordaba
habérsela presentado. Los hermanos Clayton sonrieron al ver mi asombro y todos
entramos al domicilio con cierta rapidez.
*
* *
Una vez
se hicieron las presentaciones, la Sra
Anais empezó a hablar. Tenía una voz pausada, con un timbre de voz agudo, agradable
y penetrante. Quizás hubiera sido una buena hipnotizadora.
-El
motivo de mi visita es muy sencillo- dijo una vez estuvimos todos sentados
alrededor de la mesa- Es una apuesta que hice con Patricia. Le diré lo que le puede suceder ...mañana -acabó enigmáticamente.
-¡Oh!
–exclamó asombrada mi mujer.
-¿Y
cómo puede hacer eso?-preguntó con cierto enfado la tía Magda.
-Cogiendo
cuatro barajas francesas. Mezclaremos muy bien todas las cartas. Entonces ella
cogerá cuatro. Hará un total de cinco rondas… ella sola. Claro que si hay
alguien más que quiera participar…
Nadie
dijo nada. Yo ya sabía un poco del significado de lo que hablaba. Color rojo
era buena señal; color negro, mala. Cada palo también tenía su significado. Y
cada número, también.
-Pues entonces, empecemos- dijo con solemnidad Anais.
Había un gran silencio en el salón. Mi abuela cogió lentamente cuatro cartas y las fue destapando una a una, dejándolas encima de la mesa.
Había un gran silencio en el salón. Mi abuela cogió lentamente cuatro cartas y las fue destapando una a una, dejándolas encima de la mesa.
-El dos de corazones- empezó a decir Anais- ahora
el cuatro de picas, ahora….el tres de corazones y para acabar…el rey de tréboles.
Algún tarotista hubiera dicho que para la abuela empezaba un buen día, pero no acababa
tan bien. Si hubiera cogido cuatro cartas rojas, el día hubiera sido muy bueno.
Y si fueran negras, hubiera sido un día muy malo.
Pero
Anais no dijo nada. Miraba las cartas con mucha atención. Después dijo
sonriendo:
-El dos, el cuatro, el tres
y el doce (el rey). 24312 (Para Anais el rey no era el número trece,
sino el doce que para ella era el numero de la suerte). Pronto habrá
un cumpleaños. No mañana, pero sí dentro de una semana. Alguien de
nosotros o
alguien muy cercano.
-No
puede ser –dijo asombrado entonces el Sr Clayton- es el cumpleaños de nuestro
primo Lawrence, nacido el 24 de marzo de 1912.
-Es
pura coincidencia- dijo tía Magda.
-Es
fantástico, tía –dijo alucinada la Sra Patricia Coote- Quiero
otra ronda, Anais. A ver lo que me pasa.
-Sí.
Ahora empezaremos la segunda ronda.
Entonces
la abuela sacó cuatro cartas más.
Primero, el cinco de diamantes, luego el seis de picas, a continuación el tres
de corazones y para acabar el nueve de tréboles. El número era el 5639.
Mi
impaciente abuela no pudo más y nos dijo a todos.
-¿Alguien
conocido nació el cinco de junio de 1939?
-Ahora
no es así, Patricia. Tiene otro significado- dijo Anais con dulzura.
-¿Cuál?
-Debe
leerse al revés.
-O sea:
9391. Nueve de marzo de 1991.
Todos
los presentes, excepto Anais y tía Magda, hicimos esfuerzos para recordar una
fecha importante. Pero Anais concretó.
-Me
importa el año.
-¿Sucedió
algo importante que usted recuerde, tía Magda?-preguntó la abuela.
-No,
quizás aquel día fui al cine y vi una buena película- dijo un poco
burlonamente.
Anais
no se movía. Miraba las cartas con mucha atención. Finalmente concretó:
-Es un
año que puede leerse igual en los dos sentidos. Da lo mismo. Y significa precisamente
esto. Da igual lo que se haga, no influirá para nada.
-Michael,
quizá se refiera a lo nuestro-dijo mi mujer sorprendida- Estamos invitados a
una fiesta importante mañana domingo y
no sabemos si acudir o no.
-Quizá
pueda ser esto -dije yo.
-Seguro
que lo es- dijo la Sra Clayton.
-Yo
estoy convencido de que sí- afirmó su hermano.
-Pues
yo de que no- negó tía Magda poniendo una mirada de desaprobación.
-Anais
–concretó un poco mi egocéntrica abuela- quisiera que las cartas que yo saque… me
afectasen sólo a mí. Recuerda lo de la apuesta.
-Lo
recuerdo, Patricia, es verdad. Ahora empieza verdaderamente tu destino. Empezaremos
la tercera ronda. Las dos primeras eran necesarias. Debes coger ahora cuatro cartas,
cuatro veces, querida.
Y esto
es lo que hizo mi abuela. Los números que sacó fueron los
siguientes:
2754
18126
4686
8682
Anais
se alegró muchísimo al ver aquellos números.
-Perdone,
Anais –dijo entonces la abuela- ¿la interpretación que hace es personal o es simplemente…parecido al tarot?
-No
–negó de inmediato- nada de tarot. La interpretación es única y se basa en los
números. Y en otras cosas igual de importantes. Es fascinante el mundo de los números.
Debéis saber que mis padres eran matemáticos.Y yo convertí la ciencia de la
matemática en un arte premonitorio. Todo lo que vemos son números. Y a mí lo
que me gusta realmente es la sencillez de los números dentro de su complejidad.
Y los números son infinitos, infinitos…
-Parece
muy interesante, Anais –dijo la abuela- ¿Y qué dicen mis números?
-Mañana
tendrás un día de encuentro muy importante, importantísimo. Volverás a ver u
oír a algún conocido. O encontrarás algo material muy valioso.
-¿Y cómo
puedes deducir todo esto, Anais? –dijo la Sra Clayton.
-Es un
secreto, a parte de una intuición y visión muy fuertes. Nacemos así y lo llevo estudiando
desde los veinte años. Lo que puedo decirte de estas cartas, en concreto, es
que hay muchos números pares y que son variados. Y los pares son mejores que
los impares. Con esto no quiero decir que los impares sean malos.
-¿Que
indica el primer número? –dijo el Sr Clayton.
-El
numero 2754 tiene mucha intensidad. Si sumamos los números da nueve, el máximo.
Para mí el número diez es un número bajo pues la suma da uno. Lo que te
sucederá mañana tendrá mucha fuerza positiva.
-Que
bien –exclamó contenta mi abuela-estupendo, estupendo.
-¿Hay
números negativos? -preguntó mi mujer.
-Matemáticamente
sí, claro. Pero para mí no hay números negativos… bueno, quizá sólo algunos.
-¿Y
puede anunciar temas tan importantes como el amor, la muerte, la suerte o el
trabajo, con estas cartas?
-Nunca anuncio
la muerte de alguien con las cartas. No me gusta, no me interesa y no lo sé. Yo
sólo leo e interpreto la positividad de la vida que afecta al amor, la salud y
el trabajo, principalmente.
Se hizo
silencio, aquella reflexión nos sorprendió.
-¿Y qué
dicen los demás números, Anais? –dijo con impaciencia la abuela.
-El
número 18126 también tiene mucha fuerza e indica un encuentro largo y esperado.
-¿Y el
siguiente número?
-El
número 4686 tiene menos fuerza y es más material que sentimental.
-¿Y el
último? -dije yo.
-El
8682 también tiene menos fuerza, pero indica unión y encuentro.
-Entonces
que me pasará mañana, Anais; resumiendo.
-Mañana
tendrás un encuentro con alguien o algo de forma muy intensa. Habrá unión,
enlace, sorpresa. No será un día cualquiera. Lo recordarás…siempre.
-Es
magnífico, Anais, pero todavía faltan más rondas.
-Con
los datos que tenemos es suficiente, Patricia. Lo veo todo con mucha claridad… ¿Qué
tal si ahora jugamos todos al póker? O a la canasta. Ya he molestado sin querer
a tu tía. Prometo que será la última vez que vendré aquí.
Empezamos
a jugar casi dos horas seguidas. Tía Magda se relajó. Le gustaron aquellas
palabras que dijo Anais. La abuela estaba contentísima por lo que había
adivinado esperando impaciente al día siguiente. Los Clayton y mi mujer
entablaron una animada conversación. Todo fue estupendo.
* * *
Hacia
las cinco de la tarde dejamos de jugar. Empezaba a nevar muchísimo. Mi mujer
tuvo uno de sus impulsos y quiso acompañar a los Clayton a su domicilio. Anais
quería hablar todavía con la abuela. Eso es lo que hizo. Yo también estaba presente
en la conversación que tuvimos también en el salón. La tía Magda se retiró a
una pequeña salita que también había en el domicilio.
-Ha
sido un placer estar con vosotros- dijo Anais- Sólo hay una cosa que quería
deciros.
-Cuál
es, querida –dijo la abuela.
-Los
números son importantes, pero también los colores. Y la combinación de éstos.
Todo es muy complejo pero fácil a la vez para mí. No he querido hablar de los
colores; como tampoco del significado de los diferentes palos: corazones,
diamantes, tréboles y picas. Todo está
unido -dijo lentamente como si recitara- todo tiene relación, todo tiene
sentido. Estamos unidos en este mundo por una fuerza misteriosa y mágica que
predice lo que pasará de forma inevitable. En el fondo no podemos escapar de
nuestro destino.
-Tengo
una pregunta por hacerle, aunque sea ingenua y ridícula-dije ya con más
confianza- ¿Siempre ve lo que puede pasar? ¿ en cualquier momento?
-No. A
parte de la extracción de las cartas, antes debo hacer un pequeño ritual en
casa. Un ritual de relajación, de intensa relajación que me lleva al infinito.
Desde allí todo se comprende.
-Yo no
la entiendo, señora- dije denegando con la cabeza y suspirando.
-Lo sé.
Soy diferente a los demás. Somos pocos los de mi condición.
-Estoy
impaciente por saber lo que me ocurrirá mañana- dijo la abuela.
-¿Te
gusta viajar, Patricia?
-Sí,
mucho. ¿Por qué?
-Por
nada… Gracias por todo, por vuestra hospitalidad y amabilidad. Y buenas tardes.
Nos
levantamos y nos despedimos. Anais se marchó sola, ya que vivía cerca. Además
insistió en ello. Yo quería acompañarla pero me dijo que no, amablemente.
Luego
fui con la abuela a la salita donde estaba leyendo la tía Magda.
*
* *
Y por
fin llegó el domingo. Las dos mujeres con una actitud diferente: tía Magda,
tranquila, pensando que no ocurriría nada en especial; la abuela, muy nerviosa,
esperando el gran acontecimiento.
Pero
por la mañana no sucedió nada y por la tarde tampoco. Hasta que dieron las siete.
-Estoy
un poco decepcionada, tía. Como no ocurra nada me llevaré un gran disgusto y
decepción.
-Se ve
una buena mujer, Anais. ¿Pero tú te creíste todo lo que te contó, Patricia? No
digo que sea una embustera. Ella está convencida de su verdad, como yo lo estoy
de la mía.
-Que
nerviosa estoy, tía- dijo mi abuela que no paraba de frotarse las manos.
-¡Ves
como tenía razón! Estos juegos son dependientes y obsesivos. Prométeme, por
favor, que en esta casa no volverás a hacer una sesión de este tipo, Patricia.
-Se lo
prometo, tía.
-Pues pongamos
un poco la televisión. A ver que dice el hombre del tiempo sobre las nevadas.
Creo que continuarán.
Pusieron
la televisión y el hombre del tiempo dijo que las nevadas continuarían al igual
que las bajas temperaturas durante unos días más. Pero cuando se acabó el programa hubo un avance
informativo. Aquello las sorprendió un poco.
-Buenas
tardes,
señoras y caballeros- empezó a decir con alegría el joven presentador-
Informarles
que ha habido un solo ganador de la prim (un juego) y que recibirá
500.000 mil libras esterlinas. Señoras y señores, el número ha sido… el
34.248.
-¡¡No!!-
-chilló del shock la abuela- ¡¡es mi número, mi número, tía. He ganado!!
-¿Estás
segura, Patricia? –dijo tía Magda también nerviosa.
-Segurísima.
Lo tengo en la mesita de noche. Voy a buscarlo.
-Te
acompaño, querida.
Así lo
hicieron las dos. La abuela cogió el número. Era ese. Era el número ganador. La
abuela no se lo podía creer, ni tampoco tía Magda.
-Ay, tía, creo que me va a dar algo. Voy a echarme a la cama.
-Ay, tía, creo que me va a dar algo. Voy a echarme a la cama.
-De
acuerdo, querida. Te traeré un vaso de
coñac. Y para mí, otro. Esto es sorprendente.
-Anais
tenía razón- dijo la abuela contenta y agradecida.
-Quizás
esta vez te dé la razón, Patricia. La frontera entre lo real y lo premonitorio
a veces no es clara. No sé qué decirte. Pues que estoy muy contenta, querida.
La dos
se cogieron de las manos y las apretaron con fuerza. La abuela empezó con las
llamadas telefónicas a los más íntimos al cabo de unos minutos. Por supuesto
que me llamó a mí, a los Clayton y sobre todo a Anais.
Cuando
ésta contestó al teléfono le respondió que ya sabía lo que pasaría. Y que se
preparara por qué haría un viaje sorpresa, también de regalo. Un bonito viaje a
Irlanda.
Mi
abuela tuvo el detalle de regalarme el viaje. Cuando me casé con Margaret no
pudimos realizar el viaje de novios. Así que lo hicimos al cabo de unos meses,
en verano, y disfrutamos muchísimo. Gracias, abuela.
Con el
dinero ganado, mi abuela ayudó a dos asociaciones caritativas en las que
trabajaba como voluntaria. Mi abuela tenía ya mucho dinero. Y me gustó aquel
detalle altruista. Para Anais también quiso darle parte del premio; pero la
mujer no quiso aceptarlo. Parte del premio se repartió entre los familiares más
cercanos.
Nunca
olvidaré aquel fin de semana que me marcó la vida. Y han pasado los años. Y mi
abuela todavía vive, al igual que tía Magda, que pronto cumplirá los noventa y
cinco, preparadas para la última separación terrenal entre ellas; la de la
muerte.
Que el
buen Dios las acoja en el cielo cuando les llegue su hora.
FIN
FIN
Comentarios
Publicar un comentario