RECUERDOS DE SAN MARTIN DESVALLES (MARK DEBREST)

                                            GRACIAS, SRA COOPER (I)

      Hace unos días, paseando con mi pareja, me dirigí a una librería del casco antiguo de la ciudad por dos motivos; el primero porque sabía que iban a derribarla para gran tristeza mía, y el segundo porque era una de las mejores de la ciudad, así me lo habían comentado. Al entrar en aquella recargada y bonita sala, de techos altos y madera antigua, me vino immediatamente a la memoria, como en un flash fotográfico, una antigua librería y papelería que se encontraba en el pueblo costero donde pasaba las vacaciones de verano (San Martin Desvalles), cuarenta años atrás. Sobre todo era aquel agradable olor a madera lo que me agradó e impresionó. Y en seguida me vino a la memoria la distinguida figura de la Sra Cooper, propietaria del establecimiento y antigua profesora de la escuela del pueblo, una mujer delgada y de mediana estatura, con voz y aires pausados y que vestía casi siempre de blanco, gris y azul. Contaba unos sesenta y tantos años.
     Cuando entraba con mis padres, no sé por que extraña costumbre, un poco antes de que cerraran, siempre me dirigía al espacio donde tenía puestos los libros de aventuras. A mis ocho años me gustaba leerlos, aunque no fuera un lector compulsivo, y en el fondo siempre añoraba alguna fotografía en ellos. Recuerdo que por aquellas fechas acababa de salir una gran colección de cuentos y novelas que tenían las dos cosas, por lo que iba directo como una flecha hacia allí y miraba los títulos con mucho interés. Al cabo de poco le decía a mi madre que libro de aventuras deseaba y cuando en algunas ocasiones estaba demasiado rato viendo, leyendo y releyendo los títulos, porque no me decidía cuál comprar, mis pacientes padres hablaban con el marido de la Sra Cooper, y ella se dirigía entonces hacia mí con una sonrisa picarona.
-¿Algún libro que te interese, Thomas?- me preguntaba casi siempre lo mismo y con las mismas palabras.
-Todavía no, Sra Cooper, aunque esta vez creo que el libro "El viaje al centro de la Tierra" será de mi agrado.
-No te imaginaba tan aventurero.
-No lo soy. Me gusta pasear para distraerme y observar, pero no la aventura. Quizá debe ser por ese motivo por el cual me decida por este libro -le contesté complacido.
-Seguramente- afirmó mientras iba hacia la parte derecha de la tienda- En esta parte tenemos otros libros de temática distinta, recuerda. Tenemos sobre todo biografías.
-Sí, ya he visto alguna. Me gustan las biografías de los grandes personajes, sobre todo de los grandes inventores y descubridores.
-Pues mira -dijo contenta- el último que ha llegado ha sido una biografía del inventor del pararayo, Benjamin Franklyn. Que curioso y que coincidencia, ahora que acaban de arreglar el pararayos de la iglesia.
-Sra Cooper -dijo mi madre- ha encontrado Thomas ya su libro- es que tenemos un poco de prisa.
-Creo que sí- le contestó al ver que yo señalaba con el dedo el libro de Julio Verne.
-¿Está su nieto Jonathan?-le pregunté yo entonces poco esperanzado con voz flojita.
-Vendrá la semana que viene. También ha preguntado por ti.
-Es mi mejor amigo del pueblo.
-El también te aprecia mucho. Y tenéis gustos parecidos.
-Sí- le contesté- con él no me aburro por las tardes.
-Pero están tus hermanos y tus primos -me dijo mientras sonreía de forma cariñosa.
-No es lo mismo. Son mayores que yo.
-También están tus vecinos, los hermanos Necker.
-Los hermanos Necker son antipáticos- le dije un poco serio- aunque su madre sea muy simpática.
-Es verdad- dijo mi madre que la conocía bastante bien.
-El otro día me dijeron que conocían un secreto morboso del pueblo.
-¿Morboso?- exclamaron mis padres.
-Sí, pero no quiero saberlo, aunque sé que tarde o temprano me lo dirán.
-¿Y que podría ser? -dijo el Sr Cooper.
-¿No te gustaría saberlo, Thomas? Ahora tienes un mes de vacaciones. Quizá sea importante- dijo la Sra Cooper.
-Quizá -me limité a responderle.
-En todos los pueblos hay secretos y misterios...- dijo el Sr Cooper.
-...que son más fáciles de encontrar pues hay menos gente que en las ciudades -añadió la Sra Cooper.
-Sería divertido encontrar el gran secreto- les dije a todos con cierto aire triumfal- pero no me veo de Sherlock Holmes- y luego añadí: ¿Quién sería mi fiel ayudante Watson?
     Todos sonrieron por eso. Yo también. Entonces mi mirada se dirigió hacia la inteligente, sensible y observadora Sra Cooper. Ella me comprendía bien. No era como los demás niños, me sentía diferente. Ella lo captó de inmediato y me ayudó en mis años de infancia y adolescencia en San Martin. Intentó que fuera más feliz en el pueblecito. Y lo consiguió.
     Gracias, Sra Cooper.
 
                                    

    
                               RECORDANDO A LAS HERMANAS DALTON (II)


     Mi hermana Geraldine me ha comunicado que ha muerto la última de las hermanas Dalton, la más pequeña, propietarias de la gran panadería y pastelería de San Martin. En realidad, Dalton no era su apellido. Su auténtico apellido era el de Hollander y tenían ascendencia sueca.

    Geraldine y yo poníamos motes a muchas personas para distraernos. Era curioso el caso de estas hermanas; en primer lugar porque eran cinco hermanas solteras, sólo los dos hermanos mayores se habían casado y tenido descendencia. El curioso nombre era debido a que las cinco hermanas, extrovertidas, educadas, refinadas y no muy agraciadas, de temperamentos bastante iguales, no lo eran con la altura, ya que la mayor era muy alta, altísima y la menor era baja, casi medía metro sesenta. Puestas en fila, de mayor a menor, parecían graciosas, como en el cómic de Lucky Luke, donde salían los hermanos Dalton, de diferentes alturas progresivas; de ahí su cariñoso apodo.

     El lema de las hermanas Dalton (permitidme que las llame así pues siempre lo había hecho para enfado de mis padres y hermanos mayores, excepto Geraldine) era el de vivir para trabajar y parecían muy felices con ello. Viéndolas en acción, vendiendo pan, pastas y pasteles, uno disfrutaba pues eran como un pequeño ejército que nunca descansaba desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche, pulcramente vestidas y arregladas. Aunque me consta que alguna vez alguna de ellas también había hecho pastas y algún pastel, eran principalmente los hombres de la casa los que se encargaban de hacerlos, incluso también el padre y dos primos. La hermanas Dalton eran ya la cuarta generación de la familia.

     Vivían en una bonita torre victoriana de tres pisos, bellamente decorada, en cuyo hall y salón había la panadería, la pastelería y un salón de té. Todo era buenísimo. Decían que el secreto era el agua con la que hacían la masa y de ciertas sustancias aromáticas, aunque en realidad nunca se supo. Más tarde me enteré de que habían ganado varios premios. Eran unas hermanas inteligentes, buenas vendedoras y también tenían gusto al exponer las pastas y pasteles en bandejas doradas o plateadas de forma simétricas, a la vista de todos, sobre todo de los más pequeños que tenían la nariz aplastada a la gran pared de vidrio, viendo alguna pasta apta para comer (yo mismo lo hacía a los cuatro años y me acuerdo perfectamente.) Las ventas crecían sin parar, sobre todo durante las vacaciones de verano. Hablar de la panadería Hollander era hablar de San Martin.

     Las hermanas Dalton se convirtieron eran una celebridad en el pueblo ya que vivieron muchos años. Nunca se casaron. No salían apenas de San Martin. Se hacían compañía las unas con las otras y su trabajo fue su pasión. Trabajaron hasta los ochenta años en la tienda. Más tarde me enteré de que para ellas fue un consuelo y un refugio. Ni se plantearon casarse, excepto una y la cosa no salió bien. Quizá quedaron demasiado aisladas. Vivieron toda su vida, sin achaques, hasta los últimos meses. La muerte se las fue llevando una a una, en silencio, y por orden de edad.

     Cuando llegó el verano fui a San Martin para dar el pésame a sus sobrinos, y la menor, Stephanie, me habló de una forma muy cariñosa. Me dijo que a todas las hermanas les gustaba yo desde que eran un niño pues era amable, educado y gracioso con ellas. Ya de mayores supieron de mi interés por la gastronomía pues había puesto un restaurante muy importante en la city de Londres, dando especial énfasis a los postres. Stephie, como así la llamo yo, ya que tiene casi mi misma edad, me dio un sobre de su difunta tía que iba dirigida hacia mí.

     Al abrir el sobre por la noche, en mi habitación del hotel, leí unas amables palabras dirigidas a mí y luego vi, para gran sorpresa mía, la receta de tres pasteles; de mis tres pasteles preferidos. Para mí fue una emoción muy grande al ver que su pequeño secreto me lo habían transmitido y confiado. Ahora mis clientes también podrían disfrutar al saborear el pastel de nata y fresas con almendras, el pastel de chocolate con crema y naranja y el pastel de limón con kiwi, a cual más bueno.

     Gracias

     Un recuerdo para las cinco: Clarisa, Vera, Mary, Lidia y Stephanie.

    
                                        
                                       El PERRO DE LOS BAKERVILLE (III)


     San Martin Desvalles no es un pueblo muy grande. Está cerca de la costa de Cornualles y para mí es el pueblo costero más bonito que he visto nunca. No me gusta mucho viajar, pero sí he viajado un poco, por Europa. Francia ha sido el pais que más he visitado y me gusta especialmente la costa atlántica y Paris, por supuesto. Hace poco que visité el pueblo de Rochefort que me trae dulces recuerdos. También es un pueblo precioso y la primera vez que lo vi de pequeño, acababan de estrenar la famosa película "Las señoritas de Rochefort", película que me encantó en mi infancia y adolescencia por las canciones, baile, colorido, vestuario e interpretaciones. Las dos protagonistas principales estaban maravillosas en la película. Cuando alguna vez voy a Rochefort por asuntos de trabajo, siempre me acuerdo de la película y sobre todo de ellas.

    Pero volvamos otra vez a mi relato. Estamos en Inglaterra, cerca de la costa de Cornualles, en un pueblo costero que a mi padre le encanta llamado San Martin Desvalles, por eso vamos casi siempre unas tres semanas del mes de agosto. El pueblo es precioso, pero aburrido conforme te vas haciendo mayor. Aunque quede mal decirlo, cuando llegué a la adolescencia se me hizo insoportable estar casi un mes allí y cuando cumplí la mayoria de edad solo iba la semana que aparecía mi buen amigo Jonathan Cooper (ya lo conocéis) y una amiga suya llamada Joana. Los tres nos hicimos muy amigos. Afortunadamente a mis cincuenta y tantos años, continuamos siéndolo; nunca hemos perdido la amistad.

     Una tarde del mes de agosto, Joana vino a mi casa y me dijo que iba a visitar a un tio suyo, el Sr Baker, que vivía en el interior de un gran bosque cercano, encima de una colina. Era un camino muy simpático que ya conocíamos, ancho y siempre concurrido de gente que paseaba o iba en bicicleta. Contábamos doce años, los tres teníamos la misma edad. Joana informo a mis padres y a los padres de Jonathan en que consistiría la tarde y nuestros padres accedieron a la propuesta. Así que cogimos nuestras bicicletas... y en marcha.

    Llegamos a una bonita torre que tenía unas vistas preciosas. Fue allí donde visitamos los alrededores y cogimos setas (nunca cogí tantas setas comestibles en mi vida, en una hora y media, no me lo podía creer) y luego cenamos los tres, el Sr Baker y su esposa, en el bonito jardín. Y fue allí donde vi al perrito del Sr Baker.

     Era un pastor de caza ya viejo que parecía que quisiera jugar siempre con nosotros porque se movía y saltaba cuando nos veía.  Era pequeño y delgado, de color marrón claro con algunas manchas blancas y tenía una mirada simpática, moviendo la cola a la menor ocasión y sacando la lengua cuando jadeaba. Se encontraba en su caseta, atado porque anochecía y con un plato vacío a su lado. Y por unos momentos pensé: ¿habrá cenado? Así que pregunté al Sr Baker si podía darle los restos del pollo y costillas a la brasa que había comido. Mis amigos hicieron lo mismo pues pensaron que era una buena idea. Aquel perrito tan simpático cenaría estupendamente y yo me alegre muchísimo por él.

     Al tio de Joana le gustó aquel gesto que hice pues me sonrió y entonces nos dijo que nos daría una sorpresa y que miráramos al cielo. Primero nos sentamos en unas sillas plegables que estaban en el jardín en dirección oeste y vimos la puesta de sol al atardecer que fue preciosa, pues el cielo se iluminó con fuerza de todos los colores: rojo, naranja, amarillo, azul, violeta... Y a medida que el sol iba desapariciendo, iban apareciendo las estrellas, más y más estrellas. Nunca he visto tantas estrellas brillar con tanta fuerza en toda mi vida. Había millones. Todo era debido a la situación priviligiada de la torre, a que apenas habían luces alrededor y a que no había contaminación atmosférica. Y pudimos ver el maravilloso espectáculo que todavía guardo en mi memoria.

     Y cuando fueron las diez de la noche vino la segunda parte de la historia: fuimos a otra zona del jardín, donde el Sr Baker tenía instalado nada más y nada menos un pequeño pero potente telescopio. Con él pudimos ver el planeta Venus, la Estrella Polar y luego Sirio, la estrella más brillante de todas. Y lo que fue más interesante y emocionante; vimos seis o siete constelaciones, destacando la Osa Menor (en cuya cola hay la estrella polar, la que siempre señala al norte) la Osa Mayor, Leo y Orion. Debo decir que aprendí más aquella noche que en todo un trimestre en la escuela estudiando astronomía.

     Luego el Sr Baker nos acompañó a casa en su coche y llegamos al centro de San Martin en menos de diez minutos. Nos despedimos de él y le dimos las gracias por todo, prometiéndole que antes de finalizar el verano lo volveríamos a visitar. Cuando quedamos los tres, le comenté a Joana que su tio era muy simpático. Y para sorpresa mía me dijo que lo era a veces, pues era muy adusto casi siempre, pero que le gustó mucho el gesto que hice de darle la comida a su perrito Jowey, pues en realidad el perro estaba muy enfermo y le quedaban pocos meses de vida. Dado mi detalle, él quiso hacer otro.

     Aquella velada tan estupenda trajo buenas consecuencias: Jonathan estudió física y se especializó en astronomía, quién lo iba a decir. Todo se lo debe a Jowey, el perrito del Sr Baker, que siempre formaría parte de mis recuerdos de San Martin y que visité una vez más, a finales de mes; la última vez que lo vi.

     Pasados más de cuarenta años, recuerdo que a veces explicaba a mis sobrinos nietos, que su tío Thomas (yo), conoció al perro de los "Bakerville" en una tarde-noche de verano. Y ellos me decían, a veces dudosos, que el perro de los "Bakerville" era sólo una novela de miedo. Y yo les decía que no, que el perro de los "Bakerville" existió y que no era tan grande y malo cómo decían. Era una de mis bromas. Y ellos se lo creían aunque fuera sólo por unos momentos.
 

              MI PRIMER DISGUSTO Y UNA HISTORIA EXTRAORDINARIA (IV)


     ¡Quién no recuerda su primer disgusto! También yo tuve uno y muy grande. Fue en San Martin, en un día soleado de agosto, por la mañana y en la playa, estando con toda mi familia y los primos y tíos Gardiner. Yo contaba siete años.

    Mi madre Gwenda y mi tía Clara eran hermanas y se parecían bastante, aunque mi madre era unos años menor. Los Gardiner sólo pasaban unos días en San Martin y les encantaba también bañarse y tomar el sol; tenían que aprovechar al máximo sus pequeñas vacaciones en el pueblo.

     Fue precisamente cuando yo estaba con mi inseparable hermana Geraldine (mis dos hermanos mayores estaban con mis dos primos Gardiner, de su misma edad) cuando se acercaron tres niños, de mi edad, aproximadamente, y empezamos a hablar. Parecían muy simpáticos y por lo que pude saber los tres eran también veraneantes.

-Hola -me dijo el más hablador-¿quieres jugar con nosotros a la petanca?

-Claro- dije de inmediato- en casa siempre jugamos y es muy divertido.

     Entonces me dirigí a mi madre muy contento ante la expectativa.

-¿Puedo ir con ellos, mamá?

-Por supuesto, Thomas. Id a jugar cerca del bar, donde hay el pavimento asfaltado. Y ponte el gorrito que hace mucho calor.

       Los cuatro nos dirigimos allí, donde podías jugar con tranquilidad ya que era bastante grande. Nos lo pasamos muy bien, tan bien que por unos momentos pensé que algo pasaría. Como así fue. De repente se presentaron los dos hermanos Necker y les dijeron aquellas terribles palabras para mí.

-¿Queréis jugar con nosotros a fútbol?

     Qué considerados los hermanos Necker. Me fastidiaron sin importarles nada. Eran así, pero creo que en el fondo me tenían una extraña mezcla de celos y envidia y nunca supe el por qué. Mis tres nuevos amigos aceptaron encantados, pues debían ser muy aficionados al futbol. Ni se despidieron de mí y se fueron con ellos corriendo. A mí se me partió el alma y me senté en un banco durante unos momentos sin reaccionar. Yo detestaba jugar al fútbol y a otros deportes. Y los hermanos Necker lo sabían.

     Aquella escena la vio la Sra Cooper desde una terraza con su marido, cerca del bar. La inteligente Sra Cooper me debía estar observando y analizando, y leyó en mí lo que yo pensaba en aquellos duros momentos y se le ocurrió una brillante idea.

     Después de tomar su aperitivo se dirigió a la playa donde se encontraba toda mi familia y habló con mi madre. Yo ya estaba con ellos. Les dijo que le haría mucha ilusión que fuéramos por la tarde a su casa (casi al lado de la nuestra) porque venía un tío de su marido, ya muy anciano, que nos hablaría de la recién fallecida cantante de ópera Melita Mellini, nonagenaria como él y de su fascinante vida. Y como sabía que a mi madre y mi tía les encantaba la ópera y la música en general, accedieron en seguida. Lo que debió sorprender a mi madre es que la Sra Cooper insistió en que fuéramos toda la familia, hijos incluidos. Y en concreto le comentó que esperaba mi presencia en particular y que luego debía hablar con ella (qué buena que era la Sra Cooper, en seguida informó a mi madre de lo sucedido, pues yo no dije nada a nadie, me lo guardé para mí) La insistencia de la Sra Cooper tenía un bonito motivo pues conocería a su nieto Jonathan, de gustos parecidos a los míos.

    También les informó que el tío del Sr Cooper había conocido a la gran cantante italiana a principios del siglo XX, cuando la Mellini era considerada la contralto más importante del mundo. Decían que la Mellini fue muy amiga de Carmen Melis, la profesora de la gran cantante Renata Tebaldi (esta cantante sí que nos era conocida) y en uno de sus viajes en la costa de Cornualles, Melita Mellini perdió un pequeño cofre que contenía 14 alejandritas, unas curiosas piedras preciosas que cambian de color, un cofre que se cayó a un profundo río a veces navegable, un río que desenvocaba en otro, situado cerca del pueblecito donde veraneábamos: San Martin Desvalles.


   
                                                              *               *            *


     Por la tarde, hacia las cuatro, fuimos a casa de la Sra Cooper que se encontraba cerca de la nuestra. En el gran salón donde destacaban unos sofás y butacas negras y de unos grandes cuadros con paisajes marinos, había gente que no conocíamos, gente mayor; unas conocidas de la Sra Cooper, un matrimonio que debería rondar los ochenta años y una mujer de unos sesenta que era la hija del tío del Sr Cooper que era un hombre muy anciano y nonagenario. Era muy delgado, llevaba gafas y tenía el pelo y bigote muy blancos. Iba en silla de ruedas y parecía que estaba dormido, pero era todo lo contrario, estaba pensando, analizando y a punto de darnos una lección magistral de ópera; a su edad.

"-Estoy muy contento de estar aquí con todos ustedes –dijo el hombre bastante impresionado- y veo que ha venido gente de todas las edades, hecho que me produce mucha satisfacción.

-Cuenta el principio de la historia, papá- dijo su bella hija que se parecía enormemente a su padre.

-Por supuesto. Pero antes quería informarles, a modo de introducción,  que el mundo ha dado a muchos artistas, algunos de primer orden, pero a pocos genios. Lo fueron la Malibran, en el siglo XIX, la Callas en el XX y entre el XIX y el XX, Melita  Mellini, por la belleza de su voz, por su interpretación y por su potencia vocal que hacía vibrar al público de una forma inusual. La gente parecía a veces trastornarse al escucharla y a nadie dejaba indiferente. Había algo en ella que no parecía terrenal, sino divino. Sí, el mundo ha dado a pocos genios, ¡pero qué genios, Dios Mío! Y la Mellini lo fue y tuvo también una vida extraordinaria.

     El anciano calló por unos momentos y recordó a continuación con tristeza.

-Me emociona hablar de ella. Es triste decirlo, pero ahora casi nadie sabe quién es. Debo decirles nada más y nada menos  que Melita Mellini llegó a ser la contralto (la voz más grave en las mujeres) más famosa del mundo y yo la conocí a principios de siglo. Sus orígenes fueron muy humildes ya que era hija única de un matrimonio pobre; barrendero él y mujer de hacer faenas ella, pero aficionada a la ópera y con una bonita voz.  Precisamente el último trabajo que tuvo doña Amelia (la madre de nuestra contralto) fue en la Fenice, famoso teatro que se encuentra en Venecia. Un día que Doña Amelia se encontraba indispuesta, fue su hija quien la reemplazó en el trabajo. Era un domingo por la mañana del mes de enero.  La joven Melita era muy hermosa; alta y esbelta, de negros cabellos, con un largo y delicado cuello. En sus comienzos a la Mellini se la conoció como “el cisne”
     
      Y luego hizo otra pausa y miró a todo el mundo a modo de interrogación:

-¿Creéis en el destino, en la buena y mala suerte de los humanos, en lo misterioso e inexplicable, en las curiosas y extrañas coincidencias? Yo sí, por supuesto.
     
     Estaba un día, también en la Fenice, nada más y nada menos que la hermana de la Malibran, Pauline Viardot, famosa cantante y compositora, figura relevante en el mundo musical europeo de finales del siglo XIX. Se encontraba con un acompañante en el despacho del director del teatro, cuando los tres pudieron escuchar una maravillosa voz. Corría el año 1885.

-“¡Qué hermosa voz! ¿Quién canta? –dijo la Viardot un poco sobresaltada.
-No hay nadie en el teatro. Ya sabes que está cerrado. Solo estamos los tres y Guido, el portero- dijo el director del teatro muy serio y preocupado.
-Pues alguien canta a lo lejos y muy bien -continuó la Viardot muy intrigada.
-No será un fantasma- dijo el otro hombre- Siempre se habla de estas cosas, en teatros, mansiones…
-Calla, Nicolai –dijo enérgica pero cariñosamente a la vez- tú siempre tan supersticioso. No, esa voz no es la de ningún fantasma, es la de una joven de carne y hueso, ¿o no lo creéis así? Está cantando el papel de Rosina del Barbero de Sevilla, de la ópera de Rossini.
-Ahora la voz se está apagando- dijo el director haciendo una mueca en su rostro y dirigiéndose a la puerta del despacho, abriéndola.
-¿Dónde debe estar?- dijo el segundo hombre.
-Yo creo que está cerca del escenario. ¿No escucháis?¡ Vuelve a cantar con fuerza!-exclamó la Viardot.
     Y así fue, la voz volvió a oírse con claridad. La Viardot estaba muy impresionada y no se anduvo con rodeos.
-Sigamos la voz, como si fuera un camino, como si fuera un imán y cuando la descubramos, por favor que no se vaya, pues quiero hablar con esa joven; como sea. 

     Eso es lo que hicieron. La voz cada vez se oía con más claridad, hasta que llegaron al palco de honor y se sentaron allí en silencio. Todo estaba a oscuras, excepto el escenario poco iluminado dónde cantaba la joven…y allí la pudieron ver por primera vez.

     Se trataba de una joven de unos dieciséis años, de alta estatura, un poco rolliza, agraciada y agradable, de largos cabellos negros, que estaba nada más y nada menos que… fregando el suelo (el Sr Cooper hizo una pausa y sonrió al recordarlo). Muchos años después me enteré que Melita Mellini se sabía todos los papeles de contralto o mezzo de las óperas cantadas en aquel teatro pues vivía prácticamente allí, junto a su madre, que en el fondo siempre quiso que su hija fuera famosa y cantante, por este orden, al contrario que su hija, que solo le gustaba cantar. No fue a la escuela, hecho que siempre lamentó, y por ese motivo no sabía ni leer ni escribir. Mientras los niños iban a la escuela, la niña y luego la joven Mellini asistía a escondidas a los ensayos y luego a los estrenos y siguientes representaciones.  Memorizaba los papeles y luego los interpretaba en su casa. Posteriormente, y gracias a Dios, tuvo una educación elemental en todos los aspectos. Luego aprendió francés, inglés y algo de alemán. Tuvo la gran suerte de tener a un extraordinario profesor para ello, así como posteriormente a un abogado-representante. Los dos, de primer orden. La ayudaron mucho en todos los sentidos, pero quién la introdujo en el mundo de la ópera fue la Viardot. Fue el  abogado-representante quién cambió su nombre de Amelia Mellini, por el de Melita, que no deja de ser un diminutivo de su nombre; Amelia, Amelita…Melita. Ella siempre les estuvo muy agradecida y permanecieron con ella más de treinta años.

     La sorpresa de la Viardot fue todavía más grande al descubrir que aquella hermosa muchacha se parecía  bastante a su hermana, la gran mezzosoprano María Malibran. El impacto fue enorme para ella pues su hermana había muerto muy joven y en todo su esplendor hacía casi cincuenta años. Los tres reunidos sabían que se trataba no de un diamante en bruto, sino de un diamante ya pulido que debía brillar para los demás.

     Cuando acabó de fregar el escenario, la joven continuó cantando pero esta vez se puso de pie, gesticulando con sus brazos y dando un aire trágico a lo que cantaba (una aria de la obra Orfeo, del compositor Gluck), todo sin música, “a capella”. En aquel momento se vio lo que se vio en la Malibran y ahora en Maria Callas; parecía una actriz que cantaba de forma extraordinaria, con mucha fuerza, sentimiento y con una presencia majestuosa en el escenario que dejaba hipnotizado al espectador. Para ella el texto era todavía más importante que la música, la música debía estar subordinada al texto. Era importante cantar bien, pero sobre todo saber lo que se estaba cantando. No solo una bella voz, como en la actualidad, que no es poco.

     Al acabar aquella aria, la Viardot se levantó y no pudo aguantar más; pues aplaudió rápidamente y con fuerza a la vez que gritaba: “Brava, brava, magnífica, magnifica! Los dos hombres también la imitaron y la aplaudieron acaloradamente. Y la joven Melita que no sabía que la estaban escuchando al oír aquellos aplausos debió asustarse y salió corriendo del escenario. Y ya ves a los tres corriendo por el gran teatro detrás de ella para alcanzarla. Parecía una escena cómica. La Mellini era muy ágil y corría muy deprisa, pero tropezó con un cable y cayó al suelo cerca de la puerta de la consergería.  Si no se hubiera caído, quizá no la hubieran encontrado y posteriormente no hubiesen hablado con ella. ¡Qué cosas tiene la vida!... Y no hubiera existido la Mellini.

-Es sorprendente- dijo entonces una de las mujeres allí congregadas- no sabía cómo fueron sus orígenes, ni que tú, Daniel, la hubieras conocido. ¿Y qué pasó luego?

-La Viardot contrató a un profesor de canto. Quería estar segura de las condiciones técnicas de la joven. Todos quedaron asombrados (ya lo intuían) de su extraordinaria técnica. Así que la Viardot preparó el primer papel que tuvo la Mellini, que fue el papel de Rosina, de “El barbero de Sevilla”, de Rossini, el que habían escuchado por primera vez.

-Creo que no hay muchos papeles protagonistas de contralto, ¿verdad?- preguntó otra de las mujeres.

-Es verdad. Los papeles protagonistas son para las sopranos y hay menos para mezzos y aún menos para contraltos que a veces tienen un papel secundario. La Mellini podía cantar en las dos tesituras y cantó obras de Bach, Handel, Gluck, Mozart, para ir finalmente a los románticos Rossini, Donizetti y Verdi. También cantó “Carmen” de Bizet” y últimamente, Mahler. La Mellini nunca cantó Wagner pues no le gustaba su estilo y no se sentía cómoda en aquellos papeles.

-Debió ser una mujer muy ambiciosa- dijo mi tía Clara.

-Pues no lo era- contestó el Sr Cooper ante el asombro de ésta- Melita Mellini era una mujer seria, sensata que viendo sus enormes posibilidades quiso cantar por toda Europa y viajar…y ganar mucho dinero. A la Mellini le encantaba el dinero pero no para gastarlo, que lo gastó, pues se compró una preciosa casa en Milan y otra en Londres, sino que fue famosa y poco comprendida ya que ahorró mucho e hizo inversiones, ya de muy joven. Para ella, en aquel momento lo importante era cantar y viajar (sus padres la acompañaron en todos sus viajes) que empezaron por toda Italia, luego Francia, toda Alemania, Inglaterra y finalmente Rusia. Allí, cuando el último zar Romanov fue proclamado, la Mellini era invitada cada año. Y cada año,a partir de 1900, le daban una alejandrita como regalo y recuerdo, hasta 1914, cuando estalló la “Gran Guerra”. También viajó a los Estados Unidos y conoció a varios presidentes del país.

-¿Cuándo duró su carrera? –dijo otra de las mujeres.

-Empezó ya en 1885 y terminó en 1914. Se casó un poco mayor, después de disfrutar de una larga vida de recitales y viajes y de conocer a reyes, zares y otros personajes importantes de la época, con un industrial inglés cuando contaba casi cuarenta años y tuvo dos hijas. Después de la 1ª Guerra Mundial se estableció en Londres dando clases en el conservatorio, hasta 1940, en el que se retiró definitivamente. En los años XX de este siglo tuvo la gran suerte de grabar 2 discos, uno de los cuales lo tengo aquí…hija, ten y ponlo en el tocadiscos, así podremos escuchar como cantaba la gran Mellini.

     Eso es lo que hicieron durante unos minutos y todos quedaron impresionados con aquella voz y su gran expresividad y fuerza.

     Cuando acabaron de escucharla, su hija preguntó sonriéndole y tocándole cariñosamente la mejilla.

-¿Y tú como la conociste, papá?

-Pues entré como jardinero ayudando al que ya tenían pues se había roto una pierna y estuve trabajando para ella, y luego para el matrimonio, cincuenta años, hasta que me jubilé. Una vez jubilado cada año los visitaba hasta que el año pasado, la Mellini, ya viuda, enfermó y no quiso recibir visitas. Sus hijas y nietos la cuidaron hasta el último momento. Y hablando de viajes... debo decirles que yo la acompañé en dos viajes a Rusia, durante el verano, y conocí a toda la familia imperial.Y para demostrarlo, tengo una fotografía que siempre llevo conmigo para confirmarlo.

     El Sr Cooper se la sacó del interior de su chaqueta y la enseñó a todos los presentes. Pudieron ver una pequeña fotografía donde podían verse los últimos zares Romanov de Rusia (Nicolás y Alejandra), a sus hijos, a la Mellini con sus padres, a su representante, a otro hombre desconocido y a un joven bien apuesto a la derecha del todo que se parecía mucho al Sr Cooper.

-El joven bien apuesto soy yo- dijo complacido- la fotografía es de 1910. Y lo que no saben es que la hija mayor de los zares, Olga, le gustó mucho mi presencia y también me dio una alejandrita que siempre llevo en este collar.

-¡Oh! –exclamó toda la gente al oír aquellas palabras que nadie se esperaba. Y el Sr Cooper se quitó su collar del cuello y todo el mundo pudo ver aquella piedra preciosa, poco conocida por los presentes.

-Olga era muy bella y simpática. No merecían tener un final como el que tuvieron- añadió entristecido el Sr Cooper- siempre les recordaré.
     
     Reinó el silencio por unos momentos y fue en ese preciso instante cuando apareció una mujer con su hijo. Era Jonathan, que cuando me vio me saludó con la mirada y me sonrió. Yo hice lo mismo e intuí en aquel momento que seríamos amigos para siempre.

-¿Y qué pasó con el cofre? –dijo el sobrino del Sr Cooper.

-En uno de sus viajes por la costa de Cornualles, cuando iba en coche, la Mellini tuvo un pequeño accidente, sin importancia, pero el cofre que tenía en sus manos salió disparado por la ventana y cayó al río. De las 14 alejandritas, se recuperaron 7. La gente, como loca, fue al rio para encontrarlas. Fue en 1915. La Mellini iba con su marido a visitar a un joyero para hacerse un collar con aquellas piedras que la zarina en concretó le daba cada año, desde 1900. La Mellini tuvo una impresionante colección de joyas, pero aquellas alejandritas siempre fueron especiales para ellas y mucho más cuando la familia imperial rusa fue asesinada en 1917.

-¿Y se encontraron?- dijo la Sra Cooper.

-Pues sí, Carolina. Por lo que sé, se encontraron tres en 1915 (un honrado hombre encontró una y se la dio a la Mellini quién siempre le estuvo muy agradecida por el gesto), pero luego dos a principios de los años veinte y otras dos a principios de los treinta; no existe explicación a estos hechos. Hay siete que nunca han sido encontradas, motivo por el cual en estos dos ríos siempre hay curiosos y “buscapiedras”como digo yo, hombres, mujeres y niños a la captura de las famosas piedras preciosas, con la esperanza de encontrarlas y hacerse ricos y famosos. La última que se encontró fue en el Rio de la Suerte, aquí en San Martin. Y el nuevo nombre del rio fue debido a lo que pasó, pues anteriormente a este río se le conocía simplemente como el rio de San Martin......"

       El Sr Cooper continuó hablando y hablando, parecía como una enciclopedia viviente, pero ya faltaba muy poco para acabar la historia. Cuando dieron las seis y media en el reloj de pared del bonito salón, la historia ya había concluído.

     Aquella velada fue tan extraordinaria que todavía la recuerdo con claridad. Evidentemente a mis siete años no recordaba tantas cosas como las que he explicado. Pero al pasar los años mi madre y mi tía me lo explicaron infinidad de veces y al final he podido explicar muy detalladamente la extraordinaria historia de la cantante de ópera Melita Mellini, de las increibles sorpresas del Sr Cooper y de conocer por fin a Jonathan, que se convirtió en mi mejor amigo de San Martin y en uno de mis mejores amigos de mi vida. 

                                                                   FIN



                                    LA MALDICION DE LOS WILKINSON  (V)


  ¿Os acordáis de la primera narración que escribí sobre el pueblo donde veraneaba? Aquella narración hablaba de la Sra Cooper, vecina del pueblo de San Martin a la que tanto quise. En ella hacía una observación diciendo que los hermanos Necker, unos niños que también veraneaban en San Martin y que no me caían bien, querían comentarme un suceso morboso que había sucedido muchos años atrás. Y la Sra Cooper y su marido me dieron a entender que quizá sí que había uno. Debieron prepararme para el extraño suceso que acaeció en el pueblo muy poco después de la 1ª Guerra Mundial y del que se habló durante muchísimos años en San Martin y alrededores.

     Pero mi historia sucedió cuando yo contaba trece años, a finales de julio, en concreto el 31 de dicho mes y lo sé perfectamente porque el día anterior era el aniversario de mi buen amigo Jonathan Cooper y se celebró una gran fiesta en su casa ya que venían, por primera vez y última creo recordar, unos familiares que vivían en el Canadá, en total unos quince, a parte de los que ya venían cada año. Creo que éramos casi cuarenta personas en la celebración y pude comer de todo y en exceso, lo que me provocó que al día siguiente no me encontrara nada bien. Siempre me ha gustado mucho comer pero aquel día con el gran aperitivo, aquellos sabrosos y variados bocadillos y el enorme pastel de nata y chocolate para finalizar la fiesta, pasó lo que me pasó. Debo decir que aprendí bien aquella lección y nunca más volví a comer de aquella manera tan exagerada.

     Al día siguiente de la gran fiesta, mis padres, Geraldine y yo nos dirigimos al museo de la ciudad, ya que había una bonita exposición de esculturas inglesas de los siglos XIX y XX. Era domingo y había mucha gente. Aquel gran museo era la antigua mansión Wilkinson, que se encontraba al norte del pueblo, al final de una de las avenidas principales. Cómo todavía no me encontraba muy bien, después de visitar el museo me dirigí hacia una zona que no había nadie, solamente una silla plegable, que ahora que lo pienso debería estar por equivocación, ya que aquel espacio con césped y flores era diminuto. Mis padres y hermana estaban hablando con unos conocidos y se encontraban en otra zona del museo, en la ala este. Yo estaba solo, pero sentado cómodamente, relajado y parecía que ya me encontraba mejor. Hacía un día radiante, con un sol que me tocaba el rostro y una agradable brisa marina que me acariciaba la piel. Podía oír como los cipreses se movían con majestuosidad y el canto alegre de los pájaros que daban vueltas alrededor de ellos. Qué bien se estaba. Y allí, quizá medio adormecido, fue cuando vi a una niña que se me apareció de repente y que me sobresaltó un poco, ya que apareció como por arte de magia. Era muy hermosa, delgada, bastante alta, con el pelo largo muy rubio y un vestido blanco que me pareció un poco anticuado. La hermosa niña, que debería tener una edad parecía a la mía, se acercó y sonrió. Me cayó bien en seguida pues irradiaba simpatía. Qué raro y bonito a la vez. Fue ella la que empezó a hablar estando yo sentado en la silla. Ella permanecía de pie, a mi derecha. Los rayos del sol la iluminaban.
-Hola- empezó a decirme con una bonita voz infantil muy acorde con su bello rostro- ¿Cómo te encuentras? Me llamo Amanda Wilkinson ¿y tú?
-Yo, Thomas- le contesté educadamente y dando un bostezo- Hoy no me encuentro muy bien, pero mejor que ayer. Ya se me pasará… Esto- dije entonces cambiando de tema. ¿Eres nueva en el pueblo? Nunca te he visto.
-Antes veraneaba aquí, pero ahora sólo vengo a veces- dijo sonriendo y con dulzura.
-Sí, -dije yo- cómo los Harris- Hacía tiempo que veraneaban y de repente ya no vinieron más.
-Qué curioso, cómo nosotros.
-¿Y dónde vivías?
-Aquí, en esta casa que ahora es museo.
-Debe hacer mucho tiempo de eso.
-Sí- hace muchísimos años. Y has visto que gran jardín. Mis hermanos Alice, Peter y yo jugábamos mucho en él. Sobre todo Alice, pobrecita. Y también otros veraneantes y niños del pueblo. Yo formaba parte de un grupo de dos niñas y dos niños. La niña se llamaba Cristina y era mi mejor amiga en el pueblo.
-Sí, como yo con Jonathan, que es mi mejor amigo que tengo aquí. Seguro que lo debes conocer: Jonathan Cooper.
-Pues no lo conozco. Pero sí que me suena el apellido Cooper.
-Eres muy simpática. ¿Has venido sola?
-Sí. Ahora siempre vengo sola al pueblo, en verano. San Martin está precioso pero ha crecido mucho, no lo hubiera reconocido en muchos aspectos. Hay muchas más calles y casas nuevas.
-Yo vivo cerca de la playa, al lado de la ferretería del Sr Davis, que pronto cumplirá noventa años.
     La niña no me contestó pero me sonrió. Sus últimas palabras fueron las siguientes:
-Lo que has visto es verdad - dijo sonriéndome- hasta siempre, Thomas.
     Entonces la niña señaló con el dedo el ala este del museo y en aquel momento apareció mi familia. Pero cuando volví a girarme la niña ya no estaba, hecho que me sobresaltó pues no podía haber marchado por ningún otro sitio.
     Mis padres y hermana se acercaron con lentitud. Fue mi madre la que me habló cuando llegó a mi lado, tocándome cariñosamente mi cabeza.
-¿Te encuentras mejor, Thomas?
-Sí, mamá- mentí muy impresionado por todo lo sucedido.
-¿Te encuentras bien, Thomas?- dijo ahora mi padre al ver la cara de extrañeza que hacía.
-¿No habéis visto a una niña por aquí?- pregunté yo entonces.
-No- negaron a la vez mis padres.
-¿De qué niña hablas, Thomas? –preguntó ahora mi curiosa  hermana Geraldine.
-De una niña muy guapa que se encontraba aquí, a mi lado. Estábamos hablando y de repente desapareció. Era delgada, rubia y muy simpática. Se me presentó diciendo que se llamaba Amanda Wilkinson.
     Mi madre dio un pequeño grito y se tapó la boca con su mano derecha de forma instantánea.
-¿Has dicho…Wilkinson? –me dijo asustada.
-Sí. Y tiene dos hermanos: Alice y Peter, lo recuerdo perfectamente. Y veraneó aquí  hace ya muchos años.
-No puede ser, no puede ser- repitió mi madre muy nerviosa.
-¿Qué sucede, Gwenda? -dijo entonces mi padre.
-En casa te lo recordaré. Y también a mi madre que ya sabe la historia. Pero vosotros dos, niños, no digáis nada a nadie ¿de acuerdo? Prometédmelo.
     Así lo hicimos pues éramos dos niños muy obedientes, no como ahora. Aquello me extrañó y me asustó un poco. No entendía nada de lo que pasaba.
     Pero muy pronto, para gran sorpresa mía, lo entendí todo.

     Al cabo de tres días, miércoles 3 de agosto, nos dirigimos al domicilio de dos hermanas amigas de mi abuela desde hacía muchos años, las gemelas McDermott, famosas en el pueblo y en Inglaterra porque eran como dos gotas de agua y se parecían en todo. Se parecían tanto que casi nadie las distinguía; pero sí mi abuela quién después me dijo la sutil diferencia. Las gemelas Mc Dermott  tenían el mismo rostro, el mismo peinado y cabello rubio plateado, los mismos ojos de color gris, la misma baja estatura, el mismo estilo en su sobrio vestir, los mismos gestos con las manos, las mismas aficiones y la misma voz, grave y pausada. Hasta tenían el mismo tic nervioso que hacían con la boca de vez en cuando. Como se diría ahora, parecían dos clones. No eran bellas aunque tampoco fueran feas. Las dos eran ya viudas y las dos tenían una hija. Para mí las hermanas McDermott también eran un misterio por resolver. Contaban setenta y pocos años.

     Cuando llegué con mi madre y mi abuela, las gemelas McDermott (Julie y Celia) que ya las había visto con anterioridad y nunca supe quién era la una y la otra, se presentaron con educación y amables palabras. Nos hicieron pasar al confortable salón de paredes amarillas y muebles negros y nos sentamos alrededor de una mesa redonda. Todavía me acuerdo del orden: mi abuela, la Srta Julie, la Stra Celia, mi madre y yo.
     Las gemelas Mc Dermott me estaban observando disimuladamente (mi abuela les había contado lo sucedido el lunes) y estaban todas viendo unos álbumes antiguos, pues en ellos habían viejas fotografías de cuando eran jóvenes y también de niñas.
-Y esta es Jane- continuó hablando la Sra Julie con cierta nostalgia- Todavía no usaba gafas. Pues debo decir que está mejor con ellas que sin ellas. El otro día me la encontré en la pastelería Hollander.
-Mirad estas fotografías –dijo entonces la Sra Celia- todavía éramos más niñas. Qué tiempos aquellos. Y qué vestidos y sombreros. Cómo ha cambiado todo, madre mía.
-¿Te gustaría mirarlas también, Thomas?- preguntó la Sra Julie con amabilidad.
-Sí, señora, gracias. Me gusta mirar fotos.  A mi padre le gusta mucho la fotografía y nos hace fotos bastante a menudo.
     Las hermanas McDermott me habían dejado expresamente el álbum de fotos de cuando eran niñas y allí, en una de ellas, sola, vi lo que me pareció imposible. Reconocí perfectamente a Amanda y me asusté. Y dije con una voz entrecortada:
-Qué raro...A esta niña la conocí el pasado domingo… en el museo. Se llama Amanda Wilkinson… y era muy guapa y simpática. Pero no puede ser. Es imposible… pero tiene que ser ella... son iguales.
     Todas se sobresaltaron mucho, como era de suponer. Nadie dijo nada durante unos tensos segundos. Fue la abuela quién cortó aquel silencio tan extraño.
-¿Veis como mi nieto tenía razón?–dijo con seriedad y determinación- El nunca miente, ¿verdad Thomas?
-Sí, abuela. ¿Por qué tenía que mentir? Era muy guapa esta niña. Me dijo que tenía dos hermanos, Alice y Peter y que veraneaban aquí hace muchos años, pero que ya no. Y que formaba una pandilla con otros tres niños, creo recordar. Me habló de su mejor amiga, vecina del  pueblo.
-¡No puede ser! –exclamó la Sra Julie.
-¡No puede ser!- repitió también su hermana.
-Tendremos que hablar con ella –dijo la Sra Julie.
-¿Con ella?-pregunté yo.
-Sí, Thomas- dijo la Sra Celia - tendremos que hablar con la amiga de Amanda. ¿Te acuerdas de su nombre, querido?
-Sí- dije con cierto temor- se llama… Cristina.
     Al oír aquellas palabras, como una sentencia, las hermanas se sorprendieron aún más. Entonces, maquinalmente, se miraron, levantaron, disculparon  y se dirigieron con celeridad al despacho para telefonear. Aquello se estaba complicando por momentos.
-Si te encuentras mal, dímelo, Thomas- dijo con voz tenue mi preocupada madre que ya se veía envuelta en una historia sobrenatural.
-No tengas miedo, Thomas - dijo entonces mi abuela- Haremos lo que dice mamá. Si no quieres continuar nos vamos de aquí y nos olvidamos del asunto.
-No, ahora no –negué con ingenuidad - Quizá quiera decirme alguna cosa aquella niña, ¿o era un fantasma? Qué raro y misterioso es todo esto.
     Más tarde oímos voces y vimos como entraba una mujer mayor y un hombre que acompañaba a un niño. Aquello no podía ser. Iba de sorpresa en sorpresa. Aquel niño era nada más y nada menos que Jonathan y entonces ya me calmé por completo. Pero, ¿qué tenía que ver Jonathan con todo aquello?
     Fue curioso cuando hicieron aparición los tres en el salón pues éste oscureció debido a la presencia de una gran nube tormentosa. El encuentro parecía aun más misterioso. Una vez se hicieron las presentaciones conocí a la Sra Cristina Archer, al Sr David Hall, tío de Jonathan, que era un leñador muy simpático, alto, fuerte y con barba y bigotes castaños, y de ver también a mi amigo Jonathan, que en seguida mi dio un abrazo fuerte. Era un chico alto y moreno, bien parecido, simpático y a veces bastante irónico.
     Nos sentamos en la mesa por este orden: mi abuela, la Sra Julia, la Sra Celia, la Sra Cristina Archer, el Sr Hall, Jonathan, mi madre y yo. En total ocho personas.
     Pude ver bien a la Sra Archer. Era quizá un poco más joven que las hermanas Mc Dermott, rondaría los setenta, y era mucho más guapa y elegante, con su gran moño plateado, sus ademanes distinguidos y su bonito vestido estampado de color rojo. Tenía la boca grande y el mentón un poco pronunciado. Y los labios muy pintados de un rojo fuerte.
-Así que tu eres el pequeño Thomas Mildford, el de la aparición- dijo con seriedad una vez nos sentamos todos.
      Yo afirmé con la cabeza sin decir nada.
-Cuenta lo que te pasó, Thomas –dijo la Sra Celia, quizá la más parlanchina de las dos hermanas.
     Lo conté otra vez, todavía muy impresionado por todo.
-Quizá si ahora explicaras tu historia, Cristina- dijo Celia  esperanzada- se entendería todo mejor.
-Es verdad- dijo la mujer que finalmente me sonrió y que daba un poco de respeto.
     Y en medio del silencio, de la parcial oscuridad del salón, que hacía más mágico y misterioso el momento, la Sra Archer empezó a explicar los hechos acaecidos hacía más de cincuenta años.
-Como ya sabéis, San Martin Desvalles es un pueblo precioso y cada vez más grande. Pero cuando yo era pequeña, cuando sucedió todo, sólo existía la mitad del pueblo: La zona costera, la principal avenida, de las tres que hay ahora, y finalmente la zona norte, llena de bellas torres y mansiones, en una de las cuales vivía yo y en otra muy cerca de la mía vivía la familia Wilkinson con su inmensísimo jardín.
-¿Cómo os conocisteis?- preguntó la Sra Celia.
-Fue toda una casualidad como suele pasar en muchas ocasiones. Los conocí una tarde que iba en bicicleta con mis padres. Yo era hija única y más bien tímida. Se me cayó el sombrero cuando pedaleaba -y mirándonos a Jonathan y a mi nos dijo- Sí, en aquellos tiempos las niñas los usábamos, aunque parezca mentira- Para luego continuar- Y Amanda me avisó y lo cogí. Así de sencillo. Y luego hablamos un poco en la verja para acabar invitándome a que fuera a la mañana siguiente.
-Decían que el bello jardín, que parecía un bosque en la parte norte, también tenía un pequeño estante y también un bonito surtidor, dentro del cual habían peces de colores- dijo ahora la Sra Julie.
-Sí, es cierto. La verdad es que todo era muy bonito, de ensueño, pero en el fondo también tenía su explicación y utilidad.
-¿Ah, sí?- exclamó entonces la abuela.
     La Sra Archer la miró pensativa para luego proseguir con su relato, esta vez más lentamente y un poco más flojo.
-El matrimonio Wilkinson tenía tres hijos: la mayor, Amanda, era muy guapa y simpática. Tenía el cabello largo, de color rubio ceniza, era más bien alta para su edad y delgada, un bonito tipo que realzaba todos los vestidos que se ponía. Pero lo que le caracterizaba era una bondad extrema y un gran encanto personal que no he encontrado en nadie nunca más. Se convirtió de repente en mi mejor amiga, contando las dos siete años.
-¿Y la otra hermana?- pregunto el Sr Hall que no conocía mucho el pueblo y que resultó ser el ahijado de la Sra Archer, motivo por el cual también había venido.
     Ahí es donde calló otra vez la anciana mujer que miraba apurada a las dos hermanas Mc Dermott.
-La otra hermana se llamaba Alice- empezó a explicar- y se parecía físicamente mucho a su hermana, pero a diferencia de ella era más bien callada e introvertida. Pero estaba enferma, la pobre…
-Cuéntalo querida, todo aquello ya pasó- dijo como si la ayudara la Sra Celia.
     La Sra Archer dijo aquellas palabras que me asustaron muchísimo. Al igual que a Jonathan. Lo dijo lentamente y con cierta solemnidad, como si se tratara de una sentencia.
-Alice estaba loca.
     Se hizo un silencio que duró varios segundos. Mi corazón palpitaba muy deprisa. Sin lugar a dudas la historia parecía muy dura. Pero todavía continuaba.
-¿Loca?- exclamé tragando saliva.
-Sí- afirmó con pesar- La pobre niña ya nació así. Qué gran disgusto se llevaron todos. Debéis saber que el gran jardín era como una confortable prisión para la niña que siempre jugaba sola en la parte norte, la más bonita, y con sus hermanos en la parte anterior. Dicen que jugaba con las estatuas de piedra, de motivos mitológicos, que habían alrededor del gran surtidor. Que reía con ellas jugando al escondite. Sus padres no quisieron ingresarla en ningún manicomio, al menos por el momento. Para sus padres, Alice, en su tormento interior si es que se daba cuenta de lo que le ocurría, debía ser lo más feliz posible. No era violenta, sin embargo daba miedo cuando su locura hacía aparición cuando menos te lo esperabas.
-¿Y el pequeño Peter, querida, qué se hizo de él? -dijo entonces la Sra Julie.
-Qué niño tan gracioso. Sí, el pequeño Peter se parecía a su padre físicamente, nada a sus hermanas que eran muy parecidas a su madre, fue la salvación del matrimonio. El niño tenía dos años cuando los conocí y todavía vive en la actualidad. Alguna vez viene a San Martin, aunque nunca en verano, y hablamos de los viejos tiempos. El pequeño Peter ya es abuelo- dijo para finalizar con un suspiro.
-Así que cuando los conocisteis tenían siete, seis y dos años, respectivamente- dijo la abuela con seriedad y pena.
-Sí- afirmó la Sra Archer.
     Otro silencio para recordar y coger fuerzas. La Sra Archer continuó.
-Todos los veranos nos veíamos, durante el mes de  agosto, y estuvimos así siete años seguidos, hasta 1919. Aquel verano Amanda, que gozaba de una salud de hierro, enfermó de un resfriado que se complicó al mes siguiente, falleciendo dos meses después de una neumonía. Aquello fue una tragedia enorme para los padres, que creo que nunca lo superaron, la familia, amistades y para nosotros, los más pequeños del grupo: yo y los hermanos Carter: Bryan y Gerald que éramos inseparables. Luego perdí el contacto con ellos, hasta hace muy poco.
-Qué gran tragedia- dijo la Sra Celia que ya sabía la historia y la había vivido indirectamente pues ella también fue al funeral de Amanda con sus padres y hermana.
-Todo aquello fue tan rápido y doloroso… Son hechos que nunca los asimilas...debes convivir con ellos, si es que puedes. El matrimonio –continuó entonces con más determinación- dejó la mansión al año siguiente. Aquella desgracia los unió más en lugar de separarlos. Luego, como ya sabéis, la ocupó la familia Stevenson con sus siete hijos hasta hace cinco años en que también se marcharon. El ayuntamiento lo compró y lo convirtió en museo. El pueblo había crecido enormemente y se necesitaba uno. Aunque la mansión se llamó “Los cipreses”, después de la tragedia, todo el mundo la conocía como “Villa Wilkinson”. Es ahora que solo lo llaman museo. El tiempo pasa para todo el mundo, afortunadamente, y las nuevas generaciones ayudan en ello.
-Sí- dijo entonces mi madre- yo nunca la había conocido con otro nombre. Que casa tan bonita. Era de estilo victoriana y todas las habitaciones tenían chimenea y un bonito suelo que parecía un mosaico.
-Amanda fue muy feliz en esa casa- continuó la Sra Archer con tristeza- Cuánto la echo de menos…Aquello fue una tragedia... Pero no terminan aquí los hechos.
-¿Ah, no?- exclamó Jonathan.
-No. A finales de noviembre se hizo un funeral por Amanda en la que asistió toda la familia y mucha gente del pueblo. Yo misma fui. La gran iglesia estaba abarrotada. Aunque parezca mentira cuando la gente veía a Alice, debido a su gran parecido, mucha gente daba un suspiro de alivio, pues aunque no eran mellizas, como vosotras –dijo mirando a las hermanas Mc Dermott- se parecían mucho. Pero Alice estaba más loca de lo que la gente creía. Para la familia Wilkinson, el enorme jardín de su mansión era como una confortable cárcel para su hija, ya que nunca salía de ella y allí podía divertirse sin causar daño a nadie. Todavía recuerdo lo que pasó durante la ceremonia. En un momento dado,  Alice se levanto de su asiento…se dirigió al altar, se puso delante de todos…y de pronto empezó a reír fuertemente y luego a blasfemar delante de todo el mundo. Aquello fue también otra tragedia. Todos supieron entonces y con certeza que estaba loca, que por eso no salía de la Villa Wilkinson. Incluso la gente murmuraba que era una pena que la hermana mayor hubiera muerto y no la otra. Yo misma lo pensé algunas veces, lo encontraba tan injusto y triste. Y parecía una contradicción. Entonces empezó a hablarse de la maldición de los Wilkinson durante muchísimos años. Alice vivió finalmente en una institución mental creada por los Wilkinson y éstos decidieron cambiar de domicilio para empezar una nueva vida. Y aunque parezca mentira pudieron rehacerla poco a poco. Suerte tuvieron de ver crecer al pequeño Peter. Y cuando se hizo mayor estudió derecho y se casó, tuvo hijos y ahora ya es abuelo de diez nietos. Sí, suerte tuvieron de Peter.
-¿Y Alice, qué se ha hecho de ella?- preguntó el tío de Jonathan.
-La  pobre falleció hace seis años sin recobrar la cordura. En sus últimos años decía que en realidad no era Alice, sino Amanda. Peter se hizo responsable de todo. Ha sido un buen hijo, un buen hermano, un gran marido y un buen padre. Un buen hombre, en resumidas cuentas. Me recuerda un poco a Amanda en algunos aspectos.
-Pero, todavía hay más ¿verdad? Falta lo de la aparición de Amanda, motivo de tu visita, si es que se apareció- dijo dubitativa la abuela.
-El misterio- empezó a decir la Sra Archer ahora muy lentamente- radica en que se dice…se rumorea, que Amanda se ha aparecido en el museo durante años, pero solamente a niños; niños de su edad que se encontraban en aquel momento solos y en el jardín.
-Quizá tenga nostalgia de su casa- dijo la Sra Julie- Muchas apariciones tienen lugar en las casas, como si los espíritus no quisieran abandonarlas. Cómo si no quisieran partir al más allá.
-Y la niña que vi, ¿era realmente Amanda? – dije yo un poco dudoso- A veces pienso que lo soñé. No me encontraba muy bien aquel día y quizá me dormí.
-Quizá sí… quizá no. No eres el único que afirma haberla visto, Thomas ¡Ojalá hubiera sido yo! Debéis saber que ha habido otros niños desde 1919, uno por década, que dicen haberla visto en el jardín. Yo creo que era ella, aunque mucha gente no cree nada de esto, diciendo que sólo son imaginaciones de mal gusto, mentidas y otras cosas peores. Todo esto está muy mal visto por la gente. Pero ha habido niños que afirman haberla visto en 1920, en 1927, en 1935 creo recordar, luego en 1944, en 1952, en 1965 y ahora en 1973. Yo hablé con cuatro de ellos. Me obsesioné del tema como os podéis imaginar. Y hablaban de la aparición de una niña con las mismas características que ha dicho Thomas.
-Para mí, es muy difícil creer en todo esto- dijo mi madre- yo no creo en este tipo de apariciones, pero mi hijo ha hablado de forma muy segura y nunca ha mentido.
-Yo creo que sí la ha visto, Gwenda. Pero mejor no hablar de esto con nadie. Todo queda aquí, entre nosotros. Debemos prometerlo.
     Y así lo hicimos.
-El misterio de la mansión Wilkinson- pensé en silencio- Pero ahora que la Sra Archer había explicado esta historia no tuve tanto miedo de lo sucedido. No hablé de esto nunca más con mi abuela (pero sí alguna vez con mi madre y Jonathan). La verdad es que me siento privilegiado por haberlo vivido aunque fuera muy extraño todo lo que pasó. Pobre Amanda. Más tarde me enteré que en el cementerio donde la enterraron, en su tumba, en una esquina de la gran lápida con un bello epitafio, había una bella escultura de un ángel con una niña, una réplica que estuvo expuesta en el museo cuando sucedió todo. ¿Había sido una casualidad? ¿Lo soñé realmente? Juzguen ustedes mismos.

                                   FIN
   

 EL MISTERIO DEL TESORO DE VILLA AZUL   (VI)

     Quizá os sorprenda, pero ahora me toca a mí.¿Qué quien soy? Soy Jonathan, el amigo de Thomas de San Martin Desvalles, el que está escribiendo una serie de recuerdos del bonito pueblo costero donde veraneábamos. La verdad es que me gustó mucho su idea y le dije muy contento que yo también quería participar en ello contando una historia que sucedió en el  pueblo, durante los meses de septiembre y octubre de 1979.
     Es verdad que en San Martin Desvalles han ocurrido sucesos extraordinarios y muy intensos (recordad la historia de “Mi primer disgusto y una historia extraordinaria” y “La maldición de los Wilkinson”, de la que os hablaré brevemente al final de todo). Mi relato sería el tercero: una historia sobre un posible tesoro que podía encontrarse a las afueras de San Martin, en la costa oeste, donde ya empezaban a divisarse los acantilados. De hecho la historia que os voy a narrar (gracias a la colaboración de mi mujer y de mi hermana) le sucedió precisamente a ésta, cuando ya estábamos todos estudiando en la Universidad y la vida del veraneante había acabado pues empezaba el otoño y todo volvía a la normalidad.
     Como ya os he dicho, esta historia gira alrededor de mi bella hermana mayor Marian que me llevaba cinco años. También tengo otro hermano, Víctor, seis años menor que yo, motivo por el cual en alguna ocasión y sobre todo durante las vacaciones, me sentía bastante solo por no jugar con ellos debido a la diferencia de edad. Tuve suerte de encontrar a mi fiel amigo Thomas, que era veraneante y vivía en Londres, cuando los dos contábamos siete años y también de encontrar un poco antes a Joanna que era una vecina del pueblo y cuya hermana era amiga de la mía.
      A modo de breve presentación os debo informar que físicamente soy alto, delgado, moreno y bien parecido, (es la verdad aunque resulte un poco presuntuoso decirlo)  y un poco echado para adelante, pues no me asusta casi nada. Curiosamente no me gustaban mucho los deportes, a excepción del tenis y del remo.  Pero lo que más me complacía era observar: a la gente, a los animales, a las cosas en general. Quizá por eso estudié astronomía muchos años después y también por una experiencia única que tuve en San Martin, con Thomas y Joanna. Todavía tengo la fascinación de mirar la bóveda celeste durante la noche y descubrir sus misterios.
     Mi hermana Marian que es la protagonista de nuestra historia (en realidad se llama Mary Ann pero siempre la llamamos Marian, como ella quiere) es de mediana estatura, muy atractiva, con su cabello largo rizado de color rubio rojizo y tez blanca. Pero lo más destacable de ella es su carácter inconformista, directo, natural y sincero. A mí me encantaba y la admiraba desde que era niño cuando me contaba historias de piratas (la verdad es que yo me la imaginaba como una auténtica pirata). Marian era un poco mi ídolo sin que se diera cuenta; explicando cuentos e historias, ayudando a la gente de forma altruista, formando parte de asociaciones, una mujer muy activa que no se callaba cuando veía una injusticia. Yo la definiría como un poco salvaje y aventurera. Por eso nos extrañó mucho que quisiera estudiar enfermería aunque estaba muy convencida de ello, ya desde pequeñita. Quizá influyó que mi abuela estuviera tantos años enferma viviendo con nosotros, con mis padres y hermanos. Acabó la carrera con notas brillantes y estaba a punto de entrar en un hospital a finales de octubre de aquel mismo año.
     Nuestra historia empezó una mañana soleada de finales de septiembre. Los veraneantes del pueblo ya se habían marchado a sus principales domicilios. A Villa Azul le sucedió lo mismo, pues sus inquilinos habituales de los meses de julio y agosto habían marchado hacía dos días, llegando por primera vez otros muy distintos, amigos de uno de los médicos del pueblo, el Sr Douglas.  A continuación os los presentaré.
1.-El matrimonio Norton, formado por Kenneth y Fay y que rondarían los setenta años, eran altos, un poco gruesos, con el cabello ya muy blanco al igual que su piel. La distracción principal de los Sres Norton era la lectura y hacer punto, respectivamente. Los dos eran muy agraciados físicamente y simpáticos y casi siempre estaban sentados en la terraza o en el salón, en unos sillones casi dispuestos de forma paralela en medio de los cuales había una antigua y bonita lámpara de pie.
2.-La Sra Estelle Jacobs, que vivía con ellos, era una mujer de mediana estatura, delgada y muy morena, con su  largo cabello blanco ceniza recogido en forma de moño que parecía como improvisado. Siempre iba vestida de blanco. Le encantaba pasear por la playa, especialmente por la mañana y por la tarde navegar con un robusto y alto hombre llamado Cristopher que era el hermano de la mujer que cuidaba de la casa llamada:
3.-Eillen Peters, mujer de unos cincuenta años y vecina del pueblo, regentaba la casa para que todo funcionara bien, a la perfección. Alta y delgada, enérgica y decidida, muy seria con sus gafas de montura doradas, pero amable y servicial. La ayudaba una joven y eficaz cocinera llamada Fanny y una empleada del hogar que venía cada día. Por la tarde, cuando hacía buen tiempo y podía, casi siempre venía su hermano, el ya citado Christopher que se hizo muy amigo de:
4.-El Sr Steven Norton, de casi cuarenta años, y que era abogado, es el segundo protagonista de esta historia. Qué curiosa es la vida y el destino, luego os lo explicaré. Cambiando completamente de tema debo deciros que aunque no me gustan los hombres (sí, habéis leído bien), sé apreciar la belleza física y puedo afirmar que el Sr Steven Norton era el hombre más guapo que había visto. Su rostro era digno de atención pues su cara era alargada y delgada y parecía tener menos años de los que aparentaba. Sus ojos eran de color azul cielo fuerte y su mirada muy penetrante y magnética. Su nariz era recta y bella teniendo un perfil clásico, y su boca era grande, de labios finos, con unos dientes blancos y perfectos. Sus cabellos eran de color rubio- castaño, lisos y bastante largos, a veces recogidos en una cola o suelto, un poco atrevido para su edad. Su barba y bigote eran del mismo color y un poco espesas; la verdad es que parecía un poco hippie (de hecho lo fue en su juventud).
El Sr Norton hijo, que a partir de ahora lo llamaremos Steven para diferenciarlo de su padre, era alto, delgado pero fuerte y psicológicamente un hombre de pocas palabras, más bien introvertido aunque decidido y serio. Qué feliz sería, pensaba ingenuamente yo. Seguro que estaría felizmente casado y con hijos, que la vida le sonreía. Pero me equivocaba.


     Villa Azul, llamada así por tener originalmente las paredes exteriores e interiores de este color (luego las paredes interiores fueron pintadas felizmente de blanco) era realmente en aquellos momentos nada más y nada menos que una casa de reposo pues casi todos sus inquilinos estaban enfermos: el Sr Kenneth Norton había sufrido un infarto, la Sra Jacobs estaba perdiendo la razón y Steven Norton tenía una profunda depresión por la muerte de su novia hacía poco tiempo.
     Y en aquellos momentos tan duros y tristes apareció mi hermana, como un soplo de aire fresco, y todo cambió.

*              *            *

     Como ya he dicho al principio, Marian se dirigió a Villa Azul por un camino ascendente rodeado de pinos y arbustos variados y al final del camino, a la izquierda, pudo divisar esta bonita torre de dos pisos construida a principios del siglo pasado. Tenía un bonito jardín con muchas flores que rodeaba la casa y un acceso a una pequeña playa, una cala, donde siempre había poca gente.
     Cuando llegó a la puerta principal vestida con unos vaqueros azules y una camisa blanca sabía que estaba preparada para un trabajo bastante duro pues a las diez de la mañana, todos los días, el médico, el Sr Douglas, ya se encontraba allí y debía hablarle del parte médico y de lo que debería hacer durante todo el día (menos los domingos en que iba otra enfermera) y ella tenía que estar allí puntualmente y preparada para todo.
     Apretó el timbre dos veces y esperó. Para ella empezaba un nuevo día pero también sin saberlo, comenzaba una nueva vida. La puerta se abrió al cabo de unos momentos.
-Buenos días- dijo una mujer que resultó ser la Sra Eillen Peters-pase, por favor, la estamos esperando todos en la terraza.
-Muchas gracias. Oh –exclamó de pronto- qué casa tan bonita y alegre- dijo al ver el mobiliario de madera clara y la luminosidad que había dentro de la casa.
-Sí- le contestó mientras se dirigían a la terraza- Villa Azul se construyó en 1902, al igual que las otras dos torres que están cerca de aquí. Se llama así porque se edificó en la parte más alta de la costa y muy cerca de la playa. Podía y puede verse el mar y el cielo casi formando un todo, un bonito espectáculo, de ahí su nombre… Ya hemos llegado –dijo con cierta solemnidad.
     Y fue entonces cuando  pudo ver a todos los presentes que estaban sentados tomando un aperitivo. La terraza era grande y tenía forma rectangular. El suelo parecía un mosaico de piezas blancas y azules.
-Buenos días- dijo segura y con una sonrisa en su bello rostro.
-Buenos días, Marian- dijo el anciano y delgado doctor Douglas- Espero que estés preparada para tu nuevo trabajo. Habrá mucha faena.
-No asustes a la chica, Allan- dijo entonces el Sr Norton con una voz grave- es cierto que no estoy muy bien- pero con el descanso, medicación, los paseos por la playa y la buena compañía me pondré como un roble, como antes. Mucho gusto señorita, es usted muy guapa y muy joven. ¿Cuántos años tiene?
-¡Kenneth!- exclamó su mujer un poco sorprendida con una voz bastante atiplada - no hables así a la chica, a la enfermera. Que nombre más bonito que tienes, Marian. Me gusta mucho.
-Gracias, Sra Norton.
-Mucho gusto en conocerla- continuó la Sra Norton estrechando la mano a la joven- A partir de ahora formaremos una gran familia pues nos veremos cada día, hasta principios de noviembre, que es cuando nos iremos. La verdad es que Kenneth se encuentra bastante recuperado de su infarto que fue bastante grave.
-No me gusta hablar de enfermedades, Fay, ya lo sabes- dijo un poco resignado- Sin embargo la que empieza a preocuparme más es Stelle. En cosa de dos semanas ha hecho un bajón. Espero que la playa la reanime pues siempre le ha gustado mucho. Es curioso que a veces esté como ausente, aunque de forma inesperada hable con una claridad admirable.
-Es verdad- contestó su mujer -es realmente sorprendente.
-¿Vive alguien más aquí?- preguntó Marian un poco curiosa mientras se fijaba en todos los presentes.
-También está mi hijo Steven- dijo el Sr Norton- Ya sabe su tragedia. La verdad es que conocíamos poco a la chica ya que vivían en Glasgow. Qué triste e injusta es a veces la vida. El pobre no está nada bien. Es el que más me preocupa de todos.
-Le enseñaré la casa, querida- dijo entonces la Sra Peters como si quisiera cortar aquella triste conversación- Es una casa muy confortable aunque tenga algún secreto.
-¿Ah, sí?- respondió un poco sorprendida.
-Debe saber- dijo el Sr Norton para más sorpresas-que cuando me casé vine a vivir aquí, en Villa Azul, pero por poco tiempo. Cuando comenzó la 2ª Guerra Mundial nos fuimos de San Martin y cuando acabó volvimos, pero la casa ya estaba ocupada por los actuales inquilinos, los Sres Stevenson. Fue una pena que nunca compráramos esta casa.
-Y de octubre a junio. ¿No hay nadie?
-A veces venía el matrimonio con su hijo, pero ahora no –dijo ahora el doctor que los conocía bien- El matrimonio Stevenson casi es nonagenario. Creo que será el último verano que pasaran aquí, prefieren ir al hotel. Y su hijo y nietos, también.
-No lo sabía, Allan- dijo la Sra Norton.
-Sí, así es.
-¿Vamos a ver la casa?- volvió a decir la Sra Peters, que empezaba a mirar el reloj con cierta impaciencia.
-Como quiera. Ahora vuelvo doctor, solo será un momento – y dirigiéndose al matrimonio Norton añadió- Señores, ha sido un placer conocerles, vuelvo en seguida.
-Es una chica encantadora- dijo la Sra Norton cuando se alejaban.
-Sí .Y muy guapa, alegre y decidida. Creo que nos irá bien a todos- concluyó el Sr Norton.

     Mientras tanto las dos mujeres, con paso decidido, se dirigieron al primer piso de la torre. La Sra Peters parecía contenta.
-Esta es la habitación de la Sra Jacobs, la de la izquierda –dijo cuando subieron el último peldaño de la escalera-  y esta otra, la contigua, es la del Sr Norton hijo. Las dos son grandes y luminosas y con muy buenas vistas al mar. Mi habitación está al fondo del pasillo y es más pequeña. Todavía queda otra que es la que podrá utilizar usted cuando guste, aunque deberá compartirla con Fanny, nuestra cocinera. También es pequeña como la mía pero tiene bonitas vistas al jardín. También hay dos baños y el tercero al lado de la cocina, en la planta baja.
     Estuvieron un poco viendo las habitaciones. No había un segundo piso. Y entonces continuó a modo de recordatorio y hablando más flojito:
- Ya sé que vive en el pueblo, sin embargo en ciertos momentos quizá deberá quedarse, ya le informó el doctor, supongo. Por si tuvieran alguna crisis.
-Sí, lo sé. No me importará en absoluto y lo haré encantada.
-Bien, me alegro, me alegro –dijo ahora mientras descendían- Los Sres Norton viven en una habitación que anteriormente era un gran despacho, en la planta baja, la que tiene las vistas al mar más bonitas, al lado de la terraza.  Es grande y espaciosa.
-La verdad es que creo que me gustará mucho estar aquí, son todos muy agradables.
     A la Sra Peters le gustó aquella observación y le sonrió.
     Pero antes de que fueran otra vez a la terraza a reunirse con el doctor y el matrimonio Norton, llamaron al timbre con determinación.
-Tres timbres y el último un poco largo, seguro que debe ser Steven. Ven conmigo Marian, así lo conocerás. Luego te enseñaré el jardín y la pequeña cala que está debajo de Villa Azul.
-Por supuesto, claro- dijo con naturalidad.
    Entonces, cuando la Sra Peters abrió la puerta, pasó lo que pasó. Steven entró disculpándose de que se había dejado las llaves de casa. Había ido a comprar al pueblo ya que traía una bolsa llena de comestibles de un supermercado cercano.
     Y vio a Marian y Marian lo vio a él. Y se miraron unos segundos cara a cara sin que nadie dijera nada. Hubo una atracción al instante y por primera vez, en meses, Steven Norton sonrió.
     También, en aquel momento, apareció una anciana mujer en la puerta que los vio y también sonrió, exclamando con una voz débil, como si recitara, poniendo sus brazos extendidos como si diera gracias a Dios o implorase:
-El amor…el amor. No hay nada más maravilloso que el amor, el mejor bálsamo para la tristeza. Yo os bendigo a los dos.
     Y hubo otro extraño silencio que duró algunos segundos más.

*                  *                  *

     Después de pronunciar aquellas palabras, la mujer entró finalmente en el domicilio con paso bastante rápido y en silencio, dirigiéndose directamente a la terraza. No se presentó. Fue la Sra Peters quién lo hizo:
-Es la Sra Jacobs. Hace tres días que vino. Sabe muchas cosas de San Martin. Ella también estuvo de joven en el pueblo- afirmó complacida- y este joven es  … Steven Norton.
-Mucho gusto, señorita –dijo el joven con una voz grave pero triste- ¿Es usted la nueva enfermera? Me alegro mucho. Yo también viviré aquí unas semanas.
-El gusto es mío- dijo decidida aunque muy impresionada por su presencia- Me llamo Marian y espero que seamos muy amigos.
-Claro que lo seremos.
-El amor- dijo finalmente como punto final la Sra Jacobs que apareció otra vez mientras subía las escaleras y que se detuvo un momento para ver la bella imagen.

     Steven y Marian conectaron en seguida. El joven se alegró mucho de su presencia. Mi hermana se enamoró perdidamente de él al momento. Así me lo dijo meses después. Steven Norton también se sintió muy atraído por ella. La vida tiene sus misterios, sus momentos. Y aquel momento que ocurrió en Villa Azul los unió para siempre.
     Pero Marian,  poco a poco, también fue descubriendo algunos secretos impensables de la familia Norton.

   

  Los días iban pasando con normalidad y cada vez todos los miembros de la casa se conocieron mejor y estaban más unidos. Ya habían pasado dos semanas. El Sr Norton y su hijo mejoraron notablemente de su salud, no así la Sra Jacobs. Por ese motivo, una bella tarde en que mi hermana estaba muy cansada pues había dormido mal aquella noche, el doctor Douglas tuvo la gentileza, al final de la tarde, de proponer un paseo en barca por los alrededores. Creía que sería una buena idea que beneficiaría la salud de la Sra Jacobs y distraería un poco a mi hermana que aquel día la vio un poco agotada. La verdad es que hubo un pequeño complot a favor de Marian  pues todos estaban muy contentos con ella. El matrimonio Norton dio su aprobación. Y fue la Sra Norton quién informó a Steven de la idea y luego fue él quién informó a la Sra Jacobs y ésta a Christopher, el hermano de la Sra Peters que igualmente fue informado por su hermana. Aquel día traerían una barca mucho más grande. De hecho no era una barca, sino un pequeño barco pirata que Christopher tenía anclado en el puerto y que parecía una réplica de otro más grande del siglo XVII.

     Y llegó la hora. Hacia las siete de la tarde, los dos jóvenes se encontraron delante del domicilio y se saludaron cortésmente (todavía con la mano). Posteriormente se dirigieron hacia las escaleras que conducían a la pequeña cala. Los dos iban vestidos de blanco y llevaban el pelo suelto. La verdad es que Steven parecía un auténtico pirata por su aspecto y Marian también. Hacían muy buena pareja a pesar de que se llevasen casi quince años.
-Buenos días, Marian- ¿Cómo te encuentras esta mañana? La Sra Peters me dijo que no muy bien.
-Es verdad, hoy he dormido muy mal y me duele un poco la cabeza. El tiempo está empezando a cambiar y hace más viento. Se nota que ya estamos en otoño –dijo haciendo un suspiro para luego continuar como si fuera una severa maestra- También debo informarle, Sr Steven Norton, que aunque tengo una salud de hierro, mi punto débil son las jaquecas que aparecen muchas veces cuando hace frío. A veces creo que mi cabeza es como un gran termómetro redondo.
     Al oír aquellas palabras, Steven miró a la joven con simpatía y esta vez no sólo sonrió, sino que rió. Admiraba su sentido del humor del que él carecía.
-Me gusta que te hayas reído, Steven. ¿Sabes? Tienes una bella sonrisa. De hecho tú…todo tú…-dijo un poco nerviosa-tú… eres muy simpático y guapo, vaya- terminó por fin y como aliviada- Ya te lo he dicho de un tirón.
-Marian, me encuentro muy bien a tu lado –dijo mirándola con una mezcla de seriedad y ternura.
-Ah, ¿Y es malo eso?
     Steven volvió a sonreír. Y se pararon un momento.
-Claro que no- Y por primera vez le tocó suavemente la mejilla y ella cerró los ojos.

     Se encontraban ya al final de la escalera, en la cala, y se sentaron en un banco de madera que había allí mismo. Detrás del banco había unos árboles que parecían muy antiguos, la mayoría pinos y encinas y mucha vegetación.
-Me ha dicho tu padre que hoy haremos una pequeña excursión bordeando la costa nosotros dos, la Sra Jacobs y Christopher, el hermano de la Sra. Peters que le encanta navegar y que es el propietario del barco.
-Así es. Es una magnífica idea. A mí me encanta el mar, bañarme, broncearme, también hago submarinismo y …
     Y entonces se calló, pero en realidad quería hablarle de un tema más íntimo. Y no sabía cómo. Hizo un gran esfuerzo por conseguirlo, parecía que no le salían las palabras aunque quisiera decirlas: Marian…Marian…-empezó a decir con lentitud-  ¿no te enfadarás si te cuento una cosa muy personal? Me da la sensación de que nos conocemos desde siempre. Tengo confianza en ti y quisiera explicártelo.
-Como quieras, Steven, te escucho- le contestó poniendo un gesto serio.
-Verás, Marian –empezó a hablar lentamente y con cierta ansiedad- para empezar debo decirte… debo explicarte…que yo…yo…
     El pobre hombre parecía que no iba a acabar la frase y por un momento Marian pensó que se derrumbaría, pero la acabó.
-… estuve casado …y tengo un hijo ya adolescente.
     Marian queda paralizada de aquella confesión y sólo pudo exclamar con extrañeza:
-¿Qué?
-No te asustes, por favor –continuó el joven con lentitud- Me casé muy joven pero realmente no conocía lo suficiente a mi mujer. Poco después tuvimos a mi hijo Brian que vive con su madre y que ya tiene quince años. La relación es buena, afortunadamente. El matrimonio no funcionó aunque duró casi siete años. Luego nos divorciamos. Posteriormente conocí a Daphne y… ya sabes.
-Sí, lo sé. Lo siento mucho Steven, mucho- Y entones ella le cogió suavemente las manos, y el joven continuó su conversación.
-Salimos durante casi dos años y luego sucedió el accidente. Con ella me enamoré, los dos nos enamoramos. Ya no éramos tan jóvenes y sabíamos lo que queríamos. Después de su muerte fui a vivir a casa de mis padres y trabajé, trabajé mucho para olvidarla. Estuve así unos seis meses pero luego me vino la depresión que todavía padezco, pero estoy mejor. Es verdad que tengo a mis padres, a mi hijo. Mi ex mujer también ha sido muy amable conmigo y me ha ayudado en lo que ha podido. Sin embargo estoy como anclado, no logro salir adelante. No sé si podré superarlo. También sucede lo de mis padres.
-¿Les ocurre algo?- dijo toda  preocupada.
-Mi padre… es mi padre- dijo de forma extraña y como pensativo.
-Steven, esto ya lo sé–le sonrió mi hermana de forma cariñosa.
-No, Marian, es mucho más serio de lo que te piensas. El primer matrimonio de mi padre no fue con Fay … sino con Stelle Jacobs … mi madre.
     ¡Cuántos secretos guardados tenía la familia Norton. Qué misterioso parecía todo! -pensó la joven.
-¡¿Qué?!  Voy de sobresalto en sobresalto, Steven. No me lo puedo creer, no puede ser. Así que la Sra Jacobs… ¿es tu madre?
-Sí. Y está enferma, va perdiendo la razón. A veces pienso que quizá sea hereditario, que yo también la esté perdiendo.
     Y tras aquella confesión dijo una palabra que la emocionó:
-Ayúdame.
     A lo que la joven le contestó con serenidad cogiéndole otra vez las manos.
-Lo haré, te lo prometo.
-Gracias, Marian, por todo. La verdad es que mereces una explicación de mi vida y la de mis padres, de mi familia ¿Quieres que te hable de ella?
     Marian asintió con la cabeza. Sabía que Steven no hablaba mucho y por eso agradeció el esfuerzo que hacía, y que le hacía a ella.  El joven empezó su relato con su seriedad característica.
-Todo empezó hace muchos años- comenzó a narrar el hombre como si intentara recordar- Mis padres se casaron siendo muy jóvenes, como yo. Mi madre, que es un poco mayor que mi padre, tenía mucho carácter. Era rebelde, aventurera; indomable. Al principio mis abuelos, los padres de mi padre, se opusieron a la boda pues temían que su hijo no fuera feliz con ella, dado su carácter, pero el matrimonio funcionó bien durante dos años y luego hicieron un maravilloso viaje al Caribe donde mi madre se aficionó al submarinismo y a interesarse por los tesoros; tesoros encontrados y sobre todo tesoros perdidos, que llegó a ser su obsesión. Vivieron en Puerto Rico, en la capital, en una bella finca situada cerca del mar durante un año. El problema es que al finalizar el año, mi padre ya quiso volver a Londres ya que mi madre se encontraba embarazada de mí y quería otro estilo de vida. Mi madre accedió a ello por un tiempo y viajamos a Londres, donde nací. Pero su espíritu de aventura, su carácter indómito hacía que su vida en Londres le resultara insoportable. Aguantó tres años y medio y luego se fue. Nos abandonó a los dos, de repente. Y entonces fuimos a vivir con mis abuelos paternos. Mi madre no tenía familia y volvió a Puerto Rico, a la aventura, sin ningún céntimo. Su excentricidad nunca fue comprendida por nadie, salvo mi padre. Para él la separación y posterior divorcio no fue traumático, ni para mí porque apenas la recordaba. Pero para mis abuelos fue una tragedia. Poco después, en el trabajo, mi padre conoció a Fay y al cabo de un tiempo se casaron…y tuvieron dos hijos más.
-¿Tienes dos hermanos?-exclamó otra vez sobresaltada.
-Sí, Marian; mis hermanos pequeños Keith y Miranda. Los dos hace poco que se casaron. Keith vive en Irlanda y Miranda en Londres. Me llevo muy bien con ellos y me han ayudado también mucho. No puedo quejarme de mi familia.
     Pero al decir aquellas palabras inmediatamente recordó a su madre.
 -Pobre mamá –dijo emocionado - ¿Has visto como está? Parece una sombra de sí misma. Ahora está muy cariñosa conmigo. El día que nos presentaron fuimos los dos a comprar al pueblo ya que tenía un día bastante bueno.
     Entonces mi hermana se fijó en Steven con más atención. Sí, sus bonitos ojos azules eran iguales a los de su madre, al igual que el color moreno de su piel.
-Pero es que todavía hay más- dijo como cansado.
-¿Más? No puedo creérmelo. La verdad es que la biografía de tu familia es extraordinaria, fuera de lo común.
-Siempre se rumoreó que la  familia materna de mi madre era descendiente de una famosa pirata de Inglaterra.
-¿De una pirata?- preguntó atónita.
-Sí. Descubrimos unos papeles en unos archivos en casa de mi abuela paterna.
-Oh, Steven…qué interesante, ¡y qué emocionante! ¿Y de que pirata se trataba?
-Se dijo que de Anne Byron.
-¿De Anne Byron?- exclamó-¿La famosa pirata inglesa del siglo XVII?
-Sí.
-Así que puedes descender de una pirata. Que historia más fascinante, Steven, me gusta mucho que me la hayas contado. Y qué me lo hayas contado todo. Ha sido como una especie de catarsis, de liberación. Ya verás cómo mañana te encontrarás mucho mejor.
-Te he contado todo esto porque me inspiras confianza y por qué …  por qué…
     Mi hermana lo miró un poco picaronamente. Ella ya lo sabía; también la quería.
-¿Por qué, Steven?
     Pero Steven no se atrevió a decirlo por su timidez y prudencia, aunque sus miradas lo dijeran todo.

     Y fue en aquellos momentos cuando apareció en frente de los dos, a la izquierda, un precioso barco. En el estaban Christopher y la Sra Jacobs que les saludaron haciendo gestos con los brazos. Que emocionante, ¡Un barco! Y más concretamente un barco pirata. No podía ser, aquello no podía suceder, pero era cierto. Un paseo en barco rumbo a los acantilados, un poco a la aventura. ¡Fantástico! Y hacía una tarde perfecta ya que todavía lucía el sol, el cielo estaba despejado y hacía aquella brisa marina tan agradable que parecía que acariciara tu piel  Además, se oía el ruido del mar, tan relajante, tan misterioso…
     Los dos pudieron ver como un joven venía con una lancha motora para llevarlos al barco y fueron corriendo por la playa hacia él. En el último momento Marian y Steven se cogieron de la mano y se escucharon risas de complicidad.

                                                               *               *               *

      Hablemos un poco más de aquella excursión y de sus consecuencias. La Sra Jacobs habló por primera vez con mi hermana, de forma continua delante de Steven, de diferentes temas pero sobre todo de tesoros. Aquel día la Sra Jacobs se encontraba muy bien, nadie lo diría. El bueno de Christopher llevaba el timón de su barco que avanzaba majestuosamente por el mar.
-En la costa de Cornualles –empezó a decir la buena mujer con calma- los antiguos piratas escondían sus tesoros debido a que habían muchas cuevas laberínticas debajo de los acantilados. Y cuando subía la marea todavía era más difícil encontrarlos. Por eso nunca entenderé el que me dijeran cuando era joven, que aquí en San Martin había un tesoro y concretamente en la zona de Villa Azul, la zona más al oeste del pueblo y una de las más altas, pues no era un lugar ideal para enterrarlo. Sin embargo estoy completamente segura de que hay uno.
-¿Ah, sí, mamá?
-Sí, hijo -le respondió un poco preocupada- Lo que sucede es que no sabemos donde está enterrado. Nunca lo supimos y creo que nunca lo sabremos.
-¿Y si no estuviera enterrado en el jardín o alrededores? –preguntó entonces Marian- ¿Y si estuviera enterrado en la misma torre?
-Yo a veces he pensado lo mismo –dijo la Sra Jacobs- ¿pero dónde?
-¿Que había antes de que se construyera Villa Azul?–preguntó entonces Steven.
-Otra casa que se edificó en el siglo XVII, un poco más pequeña que Villa Azul.
-¡Ojalá tuviéramos los planos de aquella casa!- dijo Marian- quizás tendríamos más información.
-¿Y si preguntáramos en el ayuntamiento?- dijo Steven esperanzado- Podría ir mañana con papá.
-Hace tiempo que vi unos documentos -dijo ahora la Sra Jacobs- Recuerdo en especial una hoja llena de signos o números. Quizás eran las coordenadas para descubrirlo.
-Creo que si mañana vamos al Ayuntamiento encontraremos alguna solución, aunque la última vez que fuisteis…
-Fue poco después de nacer tú, Steven. La guerra había estallado. Pero lo de la hoja lo recuerdo bien.
-Steven, si encuentran el tesoro denme también una parte del botín- dijo de repente el alto y corpulento Christopher con su gorra azul característica -tanto hablar del botín y al final me lo voy a creer de verdad. Pero les recomendaría que no dijeran nada a nadie. Las noticias vuelan y no me gustaría que San Martin se llenara de curiosos. San Martin y desde luego Villa Azul. Sería perjudicial para todos nosotros.
-Descuida –le respondió Steven como zanjando el tema- Cuando lo encontremos nos lo repartiremos como buenos colegas.
-Te lo prometemos-añadió Marian para continuar exclamando: ¡Mirad!  Ya llegamos. La verdad es que sí que parecemos cuatro piratas en busca de un tesoro. Nunca mejor dicho.

     El día transcurrió felizmente y la pequeña excursión duró aproximadamente una hora. Supo también por Stelle que aquel tesoro provenía de Centro América, de una de las islas del Caribe. La Sra Jacobs investigó el tema durante muchos años en Puerto Rico, donde trabajó como guía turística. Pero no se encontró nada ni en Villa Azul y alrededores. Incluso cuando se casó, su marido, el padre de Steven, hizo algunas excavaciones, pero ni rastro. Sin embargo era emocionante saber que quizá allí había un tesoro escondido. Un tesoro que finalmente se encontró rápìdamente y de forma inesperada.

     Cuando el Sr Norton y su hijo llegaron al Ayuntamiento situado en la plaza principal del pueblo, casi al lado de la Iglesia más grande y bonita de San Martin, había poca gente en él. Un amable hombre ya entrado en años, llamado Adler, les atendió y posteriormente ayudó.  
     Después de cruzar un largo pasillo entraron en un despacho bastante pequeño y el Sr Adler buscó en un clasificador todo lo referente a Villa Azul. Para gran alegría de los dos, después de unos minutos de búsqueda encontraron toda la documentación sobre Villa Azul, en una carpeta de color negra. En ella había documentación reciente y también antigua. Revisaron las hojas con atención y pudieron ver planos, la historia de Villa Azul, de la anterior casa edificada y casi al final de todo, en una de las hojas que parecía más antigua que las demás y que estaba doblada, vieron un dibujo, en concreto un rectángulo en vertical y uno signos en forma de interrogación que salían de la base del rectángulo y que iban formando como un camino descendente.
-¿Qué querrá decir todo esto, papá?
-No tengo ni idea. Quizá sea una pista para encontrar el tesoro o qué sé yo. Es curioso lo de este rectángulo. Tendremos que investigar en casa con calma, Steven. Primero haremos fotocopias de esta hoja  para repartirlas y analizarlas. Y propongo tres grupos, si te parece bien: el primero, Fay y yo; el segundo Marian y tú, y el tercero Christopher y Eillen. Me gustaría que tu madre fuera contigo.
-Claro que sí, papá.
-Esta noche haremos una pequeña reunión, Steven, para hablar del tema. Y que mejor comienzo que una buena cena en la terraza.
-Perfecto, papá. Por cierto, ¿no fue Eillen que dijo que conocía algún secreto de Villa Azul? ¿A qué secreto se refería? Quizá nos los pueda explicar.
-Creo que sabe el que sé yo. No sé si alguna vez te lo dije y es que hay una conexión de una puerta falsa que hay en la cocina con un túnel que da a un pozo profundo que abastece de agua potable toda esta zona. En San Martin hay muchos pozos subterráneos.
-No recuerdo que me lo dijeras.
-Creo que te lo dije hace algún tiempo y sin darle importancia, como una nota curiosa de casa.
-Qué raro, ¿no?
-Sí un poco extraño y… a propósito –continuó de repente cambiando de tema de conversación mirándole a los ojos- ¿Te gusta la chica? (refiriéndose a Marian)- Va, no disimules conmigo.
-Sí, la chica me gusta, papá, pero no estoy enamorado de ella.
-¿Seguro?- yo creo que si lo estás, aunque sea un poquito. A Fay y a mí nos encanta. Ya no digo tu madre… En fin, son cosas tuyas. Sin embargo te veo más feliz.
-Sí. Y yo te veo mucho mejor, papá.
-Todos nos encontramos mucho mejor. Incluso tu madre. Creo que Villa Azul nos ha traído suerte. Siempre me gustó esta torre, por las vistas, por la paz que se respira, por el bonito paisaje marino, por la cala donde te bañabas de pequeño. ¡Cuántos recuerdos!
-Sí, muchos.
-Bueno, será mejor que ya nos marchemos a casa. Diremos al Sr Adler que nos haga fotocopias de esta hoja, la del dibujo.
-De acuerdo.
     Los dos se dirigieron hacia el anciano señor que estaba detrás del mostrador.
-Nos vamos a casa, Sr Adler, pero antes háganos cuatro fotocopias de esta hoja, por favor.
-Como gusten.
     El hombre hizo las fotocopias con rapidez y se las dio al Sr Norton.
-Tengan –les dijo con amabilidad.
-Gracias por su ayuda- dijo el Sr Norton –Ha sido usted muy amable.
-No hay de qué. Adiós, señores Norton- les respondió el anciano caballero- Y que tengan mucha suerte en lo que buscan.
-Gracias- respondieron sonriendo los dos a la vez pues era la primera vez que los llamaban así.
     Los dos hombres salieron del Ayuntamiento y se dirigieron a una de las calles principales que conducía a Villa Azul. Llegaron poco antes de comer.

     El día transcurrió con cierto nerviosismo por parte del matrimonio y de Steven y no había para menos. Para tranquilizarse un poco dieron un largo paseo por la tarde y fueron a casa de unos conocidos. Marian se encontraba en Villa Azul con la Sra Jacobs y la Sra Peters.
     Cuando llegó la noche, cenaron en la terraza como era costumbre en la familia, pues todavía hacía buen tiempo y no había necesidad de comer en el comedor interior aunque hacía un poco de fresco y el cielo estaba un poco cubierto de nubes.
     Antes de terminar la cena, Fanny, la joven y eficiente cocinera, sirvió unas copas de vino oporto a los presentes y un delicioso bizcocho de limón que había hecho ella misma, a la vez que el Sr Norton repartía las fotocopias de la hoja del Ayuntamiento que había hecho el Sr Adler.
      Y en un momento determinado, cuando Fanny iba a servir a la Sra Norton, la joven se fijó en la hoja, concretamente en el dibujo, y exclamó un poco sorprendida:
-¡Qué dibujo más curioso!- Este rectángulo se parece a un menhir que había en San Martin, muy cerca de aquí.
-¿Un menhir? –dijo Marian extrañada como todos los demás.
-¿En San Martin? –continuó Steven
-¿Estás segura, Fanny?- dijo ahora el Sr Norton.
-Completamente, ya que mis bisabuelos me lo dijeron cuando era muy pequeña. Tuve la suerte de conocerlos. Ellos sabían muchas cosas del San Martin antiguo. De hecho lo conoce toda mi familia aunque no sea un tema muy conocido en el pueblo.
-Estamos investigando esta hoja, Fanny- dijo entonces el Sr Norton.
-Qué hoja más extraña.
-Por favor, siéntate con nosotros –dijo la Sra Norton- y hablemos. Creo que el tema te gustará.
     La inteligente joven se sentó entre el matrimonio. Su cara todavía denotaba sorpresa por los signos de interrogación.
-¿Y estos  signos?- preguntó  Fanny-¿Qué deben ser?
-No lo sabemos- dijo la Sra Peters- Ojalá lo supiéramos, querida.
-Quizá sean como coordenadas para encontrar algo. Pero las coordenadas son números y esto no lo es. ¿Que deberá ser?- pensó la joven.
-¿Te gusta todo esto, Fanny?- dijo la Sra Norton.
-Ya lo creo que sí, señora. Me encantan los misterios por resolver.
-Pues aquí tenemos uno y muy grande. Un gran misterio- suspiró Steven con cierta resignación-Te contaré la historia muy brevemente para que te hagas una idea.
     La explicación duró unos minutos. La joven no salía de su asombro.
-No puedo creérmelo, ¿¡¡Un tesoro!!?
-Fanny, ¿sabes dónde se encontraba exactamente el menhir? –preguntó Marian.
-Claro que sí, en la fuente que hay muy cerca de Villa Azul. Es una fuente pequeña que actualmente no se utiliza y que está medio abandonada y muy escondida. De hecho ya no sale agua de ella, pero anteriormente era una de las fuentes principales. Así me lo dijo mi familia.
-¿Por qué no vamos a verla? –dijo Chistopher con mucha curiosidad.
-Es una excelente idea- respondió Steven- De hecho, creo que todos queremos ir, ¿no?
     Todos asintieron sobresaltados por la noticia. El Sr Norton añadió.
-Vayamos ahora antes de que oscurezca.
     
     Así que todos se levantaron y al cabo de unos minutos (Christopher fue un momento a la cocina)se dirigieron hacia la fuente en pequeños grupos:  Christopher y Fanny, Steven  y Marian, los Norton y la Sra Peters con la Sra Jacobs.
-El menhir debía estar aquí- dijo Fanny con seguridad una vez hubieron llegado- Detrás de la fuente, en estas altas piedras calizas cubiertas de vegetación.
     Debido a los nervios existentes todo eran preguntas y conjeturas.
-Casi hacen dos metros de altura, por lo menos –dijo la Sra Norton.
-Sí –afirmó Steven-son muy altas.
-¿Y si el rectángulo no fuera un menhir?- dijo entonces la Sra Peters.
-Ay, querida hermana. ¿Y si lo fuera?
-¿Y si quitáramos las piedras y la maleza? –dijo el Sr Norton esperanzado.
-¿Es correcto lo que hacemos, Kenneth?- preguntó su mujer un poco preocupada.
-Quizá no. Pero imagínate que hay un tesoro. Si hubiera problemas, que no los habrá, yo asumiré la responsabilidad.
-Será mejor que nos demos prisa- dijo entonces la Sra Peters- está empezando a refrescar y a oscurecer.
-No pasa nada, Eillen -dijo la Sra Jacobs con su característica lentitud- creo que estaría aquí incluso si nevara. Que emocionante, todo.
     Pero de repente fue Marian la que exclamó muy sobresaltada.
-¿Y estos signos?  ¡No puede ser, no puede ser! Si se fijan bien en el pequeño cauce de piedra de la antigua fuente hay unos pequeños y numerosos signos… ¡Cómo los de la hoja, en forma de interrogación y haciendo un camino!
     En efecto, Marian había encontrado la solución al enigma. El tesoro se encontraba muy cerca de ellos.
-Creo que el tesoro está aquí, debajo de estas piedras. Estoy segura-  dijo la Sra Jacobs de forma sosegada - Si descubrimos el tesoro me habré dado por satisfecha. Toda la vida buscándolo.Y ahora, a mi edad, encontrándolo. Sería mi último triunfo.
     Los hombres empezaron a sacar las piedras fragmentadas de detrás de la fuente. Tardaron casi una hora. Menos mal que habían traído utensilios y linternas. El bueno de Christopher estaba preparado para todo.
     Y cuando sacaron todas las piedras, iluminaron un gran hoyo que había allí, de unos seis metros, aproximadamente, y bastante ancho.
     Y pudieron ver al fondo de todo un cofre semienterrado. Y todos gritaron casi al unísono:
-¡¡El  tesoro, el tesoro!! ¡¡Lo encontramos!!
     Fanny que era muy delgada se ofreció para bajar al hoyo y sacar el tesoro. Christopher también había traído cuerdas y cogiendo una hicieron un nudo en la cintura de la chica que fue bajando con lentitud. La expectación era máxima. Finalmente la joven cogió el cofre y los hombres del grupo empezaron a tirar con fuerza para que ascendiera.
    Cuando Fanny lo dejó en el suelo, pudieron ver que se trataba de un cofre pequeño pero que pesaba mucho.
-Este es un momento histórico –dijo la Sra Jacobs emocionada- No sé lo que podrá haber, pero ha merecido la pena.
     Los demás asintieron y sonrieron con nerviosismo.
     Christopher y la Sra Jacobs fueron los encargados de abrir el cofre y… Sí, encontraron un gran tesoro de monedas de oro y que contenía también algunas piedras preciosas, rojas y verdes, que eran naturalmente rubíes y esmeraldas. Todos miraron las monedas y las tocaron. Hubo risas y gritos de alegría. Estaban eufóricos, contentísimos, no había palabras para describir aquello. Sencillamente era maravilloso. ¡Habían encontrado un tesoro, el tesoro de Villa Azul!
-Creo que deberíamos añadir a Fanny para el reparto del botín. ¿No les parece? –dijo el bueno de Christopher-Sin su ayuda creo que no lo hubiéramos encontrado nunca. Un hurra por Fanny.
    Todos lo hicieron y por primera vez Steven y Marian se abrazaron .Y finalmente se besaron. La Sra Jacobs se puso delante de ellos y les dijo en voz baja.
-Hacéis muy buena pareja. Ya lo sabía desde la primera vez que os vi. Os deseo lo mejor a los dos.

*              *             *
      
     El descubrimiento del tesoro tuvo mucha repercusión en San Martin, Inglaterra y en todo el mundo. Todos sus protagonistas se hicieron ricos y famosos. Para no molestar a los más mayores del grupo, Marian se encargó de hablar con los periodistas y los medios de comunicación y fue una gran ayuda para todos.
     De la historia del tesoro todavía se habló durante la década de los 80 y poco a poco, afortunadamente, ya no se habló del caso, salvo en San Martin, que se habló durante muchos años más.
   
     El tiempo pasa, y ahora que estamos en 2017 casi todos los protagonistas de este relato han muerto excepto mi hermana Marian que se casó al cabo de poco con Steven, el mismo Steven que hace tiempo que ya está jubilado y de Fanny que estudió cocina profesional y montó un pequeño hotel en San Martin.
     El tesoro se repartió entre los ocho protagonistas a partes iguales. Villa Azul fue finalmente comprada al cabo de un año por Steven Norton. Cuando se casó con mi hermana fueron a vivir allí y han sido muy felices desde entonces.
    
     La historia que he explicado sucedió hace casi cuarenta años y parece ya una eternidad. Recuerdo que poco después del descubrimiento fui con mis padres y mi hermano Víctor a Villa Azul y nos encontramos con el matrimonio Norton que estaban de visita, acompañados nada más y nada menos que de las gemelas Mc Dermott que ya las debéis conocer de la anterior narración, pero como pequeña anécdota curiosa faltaba contar como se distinguían las dos hermanas. Allá voy. Las dos mujeres eran septuagenarias, vecinas del pueblo de toda la vida y eran como dos gotas de agua. Mucha gente (sobre todo veraneantes) no sabía diferenciarlas si las miraban a la cara. Fue la abuela de mi amigo Thomas quién le dijo la sutil diferencia entre ellas. “No debes mirar su rostro, sino el lóbulo de la oreja izquierda. El de Celia era un poco pequeño pues había tenido un accidente de niña y tuvo que acortarse. Para disimular se puso, durante toda su vida, unos pendientes un poco grandes que lo disimulaban. Así que cuando algún vecino veía a una de las hermanas con pendientes grandes, la gente sabía que se trataba de Celia y no de Julie. Otra cosa que las diferenciaba era que a Celia también le encantaban las grandes ciudades y a Julie, no.
      
     Por otra parte, al final se descubrió que la Sra Jacobs era descendiente de Anne Byron, la famosa pirata inglesa. Se tardó algún tiempo en comprobarlo. La Sra Jacobs ya había muerto cuando se descubrió. Una de las hijas de mi hermana se llama Anne, en su honor. A la Sra Jacobs le hubiera gustado.
   
     Villa Azul continúa igual, con sus paredes pintadas de este color y también se ha construido un garaje al lado. Mi hermana y Steven tuvieron tres hijos que ya están casados. Ahora son el actual matrimonio Norton y deseo que sean tan queridos como los anteriores.

     Espero que mi amigo Thomas no se haya molestado por esta narración tan larga, pero en mi caso era necesario. Puede parecer una breve novela de misterio y creo que en el fondo, lo es.


           FIN

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